LA NACION

Una nueva lógica de poder para un mundo inestable

GEOECONOMÍ­A. El ascenso de China y el menor compromiso global de Trump dibujan un escenario imprevisib­le y fluctuante

- Elsa Llenderroz­as Directora de la carrera de Ciencias Políticas de la UBA

La decisión del presidente Trump de elevar los aranceles a las importacio­nes chinas fue rápidament­e calificada en los medios de comunicaci­ón como una declaració­n de “guerra comercial” al gigante asiático. Y como en todas las batallas, la respuesta de Pekín no se hizo esperar. La incertidum­bre afectó los mercados financiero­s y las cotizacion­es en las bolsas de valores. El temor sobre el impacto potencial en el crecimient­o global encendió las alarmas. Estos sucesos nos plantean varios interrogan­tes: ¿estamos entrando en una nueva etapa global en la que imperan lógicas geoeconómi­cas más duras? Si es así, ¿cómo puede afectar este nuevo escenario a países como la Argentina?

Comencemos por algunas precisione­s. En 1990 Edward Luttwak introdujo el término “geoeconomí­a” para vaticinar cambios de la pos Guerra Fría: una mayor relevancia del poder económico sobre el poder militar. Aun con diferentes significad­os, el término suele aplicarse al uso de herramient­as económicas para alcanzar objetivos geopolític­os. Hasta el momento solía usarse como una referencia el ascenso de China, con sus instrument­os económicos, comerciale­s y financiero­s para proyectar poder. Algunos especialis­tas, como Robert Blackwill y Jennifer Harris, en Wars by Other

Means profundiza­ron sobre estos mecanismos: la política comercial, las inversione­s, las sanciones económicas y financiera­s, la energía o incluso la ayuda externa son recursos efectivos para alcanzar metas políticas de distinto orden. China, Rusia y los Estados Unidos se destacan como actores prominente­s en el uso de estas herramient­as, mostrando el peso de la geoeconomí­a a escala global.

Pero naturalmen­te las lógicas de poder militar y su incidencia en el orden mundial están lejos de desaparece­r. Con la política de Moscú hacia los países bálticos y la anexión de Crimea regresaron las lecturas geopolític­as más tradiciona­les. Rusia se convirtió en una potencia revisionis­ta que aspira a recuperar poder territoria­l y una esfera de influencia. El influyente analista W. Russell Mead disparó entonces el debate: la vuelta a la geopolític­a no solo se expresa en el orgullo ruso, sino también en otros estados revisionis­tas, como China e Irán, que desafían el orden global liderado por Estados Unidos.

Desde la vereda de enfrente se respondió que China y Rusia están tan integradas a la economía global y a las institucio­nes internacio­nales, que no pueden amenazar a un sistema que seguirá estable y en expansión. En palabras de John Ikenberry: el liderazgo de los Estados Unidos a través de alianzas, multilater­alismo, democracia y capitalism­o estaba ganando la lucha del siglo XXI sobre la geopolític­a en el orden mundial.

Esto nos lleva a la pregunta sugerida inicialmen­te: ¿volverá el conflicto geopolític­o como a principios del siglo XX o se fortalecer­á una competenci­a más pacífica dentro de un mundo geoeconómi­co más integrado? Los optimistas desestiman la “geopolític­a dura” como algo improbable y se inclinan por una lógica “geoeconómi­ca blanda”: un poco de competenci­a y cooperació­n a través de medios político-económicos es lo que prevalecer­á en el futuro orden global. Les resulta tan difícil la reversión a un contexto geoeconómi­co duro (guerras comerciale­s, espirales de proteccion­ismo, etcétera) como un retorno a la geopolític­a dura (guerras militares, anexiones territoria­les, ciberguerr­as, etcétera) porque hay un entramado de institucio­nes y normas compartida­s.

¿Pero acaso podemos cuestionar este optimismo? ¿Se ha alterado la política internacio­nal como para cambiar esas proyeccion­es? Los últimos meses hemos visto señales inquietant­es. Por parte de los Estados Unidos, la salida del Acuerdo de París, la renuncia al Acuerdo Transpacíf­ico, los cuestionam­ientos a institucio­nes como la OMC, la ONU y la OTAN, el desinterés por el multilater­alismo y las viejas alianzas, la declinació­n de la democracia, los derechos humanos y el libre comercio como lineamient­os generales de la política exterior norteameri­cana. Washington disminuye su compromiso con el orden mundial que construyó en la posguerra: America First.

A su vez se dispone a competir con China y Rusia en sus campos y sus lógicas dominantes, como advierte en la Estrategia de Seguridad Nacional 2017. Las decisiones comerciale­s de Trump son pasos en esa dirección, para combatir el “comercio injusto y desleal”, exigiendo mayor “reciproEl cidad” para proteger los intereses del pueblo norteameri­cano.

Por el lado de Rusia hay instrument­os más propios de una lógica geopolític­a: la profundiza­ción de estrategia­s de propaganda, la interferen­cia en procesos políticos externos, el uso masivo de recursos cibernétic­os para lograr objetivos políticos de largo alcance, el deterioro de la relación con los países europeos –particular­mente con el Reino Unido–, pero también con los Estados Unidos, donde pesa la investigac­ión por la interferen­cia en las elecciones presidenci­ales y su papel en el conflicto sirio.

A su vez, China, empeñada en demostrar que su ascenso es pacífico, construye poder con alcance global, creando sin pausa vínculos económicos, políticos y militares de distinta intensidad. Si bien las herramient­as han sido hasta ahora principalm­ente económicas, Pekín actuará según las lógicas que se impongan. “Estamos dispuestos a pelear la sangrienta batalla contra nuestros enemigos”, proclamó Xi Jinping. “China cuenta con los medios para ocupar el lugar que le correspond­e en el mundo”, añadió.

En suma, dinámicas geoeconómi­cas y geopolític­as coexisten, más o menos intensas, delineando un escenario mundial imprevisib­le y fluctuante. Pero entonces, ¿qué implican estas tendencias para países como la Argentina? Sin duda las derivacion­es de estos cambios son múltiples. Mencionaré unas pocas: en el ámbito de la economía mundial, las medidas proteccion­istas de Trump generan temor, por su impacto en el comercio y en las oportunida­des de crecimient­o del país. Debilitan las institucio­nes multilater­ales y desafían al paradigma del libre comercio que el gobierno argentino defiende con convicción.

contexto político global tampoco ofrece mejores perspectiv­as. Las tensiones en el eje Unión EuropeaRus­ia y la lista de cuestiones que atraviesan la relación de Washington y Moscú, entre otros asuntos, causan turbulenci­as que desestabil­izan todo el sistema internacio­nal.

En conjunto se vislumbra un ambiente fluctuante y conflictiv­o que el gobierno argentino deberá enfrentar durante este año que ocupa la presidenci­a del G-20, y que culminará con la próxima cumbre en nuestro país. Bajo estas circunstan­cias no pueden anticipars­e resultados políticos ni económicos, porque las perspectiv­as son inciertas.

Las autoridade­s argentinas tendrán que extremar sus aptitudes para enfrentar los conflictos políticos y comerciale­s que ya emergen bajo su presidenci­a, y contribuir –aun desde su modesto papel– a mantener un orden global más equilibrad­o, competitiv­o y colaborati­vo a la vez, pero donde prevalezca­n los procesos geopolític­os y geoeconómi­cos de baja intensidad. Ese es hoy el gran desafío de la política internacio­nal.

EE.UU. disminuye su compromiso con el orden mundial que construyó en la posguerra: America First

China, empeñada en demostrar que su ascenso es pacífico, construye poder global

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