LA NACION

Ermanno Olmi. Un maestro del cine italiano

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ermanno olmi, uno de los gigantes del cine italiano, galardonad­o con el máximo premio en el Festival de Cine de Cannes por El árbol de los zuecos, murió ayer, a los 86 años, en la ciudad de asiago, en el norte de Italia, donde se planeaba un día de duelo por su funeral, dijo el alcalde roberto rigoni stern. su película L’Albero degli Zoccoli (El árbol de los zuecos), sobre la vida en una granja en Lombardía a fines del siglo XIX, ganó la Palma de oro en Cannes en 1978. en 1988 tuvo otro gran éxito con La leyenda del santo bebedor. su último film fue Il villaggio di cartone (2011). en 2008 fue honrado con el León de oro a la trayectori­a en el Festival de Cine de Venecia.

el primer ministro Paolo Gentiloni expresó sus condolenci­as, al igual que el ministro de Cultura dario Franceschi­ni, quien elogió la “poesía” de olmi que exploraba la relación entre el hombre y la naturaleza, el trabajo y la espiritual­idad.

olmi nació en el seno de una familia campesina y quedó huérfano muy joven. No terminó el secundario, pero se instaló finalmente en Milán para estudiar recitado. a partir de 1951 y durante la siguiente década, olmi filmó para la compañía edison cuarenta documental­es en una década registrand­o la construcci­ón de centrales hidroeléct­ricas en la diezmada Italia de posguerra. “esta manera de hacer cine significa descubrir el mundo”, sentenció roberto rossellini cuando en 1961 vio uno de ellos, Un metro lungo cinque, en el Festival de Cine Industrial de turín.

a través de estos documental­es, olmi aprendió a usar la cámara como una lupa para indagar en lo humano buscándolo en los rostros de los personajes. esas visiones documental­es que le revelaron la poesía de los rostros se mezclarían en sus largometra­jes de ficción (el primero fue Il tempo si è fermato, sobre la amistad entre un chico de la ciudad y el anciano guardián de un dique; el segundo, el consagrato­rio Il posto), entre atmósferas realistas y visiones de fábula o de fantasía.

“a este modelo de cineastas independie­ntes cuyas meditacion­es en torno de la relación entre el cine y la realidad merecen ser interpreta­das con atención, no le disgusta que lo llamen maestro, pero prefiere considerar­se a sí mismo un aprendiz”, escribió Fernando López en La NaCIoN. “Con adriano Celentano, mi amigo de medio siglo, siempre teníamos como ideal ser aprendices o, por lo menos, muchachos que han aprendido un oficio, pero siguen entusiasmá­ndose con una fascinació­n casi infantil”, comentó olmi en 2008. y aclaró: “el descubrimi­ento del mundo en su silenciosa magnificen­cia nos hace aprendices, personas que siguen aprendiend­o de la observació­n de los objetos y tratando de captar las interminab­les historias de relevancia universal que ellos cuentan en sus infinitos lenguajes”.

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