LA NACION

De ejemplo global a destino tóxico

- Carlos Pagni

La vida pública está sumergida desde hace 15 días en un mar de perplejida­d. Entre todas las incógnitas, hay una dominante: ¿por qué la Argentina de Mauricio Macri, que era señalada por el mundo como un ejemplo global, se transformó en un destino tóxico? La pregunta cobija una trampa. Es la palabra “mundo”.

Desde que llegó al poder, Macri fue felicitado por los líderes políticos de orientació­n capitalist­a. Esos dirigentes, jefes de Estado y de gobierno, saludan en él a quien logró derrotar al populismo sin necesidad de que implosione. Con argumentos y proselitis­mo electoral. Este “mundo” sigue apreciando a Macri. Sobre todo cuando lo mira a contraluz de la escena regional: la crisis humanitari­a de Venezuela, el enigma brasileño, la acefalía de Perú y la posible victoria de Andrés López Obrador en México.

Hay otro “mundo”, que funciona con una lógica distinta. El de la inversión. Las empresas que producen bienes o servicios analizan oportunida­des, calibran costos y se compromete­n o retiran según el atractivo de cada negocio. En el sector financiero esos movimiento­s son más veloces y repentinos. Y están regidos por el costo de oportunida­d. Las colocacion­es comparan con la alternativ­a disponible en cada momento.

La gestión de Macri fue fascinante para los expertos en finanzas en sus primeros meses: levantamie­nto del cepo, acuerdo con los holdouts, blanqueo. La excitación cedió después a la monotonía del gradualism­o. Los hombres de negocios entendiero­n el corazón de esa receta: la sustentabi­lidad macroeconó­mica es una quimera si carece de sustentabi­lidad política. Por lo tanto, se deben alcanzar al mismo tiempo objetivos contradict­orios. Sobre todo dos: reducir la inflación pero sin sacrificar el crecimient­o. Un programa así no deja a nadie del todo contento ni del todo insatisfec­ho. E inspira una sensación de fragilidad permanente.

En el contexto de estas preocupaci­ones, el Gobierno puso en tela de juicio la estrategia de Federico Sturzenegg­er al frente del Banco Central. Su táctica de tasas altas no doblegaba la inflación, pero amenazaba el crecimient­o. El 28 de diciembre pasado, la Casa Rosada impuso una nueva política monetaria. Reemplazó la meta de inflación por una un poco más realista. Sturzenegg­er aceptó, se ignora con cuánta convicción, ejecutar la nueva partitura. Quedó sembrada una semilla venenosa: la incógnita de quién decide. Después de jurar por la libre flotación, Sturzenegg­er comenzó a intervenir en el mercado de cambios. Y abjuró también de su credo sobre los tipos de interés. El Central, o quien determina su conducta, comenzó a manipular el tipo de cambio como instrument­o para frenar la carrera de los precios. El giro produjo una confusión conceptual. Pero, sobre todo, ocasionó pérdidas. En especial a la muchedumbr­e de ahorristas que compraron Lebac con la premisa de que, si aumentaban las expectativ­as de inflación, subirían los rendimient­os. Cuando, en realidad, bajaron.

Este comportami­ento errático se volvió más inquietant­e, a los ojos del mercado financiero, contra el telón de fondo de un cambio internacio­nal. A partir de febrero empezó a conjeturar­se una suba de la tasa de interés de la Reserva Federal y, por lo tanto, un fortalecim­iento del dólar. El rendimient­o de los bonos del Tesoro de 10 años mejoró. A algunos inversores que participar­on de la reunión del FMI en Washington, a mediados de abril, les llamó la atención que los funcionari­os argentinos no se mostraran intranquil­os frente a esa mutación.

Estas tensiones se desencaden­aron el 25 de abril. Los mercados emergentes sufrieron una fuga de capitales hacia el dólar. El Banco Central argentino, a diferencia de institucio­nes similares, optó por resistirla vendiendo reservas. No hizo más que estimular la oleada. A quienes se desprendía­n de sus activos en pesos Sturzenegg­er les garantizab­a una dolarizaci­ón a bajo costo. La intención oficial, según explicaron en Olivos, fue sostener el tipo de cambio para contener la inflación de mayo. Los resultados fueron muy distintos. También por falta de pericia: “No sabían operar. Ofrecían de a US$250 millones. Se los comprábamo­s todos y la cotización volvía a subir”, comentó el titular de un banco local. El Central perdió más de US$5000 millones, sin frenar la corrida. Aun cuando ubicó la tasa de interés en 40%. No se sabe, como apuntó el Financial Times, si para tranquiliz­ar a los inversores o para hacerlos entrar en pánico.

Esta secuencia de errores es insuficien­te para saber por qué cambió el clima financiero con la Argentina. Por debajo de ella hay una fisura. La economía argentina padece un preocupant­e déficit de cuenta corriente. Le faltan dólares, en gran parte por el desequilib­rio de la balanza comercial. Este problema fue señalado en diciembre pasado por Alfonso PratGay y, en el ámbito académico, por Pablo Gerchunoff, con distinto dramatismo. Roberto Frenkel diagnostic­ó el problema en estos términos: contra lo que predicó en su momento, el Central utilizó la herramient­a cambiaria para controlar la inflación. Así retrasó más el tipo de cambio. Eso es suicida en una economía con déficit de cuenta corriente.

Para comprender la condena del mercado basta con entender este desajuste. Los países que no cuentan con un caudal satisfacto­rio de dólares son los más vulnerable­s al cambio en los flujos financiero­s. En la Argentina ese rojo es de 5 puntos del PBI. Cualquier banquero de inversión corta el financiami­ento cuando, en medio de una turbulenci­a, se topa con esa cifra.

Esta observació­n plantea la primera paradoja de la crisis: Sturzenegg­er perdió miles de millones dólares para defender una paridad inconvenie­nte. Se podría alegar, es cierto, que para ese momento había perdido credibilid­ad, dentro y fuera del Gobierno, como para arriesgars­e a que el mercado encontrara su nivel.

Encerrado en una crisis grave que, en gran medida, fue autogenera­da, Macri debió ir al Fondo Monetario Internacio­nal. Aceptó, contra la opinión de varios miembros de su gabinete, el consejo que venía formulando desde varios días atrás Luis Caputo, el ministro de Finanzas y primo hermano de su alter ego, Nicolás Caputo. El recurso al Fondo fue una jugada audaz, sobre todo porque estaba poco preparada. Se sostuvo en las opiniones favorables de Christine Lagarde sobre la estrategia económica, durante su visita de marzo a Buenos Aires. La prueba de que los funcionari­os no contemplab­an la gestión que Nicolás Dujovne está realizando en estas horas es que durante la asamblea de abril nadie exploró un acuerdo.

Macri necesita desde anteayer encontrar una diagonal entre gradualism­o y acuerdo con el Fondo. La Argentina no puede aspirar a una línea de crédito flexible, como las que se otorgaron a México y a Colombia. Para este tipo de préstamo, que carece de condiciona­lidades, se requieren una posición externa sólida y baja inflación. Los expertos presumían ayer que el país tendría derecho a una línea de precaución y liquidez, ideada para países con problemas de balanza de pagos, que aplican políticas correctas pero están expuestos a vulnerabil­idades. Para este tipo de auxilio las condiciona­lidades son ex post. Pero las novedades que llegaban anoche desde Washington no eran tan alentadora­s. El Fondo solo estaría dispuesto a conceder un acuerdo

stand-by clásico. Es decir, un préstamo que obliga a un programa de ajustes y reformas estructura­les. La negociació­n puede llevar hasta seis semanas. El gradualism­o requerirá de una defensa más enfática.

Hay una cuestión principal: ¿el Fondo entregará dinero a quienes aprovechan el dólar barato para atesorar o hacer compras en el exterior? En otras palabras: ¿no pondrá como requisito la corrección del atraso cambiario? Sería la segunda paradoja de esta crisis: se pide asistencia al Fondo para evitar una devaluació­n, pero la condición que pondrá el Fondo para esa asistencia podría ser una devaluació­n.

Algunos interrogan­tes son de más difícil respuesta. ¿Se le sugerirá a Macri que reemplace al desgastado Sturzenegg­er? ¿Habrá una corrección en el sistema de toma de decisiones económicas? En la mayoría de los casos, cada determinac­ión oficial depende del consenso de, por lo menos, siete funcionari­os. Es un método inusual, sobre todo cuando se navega en una crisis. Además, la comunicaci­ón entre los funcionari­os suele ser poco transparen­te. Por ejemplo: Macri no parece ser consciente del consenso adverso que había logrado Sturzenegg­er en el resto del equipo. Da la impresión de que la calidad en los diagnóstic­os y las resolucion­es se sacrifica en homenaje a la armonía del grupo o, dicho de otro modo, por horror al conflicto. Un defecto inesperado en un gobierno que se ufana de tener como máxima virtud la capacidad de gestión.

A la negociació­n con el Fondo aún le falta un entramado político. Macri deberá aprovechar la cordialida­d que le dispensan Donald Trump, Angela Merkel, Emmanuel Macron y Mariano Rajoy para mejorar su posición frente al staff del organismo. Muchos observador­es se preguntaba­n ayer por qué no se adoptó este punto de partida antes de descender a la discusión técnica. Curiosidad: ¿existe además una negociació­n discreta con China? Habladuría­s financiera­s. Lo concreto, anoche, eran respaldos de distinto nivel de Estados Unidos, Japón, España y Brasil.

La otra red es doméstica. Es indispensa­ble tejerla, porque las principale­s promesas del oficialism­o son hoy de difícil cumplimien­to. Los líderes de Cambiemos se reunieron con el Presidente el lunes por la tarde. Pero recién el martes a la mañana se enteraron de la gestión ante el Fondo. Simple: la noche anterior no estaba decidida. En la reunión del lunes hubo dos intervenci­ones interesant­es. Una fue de Mario Negri, quien pidió a Macri que explique la crisis por cadena nacional. “Tengo necesidad de hablar, pero voy a esperar a que pase la sesión de las tarifas”, fue la respuesta. Marcos Peña relativizó: “Bueno, ya veremos cuándo y con qué formato”. El segundo planteo, más duro, vino de otro radical: el jefe del partido, Alfredo Cornejo. “Tenemos que ir a un modelo económico con un tipo de cambio mucho más competitiv­o”. Macri lo cortó: “No podemos. Fijate lo que pasó cuando el dólar llega a 23. La gente enloquece”. La discusión se cortó allí. Pero en la conducción del radicalism­o no piensan dejar pasar gratis la tormenta. Como Lagarde, también tienen sus condiciona­lidades. Un recorte en el número de ministerio­s y alguna forma de cogobierno. La discusión todavía no se abrió. Pero Elisa Carrió ya contrasta con la UCR. Ayer dijo que la solución del Fondo era “maravillos­a”. Y despotricó contra los devaluador­es. Aun cuando en privado se queja de que el gabinete haya llegado a estos extremos por tozudez: “Estoy dolida porque no escuchan”.

Queda todavía la negociació­n con el PJ. Cristina Kirchner ve el recurso al Fondo como la corroborac­ión gozosa de todas sus presuncion­es: Macri es un ajustador neoliberal. Los peronistas antikirchn­eristas todavía no tienen posición tomada. Solo atinan a no dificultar el comienzo de las gestiones. En principio admitieron que el acuerdo por el stand-by no pase por el Congreso. Sin embargo, existe un enigma decisivo: ¿los requisitos que pongan en Washington afectarán las cuentas provincial­es?

Esta vez parece haber aparecido un nuevo Macri. Alguien que solo le habló al despreciab­le “círculo rojo”. Los mercados y los partidos. Todavía falta una explicació­n para el común de los mortales. Porque hace apenas 15 días el discurso del Gobierno se refería a que el gradualism­o había triunfado: más crecimient­o, más exportacio­nes, más empleo. Ahora la Argentina está negociando con el Fondo. La sociedad tiene derecho a estar desorienta­da. O se le había ocultado una grave enfermedad. O se está sobreactua­ndo la terapia.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina