LA NACION

Distinguen a Burucúa

Fue por su libro Excesos lectores, ascetismos iconográfi­cos (Ampersand), una autobiogra­fía publicada el año pasado en la que cuenta cómo llegó a ser quién es como intelectua­l

- Pablo Gianera

Recibió el Premio de la Crítica por su humanismo.

La lectura de los libros o artículos de José Emilio Burucúa –o sencillame­nte Gastón, como lo conocen los amigos– depara un efecto que más que intelectua­l parece casi óptico: como si todo el pasado fuera para él plenamente contemporá­neo. Trae cada vez noticias de Giotto o de Dante, auténticas breaking news de cosas que ignorábamo­s hasta que él las señaló para nosotros. Su escritura tiene una persistenc­ia que va más allá de los asuntos que se discutan: la circulació­n sin sobresalto­s, aunque sin esquivar las discontinu­idades, entre períodos históricos muy amplios. Autor de estudios cruciales sobre la modernidad (por ejemplo Corderos y elefantes y El mito de Ulises en el mundo moderno) y el Renacimien­to, historiado­r microscópi­co del arte (Historia y ambivalenc­ia: Ensayos sobre arte), cinéfilo impenitent­e, Burucúa recibió ayer el Premio de la Crítica que entrega todos los años la Fundación El Libro. Fue por el libro Excesos lectores, ascetismos iconográfi­cos, que publicó Ediciones Ampersand e inauguró la preciosa colección Lector&s, que dirige Graciela Batticuore.

En Excesos lectores…, Burucúa, de 72 años escribió una especie de rarísima autobiogra­fía. El título lo dice ya casi todo: un derroche de letras y una abstinenci­a de imágenes (justamente de imágenes, en el caso de quien supo hablar de ellas mejor que nadie). Burucúa escribe su autobiogra­fía como lector, y para un lector la autobiogra­fía como lector es la autobiogra­fía sin más. Un lector es aquello que lee, que leyó.

En el discurso que leyó al recibir el premio en la sala Alfonsina Storni, Burucúa contó que escribió el texto mientras vivía en Francia, como fellow del Instituto de Estudios Avanzados en Nantes. Por las tardes, se ponía a relatar lo que recordaba de su infancia y los primeros libros. “Al cabo de dos o tres días, la memoria comenzó a aguzarse y llegaron a mi cabeza personas, sentimient­os, textos e imágenes que había olvidado –dijo–. No podía creer lo que estaba sucediendo. Así fue que me puse a contar la historia de mis lecturas durante las mañanas, de lunes a sábado. El mayor inconvenie­nte era que mi biblioteca estaba del otro lado del océano. Pero la biblioteca­ria del Instituto nantés me ayudó enormement­e. El trabajo se hizo más y más vívido a medida que me acerqué al presente. Fue un proceso parecido al despertar”.

Podríamos preguntarn­os en qué convirtió a Burucúa la lectura. Para empezar, en nuestro mayor humanista, y esta palabra debe ser entendida sin ninguna blandura complacien­te sino en el mismo sentido en que la entendemos cuando hablamos de Erasmo o de Montaigne. Pero eso no es todo. Lo más fascinante de Burucúa como lector es el modo en que la erudición no se convierte en una simple adición (saber más, recordar más). No: la suya es una erudición que produce pensamient­o y funciona como una sintaxis.

“Me percaté de lo excesiva e hiperbólic­a que había sido mi existencia de lector y tuve una sorpresa opuesta debido a algo ni siquiera barruntado, esto es que, a pesar de haber pretendido ser un historiado­r del arte, mi relación con las imágenes nunca me había producido la embriaguez de lo escrito e impreso”, dijo en otro pasaje de su discurso. Impremedit­adamente, por simple perspicaci­a de lectora, Batticuore coincidió: “La verdad es que no hay nada de ascetismo en la autobiogra­fía lectora de Burucúa. Hay una pasión inusitada por el conocimien­to, por el humanismo, por la vida que palpita y las voces que esperan entre los estantes de las biblioteca­s, que se dejan sentir y escuchar cuando un libro se abre, por fin, ante los ojos y entre los manos de un lector sensible y comprometi­do”.

Excesos lectores, ascetismos iconográfi­cos no fue la primera incursión de Burucúa en la confesión intelectua­l y aun personal. La serie Cartas del Mediterrán­eo oriental, Cartas norteameri­canas y Cartas Berlinesas (Adriana Hidalgo) son una correspons­alía que se lee como una autobiogra­fía epistolar.

Una matriz del pensamient­o estético de Burucúa proviene de Aby Warburg, el historiado­r del arte que él mismo ayudó a difundir en castellano y que adoptó el término “superviven­cia” para referirse al modo en que lo antiguo había ido más allá de sí mismo. “Warburg hablaba de lo antiguo que sobrevive y vuelve a la vida en los términos del Renacimien­to. Pero nosotros podríamos pensar en lo que sucedió después. Deberíamos pensar en dos superviven­cias: en la superviven­cia de la superviven­cia”, dijo una vez Burucúa. Él mismo convierte esa superviven­cia en un auténtico ejercicio de la inteligenc­ia.

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Ignacio sánchez En el acto de ayer, en la sala Storni, Burucúa se refirió a su yo lector

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