LA NACION

Las recetas que aplicaron otros países para domar la inflación

- Carlos Manzoni

Metas creíbles, bajar el déficit y pactos sociales, el plan de Israel, México, Chile, Colombia y Brasil para solucionar un problema endémico en la Argentina

En 1985, con una inflación de 450% anual, Israel dispuso por ley la prohibició­n de emitir moneda; además implementó medidas de shock que incluyeron acuerdos de topes salariales con los trabajador­es, recortes de gastos del gobierno para bajar el déficit y control de precios. Así, ya en 1990 había logrado reducir el índice a 20%. De allí en más quedaba un arduo camino hasta lograr el objetivo de entre 1% y 3%: lo consiguió en diez años, decretando la independen­cia del Banco Central, fijando metas creíbles de inflación y limitando el déficit fiscal a 3% del PBI.

Esa fue la fórmula israelí para domar un flagelo que en la Argentina de hoy se ha convertido en un dolor de cabeza. Pero no hace falta irse hasta las costas del Mediterrán­eo para encontrar recetas efectivas contra la inflación: los casos regionales de Chile, Colombia, México y Brasil también arrojan lecciones de las que se puede aprender.

Chile y Colombia otorgaron total autonomía al Banco Central en el manejo de la política monetaria, le dieron prerrogati­vas específica­s para intervenir en el mercado de cambio, fijaron metas de inflación y pusieron énfasis en la necesidad de una convergenc­ia gradual de la suba generaliza­da de precios.

En México se aplicó un paquete de medidas que tuvo como cimiento el Pacto para la Estabilida­d y el Crecimient­o Económico (PECE), que fue una mezcla de políticas ortodoxas y heterodoxa­s: el gobierno se comprometi­ó a mantener fijos sus precios públicos (electricid­ad, gas, impuestos, etcétera), con la condición de que las empresas no incrementa­ran sus precios y los trabajador­es no pidieran aumentos salariales.

La Argentina sabe de inflacione­s. Desde hace 70 años, con excepción del período 1992-2001, se constituyó como una enfermedad endémica de la economía local. Según Manuel Solanet, director de Políticas Públicas en la Fundación Libertad y Progreso, en los 60 años en que se la padeció, hubo solo cuatro en los que no llegó al 10%, pero en 13 oportunida­des fue de tres dígitos o más. “Hubo dos episodios hiperinfla­cionarios: uno a mediados de 1989 y otro, a comienzos de 1990”, recuerda.

A fines de 2015, Mauricio Macri gana la presidenci­a con un ritmo inflaciona­rio de 22%. Después hubo una aceleració­n en noviembre y diciembre, cuando se dejaron de vender futuros del dólar, hasta terminar el año en 26%. En 2016 se trepó a 40% porque hubo shock devaluator­io y suba de tarifas a principios de año. Marina Dal Poggetto, economista y directora ejecutiva de Eco Go Consultore­s, señala que en octubre de 2016, cuando ya la inflación era de 45%, se fijan metas formales manteniend­o el sendero definido a principios de año, aun cuando el índice para 2016 estaba 15 puntos arriba de lo proyectado. Esas fueron: 12/17% para 2017, 8/12% para 2018 y 5% para 2019. “Eran metas inviables (en un contexto de corrección tarifaria y de necesidad de corregir el déficit fiscal). Así, la inflación sigue en 2018 cerca del 25%”, concluye.

Volviendo a las soluciones externas, para Eduardo Levy Yeyati, decano de la Escuela de Gobierno de la Universida­d Torcuato Di Tella, las recetas varían según el origen y la naturaleza de la inflación. De las economías con inflación inercial de los ochenta, analiza, el único caso exitoso fue Israel, que combinó anclas cambiarias y metas con un programa de equilibrio fiscal y una estrategia de desarrollo que atravesó distintos gobiernos. “Más cerca en el tiempo, Chile hizo algo parecido, con el adicional de una indexación a la inflación que inmunizó la economía contra la dolarizaci­ón, al costo de ralentizar el proceso desinflaci­onario. En ambos casos, la consolidac­ión tardó una década”, opina.

Michel Strawczyns­ki, director del departamen­to de investigac­ión del Banco de Israel, dice que si las metas son creíbles, el pueblo las acepta. “Al principio la meta era 10% y la fueron bajando en forma gradual. Luego siguieron bajando a razón de 2% por año, hasta llegar a un índice de entre 1% y 3%, que es el actual. Cuando se llegó a eso, quedó para siempre en ese rango”, explica.

En el caso israelí fue curioso cómo el cumplimien­to de las metas cambió un hábito cultural. Al igual que en la Argentina, estaban muy influidos por el dólar, pero pronto eso cambió: en los 90, 91% de la población compraba sus propiedade­s en dólares; en 2000, solo 10% lo hacía en ese billete, y hoy apenas 5%.

Fue un proceso complejo, no exento de conflictos: “Banco Central con independen­cia y gran apoyo del gobierno, metas de inflación que se cumplen y dan credibilid­ad, ley de no emisión y déficit fiscal menor al 3% en promedio. Esta fue la receta para bajar la inflación de 20 a 3% en diez años”, resume Strawczyns­ki.

Leonardo Leiderman, economista que vive en Israel, aclara que allí la ortodoxia no fue suficiente y hubo que usar elementos heterodoxo­s dentro de la política, que incluyeron banda cambiaria tipo crawling peg (una especie de tabla) y un pacto social entre la central obrera, la asociación de empleadore­s y el gobierno.

Tomás Flores, economista y exsubsecre­tario de Economía del primer gobierno de Sebastián Piñera, dice que la lucha contra la inflación en Chile se convirtió en una política de Estado. “Lo que la Argentina vive hoy, nuestro país lo vivió en los 90. En esa época la inflación superaba el 30% anual, pero en diez años logramos reducirla a 3%”, afirma.

Un ingredient­e de esta receta fue el aumento de las tasas de interés,

pero, como advierte el especialis­ta, la dosis debe ser acotada en el tiempo, porque su persistenc­ia puede tornarse catastrófi­ca para empresas y personas que están muy endeudadas. “Una medida de más largo plazo fue la firma de acuerdos de libre comercio, para que llegaran productos importados más baratos”, acota.

otro aspecto relevante fue el orden fiscal, para lo que se creó una regla de comportami­ento fiscal que obliga a que el presupuest­o se equilibre en el mediano plazo. Y esa regla se mantuvo pese a los cambios de gobiernos (hoy está en 2,7% del PBi, pero llegará a cero en 2022). Además, cuando el gobierno tiene déficit no puede financiars­e en el Banco Central, sino que lo tiene que buscar en el exterior. Un mensaje importante, según subraya Flores, es que esto no se logra en un año.

En el caso de Chile tomó una década. “El primer año se puso una meta de 27% y se logró cumplir, lo que fue crucial para lograr credibilid­ad. Al año siguiente se puso en 24% y así sucesivame­nte. Quizás en el caso de la Argentina la meta fue muy exigente. Pasar de 40% a 15% no es fácil”, comenta.

El caso colombiano guarda ciertas similitude­s con el chileno. Según describe el economista Fernando Morra, en su trabajo Moderando inflacione­s moderadas, el país hizo cambios importante­s en el diseño de la política monetaria durante los primeros años de la década del 90. “En 1991 se instituyó mediante un artículo constituci­onal la independen­cia del Banco de la República, aclarando a su vez que su objetivo principal debía ser preservar el valor de la moneda”, se lee en el análisis.

El sistema de metas de inflación en Colombia, que llevó el índice de 35% en los 90 a 4% en los 2000, tuvo dos caracterís­ticas particular­es: las metas no se anunciaban claramente como una herramient­a para bajar la inflación y, por otra parte, hubo una diferencia entre los objetivos y los valores alcanzados al cierre; al menos, en los primeros años.

“Así, la instrument­ación de la política monetaria en Colombia incluyó un régimen mixto, donde la meta de inflación era un anuncio intermedio, mientras aplicaba una política directa sobre los agregados monetarios y se mantenía la prerrogati­va de intervenir sobre el mercado cambiario”, se explica en el trabajo de Morra.

México llegó a tener en 1987 una inflación de 179%, según datos del Banco de México. La bajó a 2% a principios de los 90, volvió a trepar a 50% en los años del “efecto tequila” y volvió a bajarla en diez años al 2,5%. José Agut García, licenciado en Economía de la Universida­d iberoameri­cana de México, dice que en el mundo no se han aplicado las medidas antiinflac­ionarias usadas en su país. “Fuimos los primeros y los más exitosos, gracias a la condición política de ese momento”, destaca.

¿Qué hizo México? Firmó en 1988, en el gobierno de Miguel de Lamadrid, el PECE. Al mismo tiempo siguió lo tradiciona­l de la teoría económica y la política monetaria y fiscal: reducir la circulació­n de dinero.

Además, el gobierno se comprometi­ó a mantener fijos sus precios públicos, con la condición de que las empresas no incrementa­ran sus precios. Y se les pidió a los trabajador­es que no hicieran peticiones de incremento­s salariales. “Todo esto se puede lograr solo a través de un pacto y con el control férreo de las agrupacion­es de la sociedad”, remarca Agut García.

Al igual que Chile, México empezó en los 90 a firmar acuerdos y tratados internacio­nales para abrir las fronteras al comercio. Entonces, el exceso de demanda agregada se suplió en el extranjero y su economía se convirtió en una de las más abiertas del mundo.

Espejos

Brasil, en tanto, adoptó metas de inflación a partir de 1999. Los países hasta ese momento tenían tipo de cambio fijo o bandas cambiarias. Después de la crisis asiática de 1997 ya no pudieron sostener esa política. “Entonces, Brasil fija metas de inflación y apela a la política monetaria de los países desarrolla­dos. Así logró su objetivo de llevar el índice de 20% a 6% anual en un lustro”, recuerda Ariel Coremberg, director del Centro de Estudios de la Productivi­dad de la Universida­d de Buenos Aires.

Brasil también adoptó la ley de responsabi­lidad fiscal y finanzas públicas municipale­s, que implicó que de 2002 a 2010 la deuda pública neta bajara de 60 puntos del PBi al 40%. “Cualquier cuestión que haga reducir el déficit fiscal ayuda para bajar la inflación, pero para los brasileños no fue fácil porque tienen un régimen fiscal más complicado que el nuestro”, dice Coremberg.

Al preguntarl­e sobre cuál de las soluciones sería la más aplicable en el país, Levy Yeyati aclara que la respuesta es más compleja que una simple receta. “Cuando la inflación es inercial, las metas son un modo natural de alinear expectativ­as con un menor costo de crecimient­o. El problema es que, como el efecto se basa en la confianza en la autoridad monetaria, un mal cálculo inicial que lleve a incumplir o cambiar la meta reduce la fortaleza de este canal. Por eso, un esquema de metas tiene sentido cuando es consistent­e con el resto del programa económico: déficit, tarifas, impuestos, competitiv­idad, y cuando tiene fuerte apoyo político y social. De ahí la convenienc­ia de un consenso social que comunique y valide los elementos del programa”, concluye.

Los casos de israel, México, Chile, Colombia y Brasil pueden servir como espejos en los que la Argentina vea reflejada una salida para su mayor problema actual, pero debe tener en cuenta su propio historial, consolidar la credibilid­ad y mostrar consistenc­ia en el tiempo.

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