Un procedimiento habitual del régimen para sacar rédito político
La liberación de tres ciudadanos norteamericanos apuntala la implicación norcoreana en el proceso de pacificación de la península y aceitará la cumbre entre Kim Jong-un y Donald Trump.
Su regreso a casa también epitomiza, según la visión del presidente norteamericano, sus habilidades negociadoras en contraste con la inutilidad de su predecesor, Barack Obama. Trump recibirá en el aeropuerto a la comitiva formada por los profesores Tony Kim y Kim Hak-song, y el misionero Kim Dong-chul.
Un vistazo a la hemeroteca relativiza el mérito de Trump. Corea del Norte acumula décadas utilizando a sus detenidos norteamericanos como activos diplomáticos, para lo que en su mirada es forzar la genuflexión del enemigo imperialista.
El expresidente Jimmy Carter sacó en 2010 a un activista religioso afroamericano que había cruzado la frontera para convencer a Kim Jong-il, padre del actual dictador, de que confesara sus pecados. Carter pidió disculpas por el comportamiento del religioso y Corea del Norte lo liberó por la manida fórmula de las “razones humanitarias”. Bill Clinton había volado un año antes a Pyongyang para llevarse a dos mujeres periodistas con una fórmula parecida.
El procedimiento es sabido: ciudadano estadounidense detenido en Corea del Norte por cualquier cargo menor, condenado a varios años de trabajos forzados y entregado poco después a algún alto funcionario enviado por Washington. Es fácilmente vendible a la audiencia interna como prueba de un gobierno tan poderoso que se permite la misericordia con la primera potencia mundial.
Esa lógica solo se rompió con Otto Warmbier. El estudiante fue detenido en diciembre de 2016 por robar un póster de los líderes, condenado y devuelto un año después en estado de coma. Murió a los seis días de aterrizar en Estados Unidos. Su familia y Trump aludieron a las palizas, y Corea del Norte habló de un accidente. La única certeza es que llegó al coma por la continuada falta de oxígeno. Expertos consultados por la nacion ya recordaban la ausencia de abusos físicos en los detenidos norteamericanos y sugerían la posibilidad de un intento de suicidio por ahogamiento. Solo la autopsia habría resuelto el misterio, pero su familia, de férreas convicciones cristianas, se opuso.
Sus padres fueron tozudamente exhibidos por Trump cuando las amenazas de destrucción mutuas se sucedían y urgía justificar un ataque preventivo al país que lidera las violaciones de derechos humanos. El contexto es hoy diferente.
La liberación de los tres norteamericanos se ha concretado en la segunda visita en pocas semanas a Pyongyang de Mike Pompeo, secretario de Estado. En las escasas horas que pasó en la capital también negoció los pormenores de la inminente cumbre. Los rumores más sólidos apuntan que llegará a mediados de junio a Singapur. Mongolia y la frontera coreana, destinos más cercanos a Pyongyang, han perdido fuelle. El reciente viaje en avión de Kim Jongun a la costa china sugiere que ha vencido su miedo a volar. Trump reveló que ya hay acuerdo sobre la fecha y lugar, y que será comunicado en tres días. El anuncio escampa los temores de una cancelación a última hora.
Los últimos acontecimientos no ayudarán a fortalecer la confianza norcoreana sobre las garantías de seguridad que reclama paras udesnuc lea riza ción. Washington ha roto el tratado con Irán en contra de la comunidad internacional, de los expertos y del sentido común. La sorprendente medida dinamita la credibilidad de la palabra de Estados Unidos cuando faltan apenas unas semanas para que Trump se reúna con un gobierno comprensible mente paranoico y que ha confiado en su as nuclear como seguro de supervivencia durante décadas.