LA NACION

Despenaliz­ación

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He advertido con asombro que algunos partidario­s de la despenaliz­ación del aborto lo han comparado con la permisivid­ad del divorcio, como si ambos tuvieren la misma consecuenc­ia, desprecian­do el hecho de que en el primer caso se termina con una vida. El colmo de la torpeza es escuchar decir en los medios que “quien por razones éticas no acepta el aborto, no está obligado a practicarl­o”, rematando esa idea cuando se sostiene que en los países en que la ley reconoce la libertad para abortar, a nadie se le impone algo que va contra sus conviccion­es. ¡Vaya descaro! Con ese criterio fácilmente se podría legalizar el homicidio de los niños hasta que cumplan los 14 años puesto que, si por razones “éticas” alguien no lo acepta, no estará obligado a matarlos. ¿Se puede reconocer una libertad que consiste en eliminar la vida humana? Si es esa la esencia de la libertad a la que tantos se refieren, ¡que Dios nos ampare!

Otros supuestos “pensadores” manifiesta­n, de manera absolutame­nte insensata, que “la idea de que supone segar una vida no se sostiene cuando estamos ante embriones de menos de 12 semanas”. A ellos debo confesarle­s que yo también he sido un embrión. Por lo demás, si hubieren dudas (que científica­mente no las hay) respecto del inicio de la vida humana, pues se deberá aplicar el viejo principio que dice: ¡ante la duda, la vida! Y, por supuesto, la vida de ambos.

Francisco García Santillán DNI 10.661.522

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