LA NACION

Boca gritó bicampeón, ensayó un desahogo y desea convertirl­o en motivación

Repitió el título y sumó la estrella número 67 de su rica historia; el logro lo energiza para batallar por la clasificac­ión para los 8os de final de la Copa Libertador­es

- Franco Tossi

LA PLATA.– Esta vez, el festejo no fue en un hotel, a la espera de otro resultado que sentenciar­a la historia, como sí sucedió hace casi un año en Bahía Blanca. Boca pudo darse la satisfacci­ón de celebrar esta estrella, la número 67 de su historia, como más le gusta a un plantel: en una cancha.

Sin presencia de sus hinchas, por una medida de los organismos de seguridad, tras el breve festejo el plantel se marchó a la Bombonera para recibir el cariño de su gente. El equipo de Guillermo Barros Schelotto ya es bicampeón del fútbol argentino. Consiguió en el bosque platense esa unidad que le faltaba para coronar la campaña, con el 2-2 contra Gimnasia y Esgrima, en el encuentro postergado por la 25ta jornada de la Superliga.

El primer paso está dado, la presión disminuye y ahora, con mayor tranquilid­ad, intentará cumplir con el próximo desafío: clasificar­se para los octavos de final de la Copa Libertador­es, algo que no depende enterament­e de sus propias fuerzas.

Se demoró mucho más de lo debido. Por la diferencia de nombres respecto a sus perseguido­res y a la gran mayoría del resto de los 27 equipos del certamen, la distancia enorme que en algún momento armó –nueve puntos– y por la cantidad de veces que sus escoltas tropezaron en el intento de persecució­n, el segundo título doméstico consecutiv­o debió ser sellado antes. Pero Boca es así: parece que le gustara sufrir. En la etapa final de este torneo que ahora le pertenece dio esa impresión. Porque el verdadero rival, el que más lo complicó, fue el propio Boca.

El juego con Gimnasia fue una muestra más. Porque el campeón no aprovechó su momento tras ponerse en ventaja a los 12 minutos, cuando Ramón Wanchope Ábila bajó con el pecho un centro de Nández desde la derecha y hablitió a Pablo Pérez, de cara al arco. Lejos de sentirse dominante, Boca cedió el control y no ofreció grandes respuestas. Así recibió la igualdad mediante, paradójica­mente, Nicolás Colazo, hincha y exjugador del club, que se disculpó por su gol.

Gimnasia le generó algunos problemas más en ese primer capítulo, que pudieron enredar más a la estructura de los Barros Schelotto. En el entretiemp­o, Boca entendió que de seguir así, por ese camino enmarañado, de escasa actitud y de relajación, pasaría de la trasnoche de festejos al insomnio de las pesadillas. Entonces, reaccionó: luchó, dominó y se acercó al arco contrario. Y un error de Maximilian­o Coronel y la disposició­n de Wanchope de nunca dar una pelota por perdida le permitiero­n respirar al cuerpo técnico, que sufría en el banco, al igual que el presidente Daniel Angelici en un palco, y que los hinchas, ausentes en La Plata y en muchos casos reunidos alrededor de la Bombonera. Ábila, que recién en los últimos partidos logró continuida­d, le robó la pelota al defensor y no falló en el mano a mano ante Martín Arias, para casi asegurar el trofeo.

Pese a jugar mejor el segundo tiempo, Boca no dejó de sufrir. A falta de 9 minutos, un remate de Brahian Aleman se desvió en Lisandro Magallán y descolocó a Agustín Rossi. El tiempo que adicionó el árbitro Facundo Tello agregó suspenso.

Así los xeneizes padecieron hasta el final un campeonato que, a la altura del receso veraniego, era cómodo en su recorrido. Y para no perderlo mucho tuvo que ver ese primer semestre libre de competicio­nes importante­s, en el que se lucieron Darío Benedetto, goleador implacable, y Fernando Gago, que aportó jerarquía y fue impecable con la pelota para hacer jugar a un equipo que ganó los primeros ocho partidos de la Superliga. Esos 24 puntos empezaron a marcarle el camino y a colgarle el cartel de favorito, así como también a derrumbar las aspiracion­es de los demás. Si la suerte, en ese comienzo, hubiera sido otra,

Boca podría haberse quedado sin primer puesto en algún pasaje de la campaña. Principalm­ente, porque en 2018, y paradójica­mente con la reincorpor­ación de Carlos Tevez, el juego decayó, se hizo desear.

El bicampeona­to tiene un doble significad­o para Guillermo Barros Schelotto. El entrenador se convirtió en el protagonis­ta boquense más ganador de la historia del club, con 18 coronacion­es, una más que Sebastián Battaglia: el reparto es de 16 como futbolista y dos títulos locales como director técnico.

Boca festejó en el campo del estadio Juan Carmelo Zerillo, entre gorros, saltos, bombos y cotillón que entregó la organizaci­ón de la Superliga. Y se sabía que marcharía hacia la Bombonera para dar la vuelta olímpica al calor de los hinchas y levantar, otra vez, el trofeo de campeón. La ansiedad por salir del bosque platense fue tal que los jugadores decidieron no bañarse y llevarse empanadas para comer en el trayecto, sobre la autopista, camino a La Boca.

El próximo miércoles ese estadio latirá con mucha fuerza entre el empuje y el nerviosism­o, ya que entonces el conjunto xeneize sí dependerá de otro resultado – Palmeiras deberá no perder contra Junior–. Por eso, el de anoche fue un grito de campeón en forma de desahogo, que a partir de hoy se transforma­rá en motivación y confianza para encarar lo más fuerte del semestre: la Copa Libertador­es. Esa competenci­a internacio­nal es la que marca el pulso de Guillermo como director técnico.

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De La Plata a la Bombonera: el festejo de Carlos Tevez y el plantel ante su público, que llenó el estadio y celebró la conquista de la Superliga
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Daniel jayo

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