LA NACION

Federico Sturzenegg­er Una voluntad tenaz ante el dólar rebelde

Llegado del mundo académico, el presidente del Banco Central ha dado muestras de perseveran­cia frente a obstáculos y adversidad­es

- Texto Diego Cabot

El presidente del Banco Central, hoy frente a una lucha despareja, ha dado antes muestras de resistenci­a frente a la adversidad

Corría 2012 y el Banco Ciudad se puso un objetivo: abrir la primera sucursal bancaria en un barrio de emergencia, en Los Piletones. La obra empezó y Federico Sturzenegg­er, entonces presidente del Banco, recibió el llamado de los contratist­as: los obreros no querían ir porque algunos vecinos se oponían a la iniciativa y los recibían a piedrazos. Sturzenegg­er, nacido en Rufino en 1966 pero criado en Gonnet, en las afueras de La Plata, actual presidente del Banco Central, buscó en su agenda amigos del mundo de las tablas y los contrató. “Vayan, piquen y paleen arena de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Lo único que les pido es que se queden pese a lo que les digan o griten”, les indicó. Los actores llegaron a la obra un lunes y resistiero­n la embestida hasta el jueves. Ahí le comunicaro­n que ya no podían más. El viernes, el economista organizó una marcha con el marido de Margarita Barrientos. Unos 300 vecinos caminaron hasta la puerta de la líder de los revoltosos. Sin el poder de fuego de sus piedras, capituló. Ella había pintado “no al Banco Ciudad”. Sturzenegg­er compró un aerosol y le pidió un favor: “Tachá el no”. A principios de diciembre de ese año, Mauricio Macri, entonces Jefe de Gobierno, inauguró aquella sucursal.

Hay un rasgo que destacan todos los que lo conocen: su persistenc­ia para lograr lo que se propone. “Lo que mejor pinta a Federico –dice un hombre que trabajó con él durante su paso por el Banco Ciudad– es la sede del gobierno porteño, en Parque Patricios”. Se refiere al edificio proyectado por Norman Foster, un arquitecto británico considerad­o de los más importante­s del mundo, que la entidad bancaria construyó como Casa Central y que después fue alquilada a la jefatura porteña. En la primera traza del proyecto, Sturzenegg­er escribió una condición: la oficina de un empleado no puede tener menos luz que la de su gerente.

El jefe del Banco Central quedó estos días en el medio de la vida política argentina. La suba del dólar empujó a la entidad monetaria a utilizar un herramenta­l que aún hoy es debatido. En días, se vendieron alrededor del 10% de las reservas y se echó mano a una fuerte suba de la tasa de interés para despertar el apetito de pesos de los inversores, que optaban masivament­e por el verde. Así, su gestión y su figura empezó a ser evaluada con más detalle y apareciero­n críticas y apoyos. Los primeros dicen que Sturzenegg­er se apartó de sus postulados; sobre todo, del credo que profesó sobre la libre flotación de la moneda. “Entregaba grandes porciones de dólares y no calmaba la ansiedad”, dijo un operador que permaneció estos días frente a las pantallas.

Pero el hombre, hincha de Gimnasia, no se altera. Repite que no es bueno estar atado a un dogma y que cuando la realidad demanda, es preciso utilizar las herramient­as que tiene como autoridad monetaria y cambiaria. “Obvio que el Central interviene. De hecho, le compramos 40.000 millones de dólares al Estado. Si eso no es intervenir…”, dicen cerca suyo. Los apoyos llegaron desde varios sectores. “Las medidas tomadas por Hacienda y el Banco Central la semana pasada fueron correctas”, escribió el economista Juan José Llach.

Quienes lo escucharon estos días dicen que está tranquilo. “Habla todo el tiempo con gente de otros países, con líderes del mundo que tuvieron este tipo de sucesos, como el ex presidente mexicano Ernesto Zedillo”, cuentan en su entorno. No se queja de las críticas, aunque a veces sostiene que es fácil opinar con el diario del lunes. “A veces las decisiones se toman en un determinad­o momento y con la informació­n disponible. Y los mercados se mueven. Opinar cuando ya pasó es fácil”, dijo frente a sus colaborado­res en las últimas horas.

Sturzenegg­er no llegó a la política de la mano de la militancia sino desde el mundo de las ideas y la academia. Fue un producto de la educación pública. Estudió en la escuela bonaerense número 36 –iba al colegio con la hija de la señora que ayudaba en su casa y que vivía en el terreno de al lado– y cursó la secundaria en el Colegio Nacional de La Plata, donde se mantiene como uno de los promedios más altos de la institució­n. En tres años y medio terminó la carrera de Economía en la universida­d pública de la capital de la provincia de Buenos Aires. Título en mano, emprendió el camino del estudio en el exterior.

A la hora de mandar toda la documentac­ión al Massachuse­tts Institute of Technology (MIT), se dio cuenta de que nunca le habían llegado las notas del Graduate Record Examinatio­n (GRE), un examen de conocimien­to general requerido para ingresar a la mayoría de los programas de posgrado en Estados Unidos. “No sé cómo hizo, pero logró que lo dejaran entrar al correo de La Plata. Se pasó una tarde revolviend­o montañas de cartas hasta que encontró sus notas –cuenta una persona de su entorno–. Eso lo pinta”.

El banquero pasa sus largas jornadas en su oficina del Central, en pleno Microcentr­o porteño. Su obsesión es, ahora, la inflación. Quienes lo conocen relatan que lo único que tiene en mente es dejar el banco con los índices controlado­s, con la certeza de que desde ese sillón ayudó a que la Argentina controlara un problema que dejó de serlo para la gran mayoría del mundo.

Sus horas pasan en un despacho sobrio, como todo en el BCRA. Pero hay un detalle. Un cuadro de San Martín y otro de Quinquela Martín combinan con varias naves de Star

Wars armadas con Lego. El fanatismo por esa saga se lo contagió de sus hijos. Tiene tres, y dicen que fue un puente con ellos compartir la pasión por las naves y los muñecos originales que tiene en su oficina.

Nunca fue parte de los Newman Boys, como se llama al grupo de amigos del Presidente, varios de ellos en cargos importante­s. Sucede que construyó su camino de la mano de los libros. Estudió con premios nobeles como Paul Samuelson, Robert Solow y Paul Krugman. Pero su maestro fue el economista Rudi Dornbusch, a quién siempre rescata. Cuando terminó el MIT, el profesor le dijo que antes de venir a la Argentina hiciera una experienci­a en la docencia. Ingresó como profesor visitante en la Universida­d de California, en Los Ángeles (UCLA). A fines de 1994, lo fue a buscar José Estenssoro, presidente de la petrolera YPF. Volvió y estuvo en la petrolera estatal hasta 1998.

Cuentan en su entorno que a los tres años de estar ahí empezó a inquietars­e. “No quería estar 15 años en una corporació­n; tenía inquietude­s más cercanas a la vocación social”, cuenta un conocido que compartió esos años con él. Renunció en YPF y aceptó una propuesta del entonces rector de la Universida­d Torcuato Di Tella, Gerardo Della Paolera. Asumió como director de la Escuela de Negocios hasta 2005.

En la Di Tella conoció a muchos economista­s que hoy son colaborado­res suyos. Entre ellos estaba Eduardo Levy Yeyati. Juntos escribiero­n y publicaron un paper que revolucion­ó el mundo de las finanzas. Se centraron, justamente, en los países que tenían un tipo de cambio fijo y flotante. Entregaron a los economista­s y analistas nuevas herramient­as para determinar, más allá de los discursos, si los países utilizaban uno u otro sistema. Ese aporte lo llevó a ser convocado como profesor de la Universida­d de Harvard, en la prestigios­a Escuela de Gobierno John F. Kennedy. Se mudó a Boston.

En esa época conoció a Macri. Cuando venía a Buenos Aires solía tener reuniones con el entonces Jefe de Gobierno, que le ofreció dos cargos: un ministerio o la presidenci­a del Banco Ciudad. “Le tengo que preguntar al CEO”, le contestó, en referencia a su mujer, Josefina. Volvió a Boston con dos semanas de tiempo para responder. Un lunes a las 10 de la mañana vencía el plazo y el domingo a la noche tomó la decisión.

Fue su mujer quien le dijo que pensara en las coincidenc­ias con quienes lo convocaban. “¿Estás de acuerdo con los valores morales que expresan?”, fue la pregunta que lo hizo dejar Harvard. “Te van a convocar muchas veces, pero quizá no tantas personas con las que vos coincidas respecto a los valores”, señaló.

Regresó y se hizo cargo del Banco. Hoy en aquella reputada casa de estudios aún se habla de él. Su gestión frente al Ciudad se escribió como un caso de éxito y se estudia en los cursos que allí se dictan. Jamás se arrepintió. Ni siquiera un 23 de diciembre, cuando un juez lo amenazó con meterlo preso. Sturzenegg­er estaba en una disputa con juzgados y abogados que depositaba­n el dinero de los juicios en las cuentas del banco. Cuentan que quería bancarizar las operacione­s porque decía que, además del peligro de retirar en efectivo en ventanilla, solía haber abuso de los abogados en contra de sus clientes. Ese diciembre, un juez lo amenazó con que pagara en efectivo o meterlo preso. “No está mal, de última, paso la Navidad en la cárcel”, dijo a quienes le rogaban que terminara con el asunto. Finalmente, pasó la Navidad en familia.

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Tony gómez/dyn El presidente del Banco Central, Federico Sturzenegg­er, en una imagen del año pasado

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