LA NACION

Macri y el eterno regreso del cisne negro

- Texto Sergio Suppo

Los cisnes negros existen, no es novedad. Son originario­s de Australia, donde los ingleses los descubrier­on hace más de tres siglos, pero todavía hoy se los utiliza como metáfora de lo inusual e imprevisto. Los cisnes negros existen y vuelan en forma periódica sobre la Argentina. Cada vez que aparecen nos sorprendem­os. Y el mundo se sorprende de nuestra sorpresa.

Luego de tantas crisis recurrente­s, la Argentina ha construido una realidad que es oxímoron y teoría al mismo tiempo: lo excepciona­l como rutina. Apenas dos meses después de proclamar ante el Congreso que “lo peor ya pasó”, Mauricio Macri escribe otro capítulo de una larga historia. El martes, luego de que el Presidente anunciara que enviaba al ministro Nicolás Dujovne a negociar una ayuda extraordin­aria del FMI, un déjà vu colectivo invadió al país. “Otra vez…”

La acumulació­n de distintas crisis hace pensar que siempre es la misma, aunque con distintos protagonis­tas. La llegada de Cambiemos y el final del populismo implicaron, en verdad, el comienzo de una prueba que, frente a la primera alteración externa, la Argentina no termina de responder. Son los mercados mundiales los que interpelan el gradualism­o de Macri antes que los votantes, que medio año atrás lo fortalecie­ron, y que la oposición, todavía en busca de un conductor.

Con el hecho consumado, es fácil decirlo. La Argentina siempre tuvo bajo observació­n y sospecha su pasado, pero también su presente. Sin embargo, cuando Macri insistía en que era necesario cuidar los re- cursos y no gastar de más, entre su propio equipo corría un murmullo de rezongo y negación. Una cosa son las palabras y otras los hechos: bajo su responsabi­lidad, el Gobierno agrandó errores que se sumaron a la herencia del kirchneris­mo.

Ante el dilema de cambiar de velocidad para no tener que modificar el rumbo, el Presidente está obligado a mostrar si tiene la auténtica dimensión de un líder. Para diferencia­rse y ganar espacio con ese contraste, Macri siempre se distanció de los recursos tradiciona­les de la conducción política y extremó la horizontal­idad hasta licuar la solución del problema económico en muchas áreas. Tener un superminis­tro o tener seis no es bueno ni malo. No es un problema de organigram­a: distintos gobiernos han fracasado con ambos esquemas.

La gradualida­d es una elección que Macri hizo por un triple motivo: la precarieda­d de la situación social heredada, con un tercio de la población en la pobreza; la debilidad original del resultado que lo consagró presidente con minoría en el Congreso, y la convicción de que un cambio cultural hacia el esfuerzo llevaría tiempo luego de la fiesta del peronismo kirchneris­ta.

La crisis cambiaria incluye una mutación como exigencia. No solo es quién nos presta dinero para tapar el bache fiscal, sino para qué nos seguiremos endeudando y hasta cuándo. El liderazgo y los precipitad­os sueños de reelección de Macri se juegan entre tasas de interés, arrebatos de mercado, negociacio­nes en Washington y esa costumbre argentina de dejar volar los cisnes negros.

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