LA NACION

Adolfo Nigro

Un Marc Chagall rioplatens­e

- Daniel Gigena

la infancia en Rosario, la juventud en Montevideo, los inicios como artista en Buenos Aires. Adolfo Nigro decía que pintaba para recuperar lo perdido. Usaba los colores de una paleta que le recordaban cielos que había observado con tanta atención en busca de nuevos fulgores.

Ayer, a los 75 años, tras una larga enfermedad por la que lo habían internado, Nigro murió en esta ciudad. Sus restos serán despedidos hoy en una ceremonia íntima, en compañía de sus cuatro hijos: Trilce, Joaquín, Inés y Violeta. Sus familiares lo recuerdan como “un padre adorable, una persona maravillos­a y generosa”, además de “un gran artista, involucrad­o con los derechos humanos y las causas sociales”.

“Ya no me hago más preguntas. Me levanto y arranco a trabajar”, había dicho en 2014 a la nacion, tras una carrera que le dejó varios premios, como el segundo del Salón Nacional de Artes Plásticas 1988, el gran premio de honor del Salón Nacional de Artes Plásticas 1989 y el Trabucco (1994).

Nigro había nacido el 22 de septiembre de 1942, en Rosario. En la década de 1950 estudió en Buenos Aires en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano y en la Prilidiano Pueyrredón. Fueron sus maestros Aurelio Macchi, Diana Chalukián, Antonio Pujía y Víctor Magariños, que le hizo conocer la pintura moderna.

En sus primeras pinturas, de finales de los años 50, en óleo y témpera, se superponía­n distintos planteos que iban de la figuración realista a un entramado de líneas y manchas. Su producción se caracteriz­ó por una percepción singular del mundo real y una dúctil combinator­ia de los fragmentos en consumadas obras similares a tapices.

En 1966 se instaló en Montevideo, donde realizó su primera exposición individual e inició un período de formación en el taller de Joaquín Torres García con el pintor José Gurvich. A partir de entonces, comenzó a trabajar con diferentes materiales: pintura, dibujos, cerámica y textiles.

Sus pinturas al óleo asumieron un imaginario fantástico. Suerte de Marc Chagall rioplatens­e, combinó las enseñanzas recibidas en una perspectiv­a original que entrecruza­ba el constructi­vismo con el arte precolombi­no. A partir de 1976 impulsó una obra personal definida por una zona particular, el Río de la Plata, y un elemento, el agua. “Desarrolló una iconografí­a de peces, raíces, víboras, caracoles, plantas, ritmos de la arena, movimiento de las olas, los frutos de la costa, la gente del río y sus herramient­as de trabajo: redes, barcas, cañas, faroles, baldes, los sueños del pescador, el día y la noche, el tiempo que pasa, los puertos, los caseríos de la costa”, contaba.

A finales de los 90 abordó en su obra otros elementos: el aire, el agua y la tierra, e incorporó a sus collages objetos de uso cotidiano. Hizo exposicion­es en Montevideo, Santiago de Chile, Buenos Aires, la Plata, Rosario, Madrid, la Habana, Ciudad de México, Nueva York y Miami.

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