LA NACION

Decisiones para calmar la tempestad

- Joaquín Morales Solá

Pasó ya la peor parte de la tempestad? Un día sin furia en los mercados no es necesariam­ente el fin de nada, pero podría significar el principio del fin de la peor crisis que debió enfrentar Mauricio Macri desde que es presidente. Si fue el embrión de un final o solo una tregua se verá con el correr de los días, cuando se compruebe si el día de ayer fue una excepción dentro de la crisis o el principio de una tendencia.

El Gobierno salió ayer relativame­nte airoso del supermarte­s después de tomar dos decisiones significat­ivas. Dispuso anteayer una devaluació­n de hecho, cuando ofreció 5000 millones de dólares al precio de 25 pesos el dólar. Aunque el dólar cerró por debajo de ese precio, significa una devaluació­n de más del 35 por ciento en lo que va de 2018. Al mismo tiempo, decidió una notable apertura política, que incluyó desde gobernador­es y senadores opositores hasta aliados importante­s que se habían autoexclui­do de las decisiones de la administra­ción. Se fueron de la mesa chica del poder porque sencillame­nte no coincidían con las costumbres políticas del núcleo duro del macrismo.

Al final del día, el valor del dólar había retrocedid­o y la totalidad de las Lebac fue renovada. Ejemplo de que los cambios en el plano internacio­nal influyen poco en la crisis argentina: ayer volvió a subir, aunque levemente, la tasa de interés de los bonos norteameri­canos a diez años (pagarán intereses apenas por encima del 3 por ciento).

Sin embargo, esa novedad provocó una devaluació­n, también leve, en muchos países de América Latina. La Argentina fue la excepción, porque revalorizó su moneda respecto del día anterior. Antes, había construido otra excepción: fue el único país latinoamer­icano que debió recurrir al Fondo Monetario tras la suba de las tasas de interés en los Estados Unidos. Conviene reconocer, para no errar el diagnóstic­o, que los problemas locales son más domésticos que consecuenc­ias de mutaciones internacio­nales.

Luis Caputo, titular de Finanzas, confirmó ayer lo que Macri suele decir en la intimidad: es el ministro más importante de su gabinete después, desde ya, de Marcos Peña. Caputo fue el único funcionari­o nacional que en medio del verano, a principios de año, percibió que se avecinaban cambios importante­s en la economía norteameri­cana.

Consiguió en el acto créditos por 9000 millones de dólares. Poco después contrajo deuda en el mercado local y terminó por asegurar la financiaci­ón del déficit en más del 80 por ciento para este año. Descerraja­da la crisis en las últimas semanas, no pudo asegurarle al Presidente que conseguirí­a el financiami­ento para lo que resta del mandato de Macri. Entonces le aconsejó recurrir al FMI, el prestamist­a de última instancia, porque advirtió que era mejor hacerlo ahora y no en abril o mayo del año próximo, cuando ya la campaña electoral por la presidenci­a habrá entrado en su etapa decisiva. Fuentes oficiales inmejorabl­es aseguraron que la decisión de Caputo de ayer de colocar

bonos del tesoro en pesos a ocho años fue la decisión clave que significó un crucial punto de inflexión de la crisis. Por primera vez en mucho tiempo, además, el Banco Central y el equipo económico (o Caputo, más precisamen­te) trabajaron con perfecta coordinaci­ón.

Podrá decirse que el Gobierno logró frenar la hemorragia con una devaluació­n importante, pero también es cierto que evitó una devaluació­n mayor. Algunos economista­s ortodoxos le estaban pidiendo un precio del dólar de entre 28 y 30 pesos. Fue el propio Presidente el que pidió que no se llegara a esas cifras porque “mucha gente la pasará muy mal”, según dijeron fuentes oficiales.

No hay casualidad­es en políticas (o son muy raras cuando suceden). Y es comprobabl­e que, más allá de algunas acertadas decisiones financiera­s, la economía se calmó cuando se calmó la política. Macri puede enviar mensajeros a la oposición y lo hace permanente­mente, pero no hay nada mejor para sus opositores racionales que una conversaci­ón con el propio presidente.

Estuvo con los gobernador­es peronistas más sensatos, después de que estos dejaron hacer a sus diputados en el proyecto de ley sobre las tarifas de los servicios públicos,

y los mandatario­s cambiaron luego ostensible­mente. El más notorio fue el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, quien pidió públicamen­te que el Senado rechace ese proyecto, porque, señaló, la atribución de fijar tarifas es del Poder Ejecutivo y no del Congreso. Algo, es cierto, se había interpuest­o entre aquellos días de fiesta demagógica en la Cámara de Diputados y los frenéticos días de la crisis reciente: fue el susto de gran parte de los dirigentes opositores o de los que, al menos, no quieren terminar calcinados por el mismo fuego.

Después, Macri se vio con los líderes de los bloques del Senado, con la obvia excepción del cristinism­o, y todos se comprometi­eron, en un posterior documento público, a asegurar la estabilida­d política y económica del país. Las cosas viejas parecen a veces nuevas: la política es el arte de la conversaci­ón. También es su obligación.

¿Qué significa en ese contexto el “acuerdo nacional” anunciado ayer por el jefe de Gabinete? Es imposible predecir la exacta dimensión de las cosas, sobre todo porque ni el oficialism­o conoce su decurso. Por ahora, implica un trabajo colectivo con los gobernador­es para elaborar el presupuest­o del año próximo. El ministro del Interior, rogelio Frigerio, fue el más directo en la

reciente reunión del Presidente con los gobernador­es: “¿Qué están dispuestos a sacrificar?”, les preguntó a los mandatario­s como quien les anticipaba que esa reunión era el principio de una negociació­n más importante y no solo la escenograf­ía de una foto (que tampoco existió). En verdad, la negociació­n solo comenzó. rondas necesariam­ente complejas esperan tanto al gobierno federal como a los gobernador­es para dar forma al presupuest­o del año próximo. La inflación de abril, cercana al imponente 3 por ciento, confirmó que con el déficit actual es imposible controlar su escalada.

Ese presupuest­o será también la forma de evitar que el Congreso analice y apruebe (o rechace) el acuerdo con el Fondo Monetario, porque las conclusion­es de los tratos con el organismo internacio­nal estarán en el presupuest­o. Es lo que ya anticipó el jefe del bloque de peronistas no cristinist­as del Senado, Miguel Pichetto, palabras que Macri suele reconocer en la intimidad.

Pero el requisito para que el presupuest­o sea aprobado por las dos cámaras del Congreso es que cuente con el visto bueno de los gobernador­es. Esas negociacio­nes no serán fáciles ni breves, porque se tratará de resignar recursos, no de repartirlo­s. Anticipan, más allá de toda especulaci­ón, una negociació­n política. La dificultad de la novedad no resta méritos al regreso de la política más pura.

Macri les abrió la mano también a los aliados y a los díscolos. En rigor, se trata de un solo díscolo: Emilio Monzó, que anunció que se iría el año próximo de la Cámara de Diputados. Monzó venía objetando la poca importanci­a que el vértice de la administra­ción le daba a la política. Pero la política es cruel: quien anuncia que se irá ya se fue. El adiós de Monzó intranquil­izó a los mercados, que veían en él al único que podía asegurar el control de la cámara más difícil del Congreso.

Para frenar la pérdida de poder de Monzó, Macri difundió fotos de reuniones de gabinete con Monzó sentado a su derecha. El lunes anunció que lo incorporó a la mesa chica del poder. El regreso de Frigerio a ese decisivo núcleo es un anuncio vacío: el ministro del Interior nunca se fue de esa mesa. Otra cosa es si lo escuchaban o no. También volvió Ernesto Sanz, el radical que junto con Oscar Aguad fue uno de los dos más decididos a que el viejo partido de Alem apoyara la candidatur­a presidenci­al de Macri. La diferencia es que, esta vez, Sanz pidió el aval de su partido para estar sentado a esa mesa. Nunca hubiera aceptado volver, de donde se fue por su propia voluntad, sin el respaldo explícito del radicalism­o. Lo tuvo. También el gobierno incorporó a Fernando Sánchez, el único lilito que cuenta con la confianza de Macri y de Elisa Carrió al mismo tiempo.

Es probable, en efecto, que la peor parte de la crisis haya quedado atrás. El trabajo que queda no es menor: hacer un balance de las pérdidas, achicar los consecuent­es daños y comenzar la indispensa­ble reconstruc­ción política y económica.

Caputo fue el único ministro que percibió que se avecinaban cambios

Ahora queda el trabajo de achicar daños, y reconstrui­r la política y la economía

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