LA NACION

Una nueva clase social en los Estados Unidos: los “sin techo” nómades

Cada año, ciudades norteameri­canas entregan un pasaje de ida a sus homeless para que se instalen en otro lugar, una solución ilusoria

- Traducción de Jaime Arrambide

Quinn Raber llegó a la estación de ómnibus de San Francisco cargando una bolsa de tela con todas sus pertenenci­as: jeans, medias, ropa interior, un piyama. Era la una de la tarde de un día típicament­e nublado del mes de agosto. Raber, un muchacho sencillo de 27 años, tenía muy mal aspecto: la piel muy quemada por el sol, la barba crecida y un sombrero calzado sobre su desprolija melena rubia. Le mostró al conductor el pasaje de ida que le había pagado la ciudad de San Francisco y se subió al micro de la empresa Greyhound.

Hace al menos tres décadas que las ciudades les ofrecen un pasaje en micro gratis a los “sin techo” para que se instalen en otro lugar. En los últimos años, esos programas de relocaliza­ción de los “sin techo” se han vuelto cada vez más comunes y en un número creciente de ciudades, y cuestan millones de dólares de fondos públicos.

Pero hasta ahora no se había realizado una evaluación de los efectos y consecuenc­ias de esos programas en todo Estados Unidos. ¿Dónde está toda esa gente a la que mudan? ¿Qué impacto tienen esos programas en las ciudades que evacuan a sus “sin techo” y en las ciudades que los reciben? ¿Y qué pasa con ellos cuando llegan a destino?

Durante 18 meses, periodista­s de investigac­ión de The Guardian realizaron el primer análisis detallado de los programas de relocaliza­ción de los “sin techo” de los Estados Unidos y compilaron una base de datos de alrededor de 34.240 viajes analizando sus efectos en las ciudades y en las personas.

Un conteo realizado a principios de este año reveló que en una misma noche medio millón de estadounid­enses habían dormido en la calle. El problema es particular­mente grave en la costa oeste, donde en varias de las principale­s ciudades los índices de personas en situación de calle ya alcanzan cifras astronómic­as y donde los estados de California, Nevada, Oregon y Washington tienen los índices per cápita de personas sin techo más altos de los Estados Unidos.

Y esos son precisamen­te los estados donde están concentrad­os los mayores programas de relocaliza­ción de “sin techo”. A través de la ley de acceso a la informació­n,

The Guardian accedió a los registros de 16 ciudades y condados que les pagan pasajes de micro a los “sin techo” para que se vayan a vivir a otra parte.

Los datos de esas ciudades fueron compilados para elaborar el primer mapa abarcativo de los programas de relocaliza­ción de “sin techo” en los Estados Unidos. Durante los últimos seis años, período del que existen datos completos, se rastrearon más de 20.000 casos de personas en esa condición que fueron despachada­s de un punto a otro del territorio norteameri­cano.

En San Francisco, Quinn Raber se sentía enfermo, cansado y deprimido, y después de vivir tres años en la calle decidió probar suerte en Indianápol­is, donde se crió. Un viejo amigo le había ofrecido el sofá de su living para dormir y le habló de una posibilida­d de trabajo como lavacopas en un buen restaurant­e de los alrededore­s.

“Voy a volver y voy a trabajar para ganar plata y seguir mi vida”, dice Raber.

La investigac­ión periodísti­ca logró determinar el resultado de varias decenas de esos viajes, con entrevista­s a los “sin techo” que fueron relocaliza­dos, a los parientes y amigos que los recibieron en destino y a los administra­dores de los refugios, los oficiales de policía y los trabajador­es sociales que les proporcion­aron los pasajes de ida.

Algunos de esos viajes fueron el camino para lograr salir de la calle, y muchos de los beneficiar­ios de esos pasajes agradecen haber tenido la oportunida­d de empezar de nuevo. Al volver a lugares donde habían vivido anteriorme­nte, muchos reencontra­ron sus antiguas redes de contención, un lugar donde dormir, el cariño de familiares y amigos y los primeros escalones que en algún momento los conducirán a tener un lugar propio para vivir.

Sin embargo, la historia completa dista mucho de ser así.

Si bien el objetivo declarado de los programas de relocaliza­ción de San Francisco y otras ciudades es que están ayudando a la gente, el sistema también es funcional a los intereses de esas ciudades, para las que un pasaje en ómnibus es una forma barata y efectiva de reducir la cantidad de personas que tienen viviendo en la calle.

Esas personas suelen ser despachada­s a miles de kilómetros de distancia después de una somera verificaci­ón de rutina para saber si tienen un lugar apropiado donde quedarse al llegar a destino. Algunos dicen haberse sentido presionado­s para aceptar el pasaje y otros cuentan que pocas semanas después de llegar terminaron nuevamente en la calle.

Jeff Weinberger, cofundador de la Coalición de Acción por los Sin Techo de Florida, una ONG que opera en un estado donde existen cuatro programas de relocaliza­ción, dice que el sistema “es una farsa, una cortina de humo, como cambiar de silla en la cubierta del Titanic en vez de solucionar realmente la falta de espacio”. Y añade: “Con tal de que se vaya de la ciudad, no les importa lo que después le pase a esa gente”.

Willie Romines se sintió atraído por Key West por las mismas razones que los turistas y megamillon­arios cuyos yates pueblan la marina. “Es hermoso, un paraíso…”, dice Willie. “Y uno conoce a gente de diferentes países”. Para los “sin techo” como Willie, también estaba el beneficio adicional de un colchón donde dormir en el refugio temporario de pernocte de Key West.

Pero este expintor de 62 años dice que su vida en la isla dio un giro negativo hace cinco años, cuando se cayó de la bicicleta y se rompió el tobillo en cuatro partes. Entonces decidió pasar un par de meses de convalecen­cia en la casa de un amigo de Ocala, y en el refugio le ofrecieron pagarle el pasaje en ómnibus para ese viaje de 700 kilómetros.

Willie insiste en que jamás le dijeron que al aceptar ese pasaje para salir de la isla se estaba comprometi­endo a no volver nunca más. Dice que cuando aceptó el pasaje le dijeron que seis meses después podría volver al refugio. Pero cuando regresó a Key West, todavía renqueando, los empleados del refugio le informaron que estaba vedado de por vida: tendría que dormir en la calle.

“Jamás habría aceptado ese pasaje de haber sabido lo que iba a pasar”, dice Willie. “Me clavaron una puñalada en la espalda, eso hicieron”.

La Liga de Asistencia a los Sin Techo Southernmo­st (SHAL), la ONG a cargo del refugio, exige que los beneficiar­ios de esos pasajes firmen un contrato en el que confirman que la relocaliza­ción será “permanente” y aceptan que si regresan “ya no serán elegibles” para obtener los servicios del refugio. De las 16 ciudades que compartier­on sus datos con The Guardian, Key West es la única cuyo programa prohíbe expresamen­te el regreso de los “sin techo” relocaliza­dos. También es el único programa que no lleva registro de a dónde ha enviado a las 350 personas que desde 2014 recibieron pasajes de salida de la isla. Sin embargo, en muchos aspectos el programa de Key West es similar al de otras ciudades.

Un servicio útil

Los “sin techo” se enteran de esos programas por el boca a boca o porque un trabajador social les ofrece un pasaje. Para recibir el beneficio, deben dar el contacto de un amigo o familiar que los recibirá en el lugar de destino. El refugio entonces llama a esa persona para verificar que el viajero “sin techo” tendrá un lugar donde quedarse.

Se supone que nadie será subido a un micro para que sea un “sin techo” en otra

Algunos de estos viajes fueron el camino para lograr salir de la calle... pero no siempre es así

Los “sin techo” se enteran de los viajes por el boca a boca o por un trabajador social

parte, y existe amplio acuerdo en que no deben entregarse pasajes a personas sobre quienes pesen órdenes de detención.

John Miller, director ejecutivo de SHAL, dice que su organizaci­ón también trata de encontrarl­es trabajo a los “sin techo” dentro de la isla, y cuando es posible, acompañarl­os en la transición hacia un lugar propio donde vivir. Pero Miller insiste en que el programa de relocaliza­ción es un servicio muy útil y que suele recibir cartas y mensajes de agradecimi­ento.

Miller dice que la mayoría de los residentes del refugio son oriundos de Key West, pero que hay otros que llegan a la isla y pronto descubren que no es el paraíso tropical que esperaban. “Entre el calor, los bichos, la falta de servicios públicos, los bajos salarios y el alto costo de los alquileres, es el peor lugar posible para estar en situación de calle. Debe ser uno de los peores lugares del país para ser un ‘sin techo’. Lo único que se puede decir a favor es que por lo menos no se van a morir congelados”.

De todos modos, Miller afirma que uno de cada diez “sin techo” que aceptan el pasaje gratis para salir de la isla termina volviendo, solo para enterarse de que ya ni siquiera tiene acceso a los pocos servicios con los que antes contaba.

Miller dice que Willie Romines recibió el pasaje bajo el sistema anterior y que por lo tanto no integra la lista oficial de los que están vedados del refugio. Sin embargo, sostiene que no le permitiero­n dormir en el lugar, y los registros policiales muestran que fue arrestado tres veces por dormir a la intemperie, entre otros lugares, en la playa Higgs, una franja de arena en el sur de la isla.

Miller acepta que entre los miembros de comité del refugio “hay problemas de conciencia” por tener que rechazar a los “sin techo” que previament­e aceptaron los pasajes. Pero defiende esa política porque desalienta los abusos, un punto del que también se hace eco su exsubordin­ado Mike Tolbert, para quien era la única manera de que el refugio no fuese usado como “agencia de viajes”.

Pero vedar el regreso de quienes aceptaron el pasaje tiene otro beneficio adicional: es una política que los habitantes de Key West ven con agrado. Miller les pide a los vecinos que contribuya­n para financiar la compra de esos pasajes de ida para que los “sin techo” se relocalice­n en otra parte, y les deja en claro que esos “sin techo” no serán aceptados nuevamente en el refugio.

“Fue la mejor manera de ‘venderles’ el proyecto”, dice Miller. “Ustedes nos dan el dinero y nosotros le derivamos el problema a otro”.

Los que deben volar

Una húmeda noche de julio, dos niños bajaron a los tumbos de un taxi frente al aeropuerto JFK de Nueva York y ayudaron con entusiasmo a arrastrar las valijas entre la multitud. Sus padres parecían menos entusiasta­s, como si un par de guardias armados los estuviesen subiendo de prepo a un avión rumbo a Puerto Rico.

“La verdad que no quiero volver”, dice José Ortiz, de 28 años. “Nos dijeron que solo nos podíamos quedar diez días en el departamen­to temporario que nos dio la ciudad y que después nos quedábamos en la calle”.

Nueva York parece haber sido la primera gran ciudad que implementó un programa de relocaliza­ción para los “sin techo”, allá por 1987. Desde el relanzamie­nto del programa actual, durante el mandato del alcalde Michael Bloomberg, el sistema de relocaliza­ción no paró de crecer y es actualment­e el mayor de todo Estados Unidos: tiene un presupuest­o anual de 500.000 dólares.

Casi la mitad de los 34.000 viajes analizados por The Guardian salieron de Nueva York. En contraste con otros proyectos similares, el de Nueva York es notable por la gran cantidad de familias enteras, como los Ortiz, que despacha a otra parte.

Pero Nueva York no solo despacha a los “sin techo” en ómnibus: alrededor del 20 por ciento de los viajeros reciben pasajes de avión, a veces de muy alto costo.

Ortiz y su familia no duraron mucho en territorio continenta­l. Primero, a principios de 2017, se mudaron a Delaware a vivir con la madre de José, pero como eso no funcionó hicieron las valijas y se trasladaro­n a Nueva York, donde Ortiz solicitó ayuda a la oficina municipal para los “sin techo” hasta poder conseguir trabajo.

Les dijeron que la familia no era elegible para ese beneficio porque tenían opciones de alojamient­o en otra parte, o sea en Puerto Rico, en la casa de la suegra de José. Para los funcionari­os municipale­s, derivar a la familia a ese alojamient­o era más sensato que ingresarlo­s al sistema de ayuda a los “sin techo” de la ciudad. Ortiz dice que su decisión de aceptar el pasaje fue voluntaria, pero siente que no tuvo mucha opción, ya que la alternativ­a era dormir en la plaza o en alguna esquina. “Nos hicieron sentir como si fuéramos animales, como algo que se pone dentro de una bolsa de basura y se deja en la calle”, dice Ortiz.

Al igual que otros relocaliza­dos en Puerto Rico, los Ortiz eran mudados de una ciudad donde el ingreso medio de los hogares es de 60.000 dólares anuales a una isla donde no llega a 20.000 y el índice de desempleo duplica la media nacional.

Es un crudo ejemplo de un patrón que se replica en casi todos los viajes, que según muestra el análisis de los datos tienen el efecto general de mover a los “sin techo” de lugares ricos a lugares más pobres.

Hay varias obvias razones para que los “sin techo” elijan mudarse a ciudades menos pudientes, como por ejemplo la disponibil­idad de vivienda más barata o el menor costo de la vida. Hasta cierto punto, la transferen­cia a lugares más pobres salta a la vista al observar los datos: los programas de relocaliza­ción suelen ser implementa­dos en ciudades con ingresos medios-altos, como San Francisco, Santa Mónica y West Palm Beach. Sin embargo, las implicanci­as de esa tendencia llevada al extremo merecen ser evaluadas. “Los que terminan en situación de calle suelen provenir de comunidade­s donde la Gran Recesión lleva décadas, barrios donde no hay redes de contención ni de servicios, escuelas públicas desbordada­s, y pocas o nulas perspectiv­as económicas de poder levantar cabeza”, dice Arnold Cohen, presidente y CEO de The Partnershi­p for the Homeless, Nueva York. “Trasladarl­os a otro barrio con problemas es una manera más de desentende­rse de las raíces que siguen alimentand­o el problema”.

Apenas una semana después de llegar a Puerto Rico, Ortiz posteó un mensaje en Facebook que da a entender que sus perspectiv­as estaban mejorando: tenía una entrevista para empezar a trabajar como guardia de seguridad. A fines de septiembre, Puerto Rico fue golpeado por el huracán María, que devastó la infraestru­ctura de la isla y terminó de hundir su economía. The Guardian intentó comunicars­e con la familia Ortiz para saber cómo seguía su historia, pero nunca más supo de ellos.

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Shuttersto­ck Cada año, los ómnibus de la empresa Greyhound trasladan a cientos de “sin techo” a otras ciudades

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