LA NACION

Las marcas que el tornado dejó en el Gobierno

- Carlos Pagni

El Gobierno y los principale­s operadores económicos disfrutaro­n de un alivio las últimas 48 horas. Mauricio Macri fue más categórico: declaró superada la crisis financiera que se desató hace tres semanas. Pero esa tormenta puso bajo fuego al Presidente y su sistema de poder. Es imposible saber si esa crisis era el trauma que el oficialism­o hubiera requerido en un comienzo, para justificar sus ajustes económicos.

Seguro es el cimbronazo que necesitó para, en estas horas, revisar algunos comportami­entos. Se presta una nueva atención a la estrategia fiscal y, sobre todo, monetaria. Y se ensaya una reconcilia­ción con los aliados y un acercamien­to a los rivales. Nada que sorprenda: Macri intenta regresar a los procedimie­ntos y prioridade­s anteriores a las elecciones de octubre. Lo llamativo no es que vuelva. Lo llamativo es que los hubiera abandonado.

La tensión se disipó anteayer, cuando el Banco Central logró recolocar las Lebac y que el dólar se replegara. En ese éxito fue decisiva una operación promovida por Luis Caputo, con quien Federico Sturzenegg­er ha de estar, sin duda, agradecido. El ministro de Finanzas hizo gestiones para que los fondos BlackRock y Templeton adquiriera­n bonos en pesos por millones de dólares. BlackRock es el principal administra­dor de activos del planeta. Templeton está entre los primeros veinte.

Se sospecha que también otro gigante, Pimco, intervino en la licitación. Cuando los operadores financiero­s detectaron que esos megajugado­res se deshacían de US$3000 millones a menos de $25 para comprar papeles en pesos, los Botes, a una tasa de alrededor de 21% a 8 años y de 19% a 5 años, entendiero­n que la turbulenci­a estaba, por el momento, superada. Renovar las Lebac era, entonces, razonable.

Templeton y BlackRock estaban lejos de hacer un favor político. Entre los expertos se afirma que uno de ellos hizo un extraordin­ario negocio saliendo con el dólar a $20 y regresando cuando estaba a $25. ¿Por qué no? En el caso de los Botes, los fondos estaban mejorando la rentabilid­ad promedio de sus posiciones en esos mismos bonos, comprados hace más de un año a tasas que resultaron muy inconvenie­ntes. No ayudaban a Macri. Se ayudaban a sí mismos. El efecto BlackRock-Templeton es una prueba del fetichismo con que suele moverse el mercado.

Los financista­s a los que no les había alcanzado para tranquiliz­arse el anuncio de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal, asociado a condiciona­lidades fiscales y monetarias, se calmaron al enterarse de que ignotos ejecutivos de dos o tres marcas estelares declaraban que, para ellos, había terminado la tormenta. Las expectativ­as son el opio de los pueblos.

Más allá de este desahogo financiero, el Gobierno quedó marcado por el paso del tornado. El gabine- te estuvo en sesión permanente desde el viernes. Los principale­s ministros, encabezado­s por Gustavo Lopetegui y Mario Quintana, ofrecieron su renuncia al Presidente. Pero también fueron al ataque: recrudecie­ron las críticas a la gestión de Sturzenegg­er. Sirvió de poco. El domingo por la tarde Macri ratificó a todos. Y se molestó por los cuestionam­ientos al presidente del Banco Central, quien ayer reconoció que “tendremos que reflexiona­r sobre el mensaje del mercado”. Una manera de avisar que sobrevivió.

Estas palabras no despejaron algunas incógnitas. ¿Sturzenegg­er será sustituido más adelante? ¿Se lo mantendrá, pero rodeado de otros colaborado­res, para salvar deficienci­as técnicas? Y el interrogan­te principal: ¿abandonará el Gobierno el sistema de metas de inflación para retomarlo cuando la macroecono­mía esté estabiliza­da?

Macri confirmó ayer a todo su gabinete. “Las soluciones las buscaremos dentro de este equipo”, había adelantado, delante de su equipo, el lunes por la mañana. Él suele justificar­se en estos términos: “¿Cuánto me lleva lograr que alguien de afuera aprenda la tarea y se adapte al resto del equipo?”.

El staff permanece, entonces, sin cambios. Las modificaci­ones se verifican solo en la gestión política. Y son ínfimas. Macri, y sobre todo Marcos Peña, reincorpor­ó a la mesa de discusión al presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, y al radical Ernesto Sanz, avalado por Alfredo Cornejo, el presidente del partido. No es una reforma que llame la atención. Solo se repuso el formato originario. La única novedad es la integració­n de Fernando Sánchez, de la Coalición Cívica.

Este regreso a los orígenes subraya las propension­es endogámica­s que dominan el núcleo del oficialism­o. Es curioso, por ejemplo, que un gobierno que está en minoría en el Congreso hubiera excluido de las decisiones al presidente de la Cámara de Diputados. La reapertura se debió a Peña, pero también a María Eugenia Vidal. Ayer se realizó un primer encuentro, del que participar­on Peña, Quintana, Lopetegui, Monzó, Sanz y el radical Gerardo Morales.

La preocupaci­ón principal del grupo es la relación con el peronismo. Todavía es una inquietud abstracta. Nicolás Dujovne no precisó cuáles son los compromiso­s ante el Fondo. Aun cuando, el domingo, hizo una presentaci­ón detallada del nuevo programa fiscal, delante de Macri y de los funcionari­os de la Jefatura de Gabinete.

El Presidente insistió ayer en que la reducción del déficit será su objetivo principal. En rigor, enfatizó una tarea que ya se venía realizando. El incremento de la recaudació­n ha sido desde hace meses muy superior al del gasto.

Esta tendencia es tan notoria que el Gobierno analizó, hace un par de meses, ajustar la meta fiscal de este año. Desistió de hacerlo para no regalar un argumento a los que despotrica­n contra el aumento de tarifas. ¿Cómo justificar que se retiran subsidios si las cuentas públicas se equilibran antes de lo previsto? Dujovne hizo ese anuncio hace dos viernes, como respuesta al shock de desconfian­za de los inversores.

La relevancia del objetivo fiscal expresa, sin embargo, un giro retórico. El Macri de ayer pareció mucho más sensible a las expectativ­as del mercado que el que habló ante el Congreso el 1º de marzo.

Aquellas pretension­es de reducir la ingesta de azúcar, terminar con el sexismo salarial o convertir Campo de Mayo en una reserva ecológica parecían las de un país nórdico, que había resuelto los desequilib­rios heredados. Una divergenci­a sideral con la recomendac­ión del Fondo en su revisión del artículo IV, ahora una biblia, de aplicar el capital electoral de octubre a las reformas pendientes.

El temario, mucho más prosaico, impuesto por la crisis obliga a Macri a reexaminar la relación con el PJ. Ayer habló de un gran acuerdo nacional, de ecos lanussiano­s. Ya se fijaron algunas premisas. No se aceptará que el Fondo condicione el financiami­ento a la sanción de leyes específica­s.

El Gobierno, en minoría, no quiere que cada medida lo ponga al borde del abismo. La discusión con la oposición pasará por el presupuest­o nacional. El oficialism­o que se sienta a discutir está debilitado. Y deberá renegociar sus promesas con el electorado. Lo reconoció Dujovne: habrá más inflación y menos crecimient­o. Los peronistas, por lo tanto, tampoco son los mismos. Su principal hipótesis operativa, que Macri tenía escriturad­a la reelección, ha sido puesta en duda. Los gobernador­es y legislador­es que deliberan con Rogelio Frigerio y con Monzó serán menos generosos porque ahora se animan a fantasear un ballottage.

Hay otra alteración en el paisaje. Casi todas las provincias exhiben superávit primario. Es el resultado de que la recaudació­n ha mejorado y de la devolución de coparticip­ación. Presionar a los gobernador­es es menos efectivo.

Se entiende, entonces, que la administra­ción central se haya vuelto más severa: desde el viernes pasado, los avales de endeudamie­nto provincial deben ser firmados, además de por Frigerio, por Peña y por Dujovne.

El peronismo exkirchner­ista tiene una inquietud central: que Cambiemos no avance con candidatur­as locales en las provincias donde ganó las legislativ­as. Esta disputa electoral está en el trasfondo de cualquier negociació­n. Macri afronta, en este caso, un dilema. Para tranquiliz­ar al PJ debe desalentar las pretension­es del radicalism­o, que aspira a quedarse el año próximo con, por lo menos, ocho provincias.

El PJ federal también está en una encrucijad­a. Si se opone demasiado, se identifica con el kirchneris­mo. Si se muestra solidario, alimenta al kirchneris­mo derivándol­e el voto descontent­o.

En la mesa de arena del Gobierno, que quedó instalada ayer, estas contradicc­iones son teóricas. La verdadera preocupaci­ón se refiere a lo que suceda dentro de dos meses, cuando el pronóstico descarnado de Dujovne se comience a corroborar. El temor de Macri está en la calle.

La principal preocupaci­ón de la mesa política es la relación con el peronismo

El incremento de la recaudació­n ha sido desde hace meses muy superior al del gasto

El Macri de ayer pareció mucho más sensible a las expectativ­as del mercado que el que habló ante el Congreso el 1º de marzo

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