Arturo puig y Jorge Marrale se unen para recrear un clásico
Jorge Marrale y Arturo Puig protagonizan una nueva versión de esta obra que marcó una época y que tiene la impronta en la dirección de Corina Fiorillo
el vestidor
Definida como “una conmovedora historia sobre los amores, los artistas, los vínculos y los temores”, El vestidor, la pieza del sudafricano Ronald Harwood, regresó a la cartelera teatral de Buenos Aires, donde se dio a conocer por primera vez en 1997. Fue uno de los espectáculos más destacados de aquella temporada. Protagonizada por Federico Luppi y Julio Chávez, el elenco se completaba con Mónica Galán, Elvira Onetto, Jorge Ochoa y Nancy Dupláa, con dirección de Miguel Cavia.
Ahora sube a escena en el mismo complejo donde se estrenó aquella vez: el Paseo La Plaza. Bajo la dirección de Corina Forillo está interpretada por Arturo Puig, Jorge Marrale, Gaby Ferre- ro, Ana Padilla y Belén Brito.
Harwood es un prestigioso dramaturgo y guionista cinematográfico que, en general, concibe sus trabajos a partir de dos ejes. Por un lado siente un profundo amor por los artistas y los retrata en sus obras de forma muy apasionada y sensible, como en los dramas
Después de los leones u Otros tiempos. Por otro, en algunas de sus producciones, las historias están atravesadas por la Segunda Guerra Mundial. Es el caso, entre otras, de la película El pianista.
En El vestidor confluyen ambas cuestiones. La obra, que alcanzó un gran éxito en el West End londinense y en Broadway en 1980, tuvo dos versiones cinematográficas (ver aparte). La trama muestra a una compañía teatral shakespeariana que está en gira en tiempos en que Inglaterra era invadida por fuerzas del nazismo. Dicha compañía posee a un reconocido intérprete, Bonzo, quien además cumple los roles de director y productor. El artista tiene un asistente personal, Norman, un vestidor que lo acompaña, lo contiene, lo ayuda a llevar su vejez con mayor dignidad en momentos políticos difíciles y cuando, además, su salud se está resintiendo notablemente.
El material tiene mucho de autobiográfico. Ronald Harwood se trasladó de Sudáfrica a Londres con la intensión de formarse teatralmente. Luego se unió a la prestigiosa Shakespeare Company cuyo director era el talentoso sir Donald Wolfit, de quien fue vestidor durante cinco años. Esa experiencia, en parte, es la que traslada a esta pieza teatral y lo hace con una elocuencia conmovedora.
La acción de la obra se desarrolla en el camarín de Bonzo, un ámbito muy especial para los intérpretes. El espacio donde lentamente y, siguiendo sus tiempos internos, se van transformando en esos personajes que luego, sobre el escenario, desplegarán sus múltiples cualidades. Y es precisamente en un camarín donde Arturo Puig y Jorge Marrale reciben a la nacion para referirse a esta pieza que vuelve a unirlos en una sala de la calle Corrientes.
Ellos vienen de compartir una comedia del francés Eric Assous, Nuestras mujeres, junto con Guillermo Francella. Ahora el desafío es diferente. “Es una obra que requiere meterse física y emocionalmente –explica Marrale–. Es un tour de force agradable. Me parece que por esas características se ha convertido en una especie de clásico. Son esas obras que a medida que las vas transitando pensás: ‘Hace tiempo que no me llegaba un material así’”.
Ambos artistas deben ponerse en la piel de dos criaturas muy particulares y opuestas, pero que, lanzadas a jugar, dan forma a un universo extremadamente movilizador. “Norman, el vestidor, es un hombre que se desvive por el actor –cuenta Arturo Puig–. Siente por él un amor muy profundo, enorme. Está muy pendiente de lo que hace y trata por todos los medios que, esa noche cargada de complejidades, pueda hacerse la función. Es un personaje que tiene un pasado, que no se cuenta mucho, en el que se mezclan la locura y un poco de violencia, y estar en el teatro lo ha salvado. En ese ámbito se siente bien, seguro. Y lo dice: ‘En el teatro el dolor se tolera’. Tanto Jorge como yo pasamos por distintas situaciones. Nos reímos mucho y también nos peleamos. Nos necesitamos. Bonzo a veces lo somete un poquito y Norman se cobra las cosas que le hace, pero siempre desde un lugar de gran respeto”.
Marrale piensa que esta relación tiene un fuerte atractivo para los actores porque de alguna manera es teatro dentro del teatro. “Estamos haciendo algo que nos toca, que nos roza. Los conflictos que se pueden ver, más allá de que muestran lo existencial de cada uno, exploran el oficio del actor. Aquí concretamente hay que hacer la obra a pesar de no estar en condiciones. Bonzo es un caso extremo porque sale del hospital para hacer la función, pero, independientemente de eso, hay algo de lo vincular que está muy enganchado con nosotros. Aunque en forma muy particular el autor se ocupa de que el vínculo sea especialísimo, nosotros estamos acostumbrados a tener relaciones similares en esta profesión. Con nuestros compañeros, con el asistente, el vestuarista, y eso es un desafío. Es probable que el público no sepa que es tan así, aunque puede imaginar algo. Esta es una obra que nos hace transitar a todos por estados anímicos tan distintos que hay que recurrir a lo mejor de nuestro oficio, a lo mejor de la interpretación. Bonzo es alguien que no solo es actor, sino director y productor de la compañía. Es el que reúne esos tres elementos y que, de alguna manera, a veces es despótico, pero también esconde una debilidad. No es un coloso. Está haciendo gira por Inglaterra en tiempos de guerra. Y antes de salir a hacer El rey Lear bombardean la ciudad. El público y todos nosotros estamos en medio de la guerra y el afuera en esta pieza es muy importante, muy potente”, agrega.
El ambiente en el que Harwood ubica la acción de su pieza también recrea algo de la realidad a la que los creadores debían enfrentarse en aquellos tiempos. “Está comprobado que en Londres, en medio de los bombardeos, los teatros estaban llenos –comenta Puig–. La gente debía enfrentar ese sufrimiento. De pronto sonaba una sirena y tenían que correr a resguardarse de las bombas. Creo que el teatro es sanador para el actor y para el público. Es una convocatoria a pesar de lo que pase afuera. Hasta transforma un pensamiento o una manera de ser”.
Marrale resalta que esos seres estaban enfrentados a la realidad más cruel y, sin embargo, el público concurría al teatro de todos modos. “Iban para ver algo que era una ficción lo suficientemente creativa como para alentar el espíritu y abrirlo a pesar del desastre –describe–. Esto me parece maravilloso. Al cabo de los años nos seguimos juntando para escuchar una fábula, algo que no existe, pero todos lo vivimos como si verdaderamente fuera real”.
Y en El vestidor esas cuestiones se potencian notablemente. Como sintetiza el actor: “Porque es un homenaje al teatro. Un homenaje explícito al sacrifico, a la bondad, a la salvación y también a la creación.”
El vestidor
Dirección: Corina Fiorillo
Paseo La Plaza, Corrientes 1660
De miércoles a domingos.