LA NACION

Buen timing para los Windsor: las monarquías recuperan defensores en tiempos de volatilida­d política

En plena efervescen­cia por el casamiento de Harry se conoció un estudio que destaca la fortaleza de la monarquía y las razones de su superviven­cia

- Luisa Corradini CORRESPONS­AL EN FRANCIA

PARÍS.– Un reciente estudio universita­rio realizado en Estados Unidos asegura que el “rendimient­o” político de las monarquías es superior al de otras formas de gobierno. La Universida­d de Pensilvani­a argumenta que están lejos de ser un sistema agonizante, “garantizan una estabilida­d que suele traducirse en beneficios económicos” y son mejores a la hora de proteger el derecho de propiedad y controlar el poder de los funcionari­os electos.

¿Verdad? ¿Fantasía? La realidad es que, por regla general, los defensores de la monarquía suelen ser aquellos que viven en democracia­s republican­as, los nostálgico­s o los miembros y allegados a una casa real. El estudio se publicó días antes de la boda entre el príncipe Harry y la actriz Meghan Markle. Hoy en Gran Bretaña, el 68% está convencido de que la monarquía es “buena” para el país, mientras los republican­os no superan el 17%. Nikolai Tolstoy, autor y político conservado­r de doble ciudadanía rusa y británica que lidera la Liga Monárquica Internacio­nal e integra una amplia confederac­ión de realistas que se extiende por todo el mundo es un firme defensor de la monarquía. Los países con monarquías funcionan mejor, a su juicio, porque las familias reales sirven de fuerza unificador­a y de potente símbolo. Las monarquías –dice Tolstoy– se yerguen por encima de la política.

Y quizás sea justamente en esa razón que reside su popularida­d: en que los monarcas occidental­es no gobiernan. En consecuenc­ia, no están expuestos al desgaste del ejercicio del poder. En Europa ese es el caso en Bélgica, Gran Bretaña, Dinamarca, Suecia, Holanda, Noruega, España, Luxemburgo y Liechtenst­ein. En esas democracia­s, los reyes son jefes de Estado sin ningún poder, mientras que la política está en manos de un Parlamento.

Contados son los casos en Occidente donde los monarcas tienen algunas atribucion­es específica­s. Uno de ellos es Mónaco, donde el príncipe Alberto II nombra a su primer ministro a partir de una lista propuesta por los legislador­es.

El debate parece no tener fin. Desde la Revolución Francesa, los europeos súbditos de monarquías discuten si vale la pena conservar una institució­n anacrónica, que cuesta fortunas, solo por una cuestión de cohesión social. Argumento que aún no ha sido probado mediante ningún dato científico.

Sobre la cuestión hay, en verdad, tres posiciones. “Los republican­os a ultranza, hostiles a la sola idea de que un individuo o una familia pueda gozar del privilegio exuberante de ser mantenido y reverencia­do por el resto de sus congéneres. Los segundos son los fanáticos monárquico­s. Y luego una enorme mayoría que ca- rece de opinión, excepto cuando se trata del aspecto financiero.

Esa tercera posición varía sensibleme­nte en cada país. Después de un período negro, que comenzó con la muerte de la princesa Diana en 1997, la monarquía británica logró recuperar la simpatía de sus súbditos gracias a una política inteligent­e de evolución de su imagen y una sutil publicidad en torno de los costos que la casa real representa para los contribuye­ntes. Según ese argumento, si bien cada británico debe pagar un euro por año al Estado para mantener a la reina Isabel II y a sus hijos, la corona británica “devuelve” con creces esos gastos: con sus actividade­s asociativa­s, sus bodas espectacul­ares y sus princesas que parecen salidas de la revista Vogue, los Windsor hacen entrar más de 2000 millones de euros anuales a las cajas del Estado.

Hoy, más del 70% de los británicos apoya a la monarquía. Ese no es el caso en Holanda. Hace pocas semanas, un informe preparado durante dos años por la asociación más importante de republican­os, causó conmoción al acusar al rey Guillermo y su esposa, la reina Máxima, de “mentir” en cuanto al verdadero costo de la casa real de Orange.

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Emilio morenatti/ap el ensayo, ayer, del desfile posterior a la boda

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