LA NACION

Buena Vista Social Club. Esa música que logró hacer bailar al mundo

Los sobrevivie­ntes de la orquesta Buena Vista Social Club, el fenómeno de la música popular cubana de 1997, pasaron por Buenos Aires y hablaron del final y los años del boom

- Gabriel Plaza

“El son es lo más sublime para el alma divertir”, recita Barbarito Torres, y Elíades Ochoa completa: “Se debería morir quien por bueno no lo estime”. Dos figuras claves de la música tradiciona­l cubana y sobrevivie­ntes del proyecto Buena Vista Social Club –un fenómeno musical que se volvió viral en una época en que no existía la inmediatez de las redes sociales– están de vuelta como parte del tour despedida que vienen realizando desde 2014.

A más de dos décadas de la salida del disco que reunió a leyendas olvidadas de la música tradiciona­l cubana como Compay Segundo, Rubén González, Ibrahim Ferrer, Cachaíto, Elíades Ochoa, Guajiro Mirabal, Omara Portuondo y Barbarito Torres, la demanda sigue siendo tan fuerte que la orquesta todavía no puede decir el adiós definitivo.

“Nos estamos despidiend­o como hace cinco años. Es que nos queda la responsabi­lidad de seguir haciendo la música tradiciona­l y autóctona. Nos toca la responsabi­lidad de mantenerla y que la mantengan los jóvenes que puedan seguir el legado que los maestros nos dejaron a nosotros”, acierta Barbarito Torres, prodigioso intérprete de laúd, cuya forma de tocar quedó patentada por la frase: “Se volvió loco Barbarito. Hay que ingresarlo”.

Aquellas mágicas sesiones se realizaron en los estudios Egrem de La Habana en 1996. La edición del disco a través del sello inglés World Circuit, con la producción del norteameri­cano Ry Cooder, y el documental dirigido por Win Wenders no hicieron más que transforma­rlo en un producto global. Un año después, la música cubana estaba haciendo bailar al planeta al ritmo de “Chan chan” y “El cuarto de Tula”.

“Fue increíble. Dos años después de grabar el disco ya habíamos abierto las puertas de la música cubana al mundo. Creo que tenemos que sentirnos unos privilegia­dos de la naturaleza. Tomamos ese camino de hacer música cubana y nos dio todo. Por eso le seremos fiel hasta la muerte”. Elíades Ochoa no sonríe, es una promesa que se hizo. En Santiago de Cuba, la palabra es un documento sagrado.

Elíades y Barbarito son las estrellas sobrevivie­ntes del Buena Vista Social Club junto a la gran diva cubana Omara Portuondo y Guajiro Mirabal, que forman parte de esa orquesta dirigida por el brasileño Swami y un conjunto de muy buenos profesiona­les que siguen el estilo de las orquestas de oro de las décadas del cuarenta y el cincuenta. Ellos son los que siguen girando por el mundo en este tour despedida que culminará con este recorrido final, que pasó anoche por el estadio Luna Park. “En cualquier momento ya nos va a agarrar la despedida, pero de cada cual en el velorio”, bromea Barbarito, y arranca la sonrisa sincera de su compañero Elíades Ochoa.

El efecto Buena Vista Social Club permitió que resurgiera un interés por toda la música tradiciona­l cultivada en la isla, su historia y sus glorias de antaño. “La música cubana ha echado raíces y goza de una salud extraordin­aria. A nosotros nos llaman maestros, pero en realidad somos alumnos aventajado­s. Maestros eran Pepe Sánchez, Emiliano Blez, Sindo Garay y Miguel Matamoros. Si logramos que la naturaleza nos dé unos años más de vida y podemos seguir haciendo un buen trabajo es muy posible que en un tiempo podamos aceptar que nos digan maestros. Mientras tanto tenemos que seguir aprendiend­o de ese gran libro que nos dejaron nuestros antecesore­s”.

El Buena Vista Social Club debe su nacimiento a los caprichos del destino. La historia cuenta que Ry Cooder tenía alquilados los estudios Egrem para un proyecto entre el Cuarteto Patria, donde tocaba Elíades Ochoa, y los músicos Bassekou Kouyate y el guitarrist­a Djelimady Tounkara, de Malí, que nunca llegaron por un problema de visado. “El gran padre del proyecto terminó siendo Juan de Marcos González, no Ry Cooder”, rectifica el cantante guajiro Elíades Ochoa. “Fue Juan de Marcos quien salió a buscar a todos los músicos cubanos con un largo historial y los llevó al estudio para aprovechar esas jornadas de grabación. Ry tuvo la visión de grabar todo eso”.

El reencuentr­o en el estudio de todas esas glorias (algunas retiradas, como Ibrahim Ferrer y Rubén González, que ni siquiera tenía un piano donde tocar) fue como un nuevo big bang para la música popular cubana. “El gran Chucho Valdez dice que el siglo pasado comenzó con el boom de la música tradiciona­l con proyectos como el trío Matamoros y cerró el siglo con otro boom de la música tradiciona­l como fue el proyecto Buena Vista. Es una música que siempre marca momentos muy importante­s en el mundo”, apunta Barbarito Torres.

De esas sesiones afiebradas tienen muchos recuerdos. Barbarito Torres cuenta: “Una de las cosas que sentí es que en ese disco nada estaba planificad­o. Nosotros tocábamos y Ry Cooder nos estaba escuchando todo el tiempo. Entonces decía: ‘Eso mismo’ y se lo ponía a grabar. Era una locura. Nos estábamos divirtiend­o. De golpe Elíades sacaba un

número musical y Compay lo seguía con otro. Había un ambiente de descarga musical. Todo eso se fue grabando y así como pasó quedó registrado en el disco”.

En ese álbum no quedó solo plasmada una música, sino también la cultura popular y la forma de vida cubana de mitad de siglo. Para Elíades ese disco todavía sigue siendo una gran fuente de la que se pueden aprender las raíces de la música que él mismo aprendió de su padre, nacido en 1908. “Yo sigo cantando lo que él escuchaba de niño”, argumenta.

El proyecto desarrolló su propia mística. Las grabacione­s en los viejos estudios Egrem y el historial que traía cada uno de sus integrante­s le dieron un clima original al proyecto. Barbarito Torres, el más joven de ese selecciona­do, ya había tocado con todos los grandes pianistas de la isla, como Frank Fernández, Emilio Morales y Peruchín. Por su parte, Elíades Ochoa capitaneab­a desde 1978 el Cuarteto Patria, una institució­n de la música del oriente cubano.

“El primero que grabó ‘Chan Chan’ fue él. Tiene un estilo en la guitarra único que no se puede perder”, lanza como elogio Barbarito. Su compadre no se queda callado. “Para Barbarito, su laúd no tiene secretos. Uno mira un laúd en Cuba y ve a Barbarito. Lleva tantos años tocando el laúd que también se parece a su instrument­o”, lanza, y todos se ríen de la ocurrencia.

Dicen que la música cubana es compleja y no la puede tocar cualquiera. “Para un americano es imposible tocar ‘El cuarto de Tula’. Tendría que ensayarla por seis meses y en ayunas. Fíjese que el mismo Ry Cooder, que es un gran productor, solo nos podía acompañar y metía esa guitarra con slide que hacía ‘queeeinnn’, pero nada más. En Cuba hay un decir del pueblo: ‘Yo nací con música en la sangre y sin problemas en la circulació­n’. Creo que muchos del Buena Vista tuvimos esa bendición”.

A pesar de que dio varias vueltas al mundo en estos últimos veinte años, Elíades Ochoa lleva el sombrero guajiro como un signo de su identidad. “Si no hubiera nacido para ser lo que soy, un músico de Santiago de Cuba, un músico de pueblo, hubiera sido mejor no nacer. Antes tocaba guitarra por la calle y pasaba el sombrero para poder vivir. Hoy necesito muchísima más vida para seguir tocando”. –¿Entonces es el adiós definitivo de Buena Vista Social Club?

Elíades Ochoa: –Mira, chico, dondequier­a que se pare Barbarito en un escenario van a ver al Buena Vista. Cuando yo me pare a cantar el “Chan Chan”, estarás escuchando de nuevo al Buena Vista.

“En Cuba hay un decir del pueblo: ‘Yo nací con música en la sangre y sin problemas en la circulació­n” Elíades Ochoa “El siglo pasado comenzó con el boom de la música tradiciona­l con el trío Matamoros y cerró el siglo con otro boom de la música tradiciona­l como fue el proyecto Buena Vista” Barbarito Torres

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De izquierda a derecha: Barbarito Torres, Elíades Ochoa y Swami, nuevo director musical
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Alejandro guyot

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