Manic Street Preachers apela a su historia
El tiempo dotó a los galeses Manic Street Preachers de sabiduría. Como indican en el título de su 13er. álbum, Resistance is Futile, saben que no tiene sentido resistirse y eligen abrir su obra con una declaración de principios: “La gente se cansa/La gente envejece/La gente es olvidada/ La gente se vende/La gente se vende”, reafirma James Dean Bradfield en la épica “People Give In”.
“No hay una teoría de todo/no hay una concepción inmaculada, no hay un crimen que perdonar”, insiste la voz cantante de este trío que ya superó los 30 años desde su formación. Cuando se alcanza esa edad escribiendo canciones, cada verso cuenta. Y si se trata de Manics, aún más. Porque si hay algo para reconocerle a esta banda es la capacidad de mantener en alto su propia bandera durante décadas, sin dejarse erosionar.
Resistance is Futile consigue ser un disco relevante por su concepto y también por su sonido. No es difícil rastrear su ADN en canciones como “International Blue”, “Sequels of Forgotten Wars” o “Broken Algorithms”, donde los machaques de guitarra recuerdan con nostalgia a ese hard rock casi glam que ensayaban en épocas de “Slash ‘n’ Burn”. Justamente es “Broken Algorithms” el tema donde el grupo mira al presente y elabora una crítica a esta era de fake news y redes sociales: “A medida que acaricias la belleza de tus pantallas/ Recuerda que la misión es ser dueño de tus sueños/Para evitar impuestos y ordenar tu vida/Para venderte un futuro que quizás no desees”, dispara Bradley. Y no está lejos de la verdad.
El antecedente más cercano es Futurology (2014), un álbum de tintes electrónicos que tiene en la tapa a una suerte de chica astronauta eclipsada por un rayo de sol. El último disco, en cambio, presenta a un samurái de perfil, con su armadura característica, el pelo recogido y una mirada entre agotada y lista para atacar: una mirada sabia. El contraste también se hace evidente en el plano sonoro: Resistance is Futile, de carácter orgánico y guitarrero, nunca suena a una continuación del álbum anterior.
El disco alcanza su vuelo propio en canciones como “Distant Colours”, con un estribillo que pide a gritos sonar en un estadio, o en la encantadora “Vivian”, un homenaje a la niñera de Chicago Vivian Maier, cuyo tesoro de 150.000 fotos fue encontrado después de su muerte (“Vivian, ¿alguna vez te diste cuenta?/ Todo ese misterio que dejaste atrás”, se pregunta Bradfield). Al comienzo del tema se puede escuchar el obturador de una cámara analógica antigua que, lejos de interrumpir, le agrega aún más sentido al mensaje.
Cuando la voz casi afónica de Catherine Anne Davies, mejor conocida como The Anchoress, aparece para entonar “Dylan & Caitlin”, el tema que habla sobre la relación tormentosa que llevaba el poeta Dylan Thomas con su esposa, el álbum toca su pico más alto. Habrá sido esa sabiduría adquirida en todos estos años la que hizo que Manics convoque a esta cantante galesa para hacer de Caitlin y jugar al contrapunto con Bradfield, que se puso en la piel de Thomas. El dúo, secundado por cuerdas, estalla en un puente preciso: “Nunca quise creer en ti/ Es tan difícil solo sobrevivir a la verdad/ Las palabras ya no cubren las cicatrices/ Las lágrimas duran más que antes”.