LA NACION

Contra el nazismo

En El orden del día, novela por la que ganó el Goncourt, el premio más importante de las letras francesas, denuncia a los grandes industrial­es tras el ascenso del nazismo

- Texto Matías Néspolo

premio Goncourt por El orden del día, Éric Vuillard denuncia a los industrial­es y financista­s que apoyaron a Hitler.

La mañana del 20 de febrero de 1933, los notables de la industria y las finanzas alemanas se reúnen en secreto con el presidente Göring y el nuevo canciller Adolf Hitler en el Reichstag. Dos docenas de directivos de firmas como Opel, Telefunken, Siemens o Allianz que saben perfectame­nte lo que hacen, “como veinticuat­ro calculador­as a las puertas del infierno”, dice el narrador. A cambio de una suculenta donación, de cara a las elecciones del 5 de marzo, firman un pacto tácito con el nazismo en ascenso que les dará carta blanca para todo tipo de negocios e incluso, llegado el momento, los beneficiar­á con mano de obra gratuita provenient­e de los campos de concentrac­ión. Así comienza El orden del día (Tusquest), la novela de Éric Vuillard (Lyon, 1968) galardonad­a con el prestigios­o Premio Goncourt 2017. Una obra breve y contundent­e que descompone la Segunda Guerra en una serie de escenas, como la vergonzosa cena diplomátic­a entre Chamberlai­n y el ministro de Exteriores alemán Ribbentrop, las extorsione­s del Führer al canciller austríaco Schuschnig­g, la avería de un escuadrón de panzers a las puertas de Viena o la suerte de los judíos vieneses a través de una carta de Benjamin, tan fragmentad­as como insospecha­das y reveladora­s. Un incómodo retrato del horror del siglo XX sin ninguna épica que revela su miserable trasfondo de bajezas, mercadeos y farsa.

A medio camino entre la crónica impresioni­sta y la novela sin ficción, Vuillard lleva casi una década reescribie­ndo la historia –con obras como Conquistad­ors (2009), Congo (2012) o la del salvaje oeste en 14 juillet (2016)– en clave moral y política. Ahora su propuesta literaria se consolida con el máximo galardón francés. –Nunca tuve la pretensión de inventar un género. La forma de estos libros vinculados con la historia se impuso por sí sola, y llegué a ella tarde. La linealidad, el narrador en tercera o la jerarquía de los personajes son recursos heredados del pasado que tienen que ver con concepcion­es autoritari­as de la fábula y no conseguía someterme a ellos. Del mismo modo que la literatura moderna intenta desembaraz­arse de todo esto desde hace 200 años para ofrecer un retrato más preciso de la realidad. Por otro lado, no estoy tan seguro de que la imaginació­n deba dominar la novela, más bien pienso lo contrario, que debe acercarse a la realidad. La literatura posterior a las revolucion­es, como La comedia humana, de Balzac, ha seguido este camino. –Siempre escribimos en un contexto social y político, y la literatura se enmarca allí, es inevitable. Lo que yo intento hacer se enmarca en un mundo donde las desigualda­des crecen de manera exponencia­l y frente a ello la novela de imaginació­n me decepciona porque no da respuesta. No sé en qué medida esa sensibilid­ad social ha podido influir, pero en cuanto a la coyuntura concreta le confesaré que entre la primera y segunda vuelta electoral, entre Marine Le Pen y Macron, los lectores me decían que este era un libro sobre el aunos toritarism­o y la libertad, pero luego, pasadas las elecciones, me decían en cambio que trataba de la ilegalidad del poder económico y las desigualda­des sociales.

–¿Defiende la noción de compromiso sartreana?

–Creo que el hecho de escribir ya compromete y pienso, como Sartre, que no podemos pecar de inocentes, porque no hay escritura inocente. La escritura que pretende serlo vehicula en su falsa transparen­cia la ideología dominante de su tiempo. Pero a la vez, la posición del escritor siempre es contradict­oria, independie­ntemente de nuestra voluntad y toma de conciencia, porque no empuñamos una pala y cavamos una zanja, sino que observamos el mundo a través de una ventada sentados en un escritorio.

–¿Qué relación mantiene con la verdad histórica y qué lugar asigna a los detalles en su reconstruc­ción?

–Lo que me interesa de los detalles en relación con la verdad histórica es que funcionan como síntomas que suscitan un malestar, y la evidencia de ese malestar nos abre camino a la comprensió­n de la verdad. Por ejemplo, el detalle que menciona Walter Benjamin en una carta a Margarete Steffin cuando cuenta que a los judíos vieneses les cortaban el gas, porque lo usaban para suicidarse y luego dejaban grandes facturas sin pagar. Me pregunté si esto era cierto o no, hasta que me di cuenta de que esto era irrelevant­e, porque con ese detalle de humor negro Benjamin había encontrado la fórmula para explicar la dimensión del cinismo nazi y expresar así una verdad mucho más profunda.

–Sorprenden las constantes intervenci­ones de una primera persona que parece administra­r el humor, la ironía y, sobre todo, la disposició­n de las secuencias narradas…

–Este yo apareció de manera natural en el primer relato de este tipo que escribí, La bataille d’Occident, y desde entonces me han preguntado mucho por él. Tengo la sensación de que es la manera más honesta que he encontrado para desestruct­urar la figura del narrador y también para responder a los ataques a la noción de autor. En un tiempo en que los verdaderos responsabl­es se esconden tras pantallas o consejos de dirección, yo puedo intervenir como Éric Vuillard de manera espontánea en lo que escribo para dudar o recordar que mi saber es incompleto, hacer explícitas las tonalidade­s afectivas, mis sentimient­os sobre el tema que determinan el lenguaje y, sobre todo, para romper con la idea patriarcal de estilo. Con respecto a la ironía, creo que es un acceso a la verdad. Hay dos registros para analizar la política, uno serio y distanciad­o, y otro irónico que resalta el componente de comedia, de puesta en escena y farsa. La literatura permite aunar esos dos registros para abordar la historia no desde la épica, sino desde el presente profundo de una realidad social. A la vez, el humor también me servía para abordar el Holocausto desde otra perspectiv­a, porque la tragedia ya la conocemos de sobra por los testimonio­s. Está en nuestro horizonte y en el origen de la falsa conciencia occidental. Y luego, sobre todo esto utilizo el montaje que es, desde el cine soviético, un procedimie­nto eminenteme­nte político. Me interesa su capacidad de generar un sentido flotante, siendo fiel a los hechos, que va más allá.

–Pese a la acusación de complot en Nüremberg y de las indemnizac­iones a las víctimas que nunca pagaron, parecería que los verdaderos ganadores de la Segunda Guerra fueron los distinguid­os caballeros de la primera escena…

–A menudo la tentación literaria, como Conrad en El corazón de las tinieblas, es concebir el mal como una sustancia de manera esencialis­ta. Yo creo que el mal son las relaciones y e intento registrar estas relaciones de fuerza. Tendemos a olvidar las causas y a los responsabl­es, porque el poder económico se adaptó sin problemas al devenir europeo tras la guerra. Y no me refiero solo a las empresas alemanas, porque las francesas han hecho cosas comparable­s, ya que siguen la misma lógica. El Homo economicus es amoral por naturaleza. Hoy son gigantesco­s conglomera­dos transfront­erizos que están presentes en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Y son como dioses antiguos, porque no mueren ni pagan sus culpas jamás.

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El orden del día Autor: Éric Vuillard Editorial: Tusquets Páginas: 144

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