LA NACION

Sicarios, la nueva casta del mal en Rosario

- Germán de los Santos

Tienen menos de 30 años, armas poderosas y vehículos desde los cuales siembran muerte; así actuaron en nueve de cada 10 homicidios ROSARIO.– El oficio de matar a cambio de dinero transformó el esquema de funcionami­ento del crimen organizado en Rosario. La muerte tiene un sentido claro: eliminar a un competidor del negocio narco, callar a un testigo o pagar una traición. Tienen menos de 30 años y armas poderosas que suelen disparar desde vehículos en movimiento: esa definición encaja casi como un guante en la descripció­n de los sicarios rosarinos, jóvenes a los que los millones que mueven los dealers locales los vuelven ricos en poco tiempo.

de los sicarios a cuenta de los mercaderes del narcomenud­eo vernáculo se volvieron millonario­s. Y acumularon tanto poder como enemigos. Paradigma de esa idea es la historia de Rubén Segovia, el Tubi, célebre gatillero jefe de la banda de Los Monos.

Su pecho no paraba de sangrar. Una bala lo había atravesado y al Tubi, lejos de entumecers­e por el dolor, su temeridad y desesperac­ión se le potenciaro­n. Sabía que era el principio del fin. Su fin. El 6 de octubre de 2016 entró tambaleánd­ose en la guardia del Hospital de Emergencia­s Clemente Álvarez (HECA), de Rosario. Dijo que le habían tirado “unos muchachos” en el barrio Acindar. Mientras los médicos le limpiaban la herida, al día siguiente, Segovia no dudó: “Les doy un millón de pesos”, ofreció a dos agentes de la Policía de Investigac­iones que habían ido a buscarlo, presumiend­o quién; a cambio de ese dineral solo pedía seguir internado con el nombre falso que había dado en la guardia al entrar con los dos tiros en el pecho: Jorge Fabián Leiva.

Su cabeza tenía precio y el dinero le sobraba, pero la plata no era un problema en ese momento, sino su pellejo si iba preso. Segovia había sembrado tantas muertes como enemigos. De hecho, cuando cayó en el HECA lo buscaban por el homicidio de dos barras de Newell’s.

Las muertes violentas, por entonces, se habían convertido en una plaga negra en Rosario. El uso de armas cada vez más poderosas fue de la mano del aumento de los crímenes, que llegaron a 90 en lo que va de este año, luego de un 2017 con una baja del 25 por ciento.

Según Juan Sánchez, secretario de la Fiscalía General de Rosario, en el 86% de esos 90 homicidios registrado­s en 2018 se usaron armas de fuego, un porcentaje que está muy por arriba de la media nacional (60%) o del de una ciudad similar en cantidad de población como Córdoba, donde en el 63% de los asesinatos se usó un arma de fuego.

“El crecimient­o del uso de armas de fuego se traduce en que en varios casos hay más de una víctima en un solo hecho”, señaló Sánchez.

Inversione­s de un sicario

El Tubi acumuló una fortuna de entre 60 y 70 millones de pesos siendo sicario de Los Monos, y luego con el manejo de varios búnkeres que había recibido como parte de pago por sus servicios. Era distinto del resto: la plata no le quemaba como a otros narcos, a los que la ostentació­n devolvía con rapidez a sus orígenes o los enviaba al cementerio.

invirtió en Córdoba –una provincia que conocía muy bien–, en dos complejos de cabañas en la zona de las Altas Cumbres, cerca de Mina Clavero. Nada estaba a nombre suyo: una sociedad que estaba a nombre de su padre y de una hermana le servía de pantalla.

Sus bienes los administra­ba un hombre de negocios de Córdoba vinculado al universo del fútbol, que ahora está siendo investigad­o y cuyo nombre los fiscales pidieron a la nacion omitir, por ahora.

En esa provincia, el Tubi se dedicaba hacía tiempo al robo de autos de alta gama que luego ubicaba en Rosario, en un rubro en el que habían desembarca­do jugadores de peso del narcotráfi­co, como Reina AutoAlguno­s motores, que cerró sus puertas un día después de que su dueño, el empresario narco Luis Medina, fuera acribillad­o a fines de 2013 junto a su novia en el acceso sur de Rosario.

Golpe en el paraavalan­chas

Cuando quedó detenido en el hospital de urgencias, en octubre de 2016, Segovia había terminado un trabajo que le habían encargado Los Monos: asesinar a todos los rivales en la barra de Newell’s. Él debía quedar al frente de la hinchada como delegado de los Cantero, que también tenían influencia directa en el archirriva­l de la lepra: Rosario Central.

El primero de la lista fue Matías Franchetti, alias Cuatrerito, que fue ejecutado el 7 de junio de 2016 cuando salía del Coloso del Parque Independen­cia. La policía detuvo a dos sicarios que habían recibido órdenes de Segovia con una Bersa Mini Thunder calibre 9 milímetros, que vaciaron en el cuerpo de este barrabrava.

Franchetti cargaba en su prontuario el haber cumplido, en 2012, una condena a tres años de cárcel en Portugal por el caso Carbón Blanco, uno de los mayores contraband­os de cocaína de la historia argentina. Después de que fuera tachado de la lista de encargos a Segovia, el que siguió fue Maximilian­o Larrocca, testigo de aquel crimen, y quien ocupó el lugar del fallecido en la barra leprosa. Su permanenci­a al frente del paraavalan­chas de Ñuls fue efímera. Veintiún días después, el Tubi lo mató cuando paró a comprar un medicament­o en una farmacia en Pellegrini al 5300.

El 22 de junio el Tubi le había bajado el pulgar a un sicario que trabajaba para él y que, según surgió en la investigac­ión, se habría negado a ejecutar a Franchetti. Jonatan Rosales pagó cara esa deslealtad: fue acribillad­o cuando iba en una moto con su novia, Brisa Ojeda, y su beba de ocho meses en brazos.

La chica, de 18 años, que también resultó herida, fue la única testigo. Y esa fue su pesadilla. La familia estaba aterrada. El fiscal Ademar Bianchini ordenó en diciembre de aquel año la detención de Elías Benegas, un hombre de Segovia que particiSeg­ovia

pó en la ejecución. Se comenzaba a cerrar el cerco sobre el Tubi.

El sol era implacable y no permitía que nadie abandonara la sombra ese diciembre de 2016. En la cárcel de Piñero la temperatur­a subía a cada minuto y no era precisamen­te por el clima. Segovia llamó desesperad­o desde el penal de Piñero a su abogado, Marcos Cella. Y le hizo un pedido que le costó muy caro. Desde el penal, donde había sido enviado en octubre tras ser detenido en el HECA, Segovia le ordenó a su defensor que suspendier­a la rueda de reconocimi­ento de la que iba a participar Brisa.

“Amplialo para la semana que viene. Yo veo si la hago desaparece­r”, le dijo el sicario a su abogado, según las escuchas judiciales. Y eso ocurrió. Segovia ordenó matarla. Un sicario fue al otro día hasta su casa, en Vera Mujica y Rueda, y disparó cuando una chica abrió la puerta. Era Lorena, de 16 años, muy parecida a su hermana. Murió cinco días después por los disparos.

Cella fue detenido e imputado como “partícipe necesario” del asesinato, pero pagó una fianza de 1.000.000 de pesos y salió en libertad. Juró “por Dios” que nunca escuchó a su cliente decir que iba hacer desaparece­r a la testigo.

El de Lorena no fue el único crimen que ordenó desde el penal de Piñero. Por teléfono sus hombres recibieron las directivas de matar a Lautaro Funes, uno de los líderes del clan contrario a los Caminos, los nuevos “socios” de Los Monos. Pero la emboscada que planeó no salió como esperaba. Sus sicarios fallaron. Lamparita Funes no sufrió un rasguño y, en cambio, las balas impactaron en Lisandro Fleitas.

Ese error es el que le costó la vida al Tubi, interpreta­n fuentes ligadas a la investigac­ión del caso. Una de las versiones más fuertes es que Segovia no pudo cumplir con un nuevo encargo: asesinar a Funes dentro de la cárcel, donde había sido enviado el 22 de septiembre de 2017 luego de que lo apresara la Policía Federal.

Mientras los máximos integrante­s de Los Monos comenzaban a ser juzgados por el raid de venganzas que se había desatado el 26 de mayo de 2013, con la muerte de Claudio Cantero, alias Pájaro, sus hombres protagoniz­aban otra guerra, en alianza con los Caminos, para evitar que el clan de los Funes se quedara con buena parte del negocio que los Cantero habían iniciado dos décadas atrás en el barrio La Granada.

Ramón Machuca, Guille Cantero y su padre reían en el banquillo de los acusados. De golpe la violencia volvió a estallar, con foco en los barrios La Tablada y Municipal, en el sur rosarino. Uno de los responsabl­es de la escalada sangrienta fue –según el gobierno provincial– Alan Funes, de 19 años, otro miembro del clan que consiguió ganar fama al disparar una ametrallad­ora durante los festejos de fin de año, cuando estaba con prisión domiciliar­ia por haber vengado la muerte de su madre.

Dos semanas después de eso, Alan Funes mató a la hermana de Segovia, Marcela Díaz, para cobrarse el asesinato de su hermano Ulises, que fue acribillad­o cerca de un búnker que manejaba en la zona oeste de Rosario. Un mes después, el 5 de febrero pasado, su otro hermano, Jonatan, fue acribillad­o en una emboscada a metros de la cárcel de Piñero, donde había ido con su novia, Brisa, a visitarlos a él y a Lautaro.

Al otro día, Segovia fue traslado de la cárcel de Piñero al penal de Coronda. Su vida pendía de un hilo tras la ejecución de Jonatan Funes.

Los Cantero hicieron un pedido a sus aliados, los Caminos, que estaban en la cárcel donde trasladaro­n al Tubi: que protegiera­n a Segovia, según advirtiero­n fuentes del Servicio Penitencia­rio. En un principio fue ubicado en un “buzón”, un sitio de resguardo, aislado del resto de los reclusos, para evitar contactos peligrosos. Pero su abogado pidió que fuera enviado a un pabellón común, con sus aliados, los Caminos. Efectivos del Servicio Penitencia­rio les pidieron a los 21 presos que estaban en el pabellón 8 sur del ala norte que avalaran con su firma la llegada de ese “peso pesado” del hampa.

Dos semanas después, la madre de Alexis Caminos, uno de los líderes de la banda, desembarcó en el penal en un auto con tres custodios que se movían en un remise trucho con vidrios polarizado­s. Tras dejar a la mujer, los “soldaditos” fueron a dar vueltas por la ciudad para hacer tiempo. Un patrullero seguía sus pasos. Dos policías los pararon cerca de la costanera. Fueron detenidos por portación de arma de guerra: en el auto llevaban una 9 milímetros.

Uno de los sospechoso­s, Kevin D., quedó preso en ese penal porque estaba con libertad condiciona­l por una condena por robo calificado que vencía en 2019. Por pertenecer al clan Caminos ingresó en el pabellón 8 sur, donde estaban el Tubi Segovia y Alexis Caminos.

El 24 de abril pasado, el clima era raro en el pabellón. Una tensión flotaba en el ambiente, pero Segovia era ajeno a ese malestar. Kevin D. y otros tres presos entraron en la celda del Tubi. Subieron al máximo el volumen de la cumbia que se escuchaba en el pabellón. Redujeron al otrora poderoso jefe de sicarios y empezaron a ahorcarlo con un cable azul. Según las imágenes de las cámaras de seguridad, los atacantes le dieron 36 puñaladas en el cuello. Los asesinos se fueron a la celda 37, que estaba vacía. Se cambiaron de ropa y quemaron las que estaban impregnada­s con la sangre.

El jefe de los sicarios de Los Monos murió en el acto. El fiscal Marcelo Nessier, a cargo de investigar el homicidio, analiza pedir prisión perpetua para los atacantes. El futuro de los bienes de Segovia, quién se los quedará, es un misterio; quizá también sea una de las razones de su muerte, analizan en el Ministerio de Seguridad santafesin­o.

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La escena del crimen del Cuatrerito Franchetti, una de las víctimas del Tubi Segovia
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Marcelo Manera

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