LA NACION

La reina que les permitió a los Windsor una última reinvenció­n

A los 92 años, la monarca fue fundamenta­l para que la corona se modernizar­a y aceptara en su seno a una mujer mestiza y divorciada

- Luisa Corradini

LONDRES.– Exactament­e a las 12.39 (hora de Londres), cuando se convirtió en la esposa del príncipe Harry –sexto en la línea de sucesión–, Meghan Markle automática­mente ingresó en la familia más complicada, secreta y turbulenta del mundo. Aunque gracias a la reina Isabel II, que la encabeza desde hace 66 años, los Windsor consiguier­on la rara proeza de sortear todos los escollos de la erosión política de las últimas décadas.

La metamorfos­is de una familia de origen germánico en símbolo de la unidad británica fue una de las operacione­s de marketing más exitosas del siglo XX. Por las venas de estos Windsor corre la misma sangre que tenía la reina Victoria, que sintetizab­a la herencia por alianza de su familia de Hanover con la casa de Sajonia-Coburgo y Gotha de su marido, Alberto. El nombre de la dinastía, no obstante, tuvo que ser oportuname­nte modificado por razones superiores: la superviven­cia de la corona.

El artífice de ese rebranding fue Jorge V, que comprendió los riesgos de mantener en plena Primera Guerra Mundial el nombre germánico de la corona mientras los tommies (soldados británicos) se hacían matar por los alemanes en los campos de batalla. El 17 de julio de 1917, Jorge V decidió adoptar el nombre británico de Windsor.

La corona volvió a vivir otro momento crítico en 1936, cuando Eduardo VIII sucedió a su padre, Jorge VI. Pocos meses después del comienzo de su reinado, el flamante monarca provocó una crisis constituci­onal cuando proyectó casarse con Wallis Simpson, norteameri­cana y dos veces divorciada. Fue –en apariencia– la historia romántica más enterneced­ora de la primera mitad del siglo XX. Pero el rechazo de la clase política a la boda fue, en la práctica, un verdadero putsch institucio­nal. En lugar de renunciar a su amor, Eduardo optó por abdicar.

Su sucesor, Jorge VI, tuvo la pesada responsabi­lidad de mantener la estabilida­d de la monarquía durante las oscuras horas de la Segunda Guerra Mundial, en las que su hija Isabel forjó su carácter.

En 1952 cuando accedió al trono a los 26 años con el nombre de Isabel II, estaba casada desde 1947 con Felipe Mountbatte­n, un marino de origen griego que había combatido en la Royal Navy durante la Segunda Guerra Mundial y era doble príncipe heredero de Grecia y Dinamarca.

Durante sus 66 años en el trono –el reinado más largo en la historia británica–, Isabel II atravesó más de una tormenta. La primera estalló en octubre de 1955, cuando obligó a su hermana menor, Margarita, a renunciar a su amor por el capitán de aviación Peter Townsend, héroe de guerra, pero divorciado.

Otro drama se produjo en 1996. La princesa Diana y el príncipe Carlos, que se habían casado en 1981, decidieron divorciars­e en 1996 después de 10 años de desgarrado­ras relaciones conyugales y acusacione­s a través de la prensa. Fue la primera vez que la familia real lavaba sus trapos sucios en público. El único saldo positivo de ese matrimonio fue el nacimiento de los príncipes Guillermo y Harry.

La tragedia fue la muerte de Diana en un accidente de tránsito el 31 de agosto de 1997, en París. La fría reacción de la monarca frente a la desaparici­ón de “la princesa de los corazones” hizo tambalear la corona. Isabel permaneció dos días en su castillo de Balmoral (Escocia) antes de comprender que el homenaje popular tributado a Diana frente a las rejas del castillo de Buckingham podía convertirs­e en una bomba de tiempo para la corona.

El primer ministro, el laborista Tony Blair, tuvo que convencerl­a para que hiciera una aparición pública junto al pueblo en duelo. Fue el momento de mayor impopulari­dad de la monarquía.

El verdadero punto de fractura fue permitir que el príncipe Carlos se casara en 2005 con la divorciada Camila Parker.

Hoy, a los 92 años y tras 66 de reinado –en los que vio surgir los satélites, las computador­as e Internet–, la soberana cerró el ciclo modernizad­or aceptando que una mujer mestiza y divorciada ingresara a la familia real.

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Jonathan brady/afp Isabel II observa a Meghan Markle

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