LA NACION

Maduro, un enigma dispuesto a todo por el poder

- Daniel Lozano

Cuentan las leyendas populares que el chavismo pelea a muerte en su interior. Que Diosdado Cabello acumula poder y riquezas mientras el vicepresid­ente Tareck El Aissami coloca a sus alfiles en posiciones ganadoras. Que María Gabriela, la hija del medio de Chávez instalada en Nueva York, es la viva imagen de su padre y perfecta candidata gracias al amor de sus seguidores. Que el gobernador Héctor Rodríguez está llamado a grandes gestas revolucion­arias y que la musculatur­a militar del general Vladimir Padrino López lo convierte en el hombre fuerte del país.

Todos esas bromas, como las llaman en Venezuela, olvidan quién manda, y mucho, en el país: Nicolás Maduro. Como ya dijo en su momento el anciano presidente dominicano Joaquín Balaguer, “la corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”. En el caso de la revolución bolivarian­a, la corrupción abarca todas sus esferas, pero los soldados de la revolución saben que a la puerta del despacho presidenci­al del Palacio de Miraflores solo se toca cuando hay algo muy importante que decir.

Está prohibido molestar al presidente, candidato hasta ayer al que solo su poder lo hizo mantenerse al frente de la boleta electoral revolucion­aria, pese a que cualquier análisis estratégic­o hubiera impuesto su sustitució­n por una cara distinta. Quienes soñaban con hacerlo se rindieron ante la evidencia.

“A mí me han hecho todo lo que le hicieron al comandante Chávez en 14 años. Me lo han hecho en tres años y un poquito más y aquí estoy, más duro que nunca”, resumió el “hijo de Chávez” la primera parte de su mandato. Hoy, reforzados sus plenos poderes por la Asamblea Nacional Constituye­nte y con el manejo de todos los resortes de la economía gracias al decreto de emergencia económica y de estado de excepción, este conductor de ómnibus de 55 años saborea su triunfo electoral consciente de que sus maestros en la escuela de cargos del Partido Comunista de Cuba (PCC) estarán plenamente orgullosos de su discípulle­garon lo, aquel jovencito que se la pasaba bailando salsa y seduciendo a todas las chicas que se le acercaban. Un trato afable que sigue manteniend­o hoy, según quienes lo tratan, pese a que no duda en demostrar su poder siempre que lo estima oportuno.

Maduro ganó las únicas elecciones que podía ganar, unos comicios armados a su medida. La coronación del antiguo dirigente de la Liga Socialista y ferviente cristiano, además de seguidor del polémico gurú indio Sai Baba (al igual que la mujer de Daniel Ortega, la vicepresid­enta Rosario Murillo), es la confirmaci­ón de que todo es posible dentro del surrealism­o trágico revolucion­ario. Poco importa la peor crisis política, social, económica y migratoria de la historia de Venezuela y una de las más dramáticas del continente, con un índice de rechazo del 75% y un incontesta­ble estado de catástrofe general.

La derrota parlamenta­ria de 2015 le confirmó que no bastaba con el ventajismo de siempre más los nuevos trucos de su laboratori­o electoral. Había que perfeccion­ar la máquina, y para ello tocaba comenzar eludiendo el revocatori­o constituci­onal, encargo que les dejó a sus jueces. En 2017 las protestas antigubern­amentales y la repetición de un titular (“Maduro contra la pared”), que no se ajustaba a la realidad. Las tres elecciones del año pasado sirvieron para renovar la vieja maquinaria electoral y ponerla a punto: el “hijo de Chávez” ya estaba preparado para la nueva batalla, para la cual no ha dudado en disparar la cifra de presos políticos hasta los 330 actuales.

“A veces me doy cuenta de que soy yo mismo cuando me miro al espejo”, dijo de forma enigmática el presidente reelegido. Apoyado en una dialéctica bipolar, Maduro es capaz de pasar en pocos segundos del amor fraterno y de la defensa de la humanidad a descalific­ar con insultos tan inapropiad­os para el presidente de un país como basura, imbécil, idiota, mariconzón o parásito.

Todos ellos empleados en las constantes intervenci­ones televisiva­s que marcan su mandato, en las que ha superado a Chávez en casi todo. El “conductor de victorias”, como reza la canción de su campaña, “hombre obrero y de los barrios”, sabe que no le basta con la supuesta victoria de ayer. Hoy mismo comienza una nueva batalla.

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