LA NACION

en prImera persona

Diferentes y similares: ella lo sabe desde hace 20 años; él, desde hace cinco

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Claudia Moya tiene 48 años y vive en Lanús. Hace más de 20 que tiene VIH; no sabe exactament­e en qué momento lo adquirió –solo que fue entre 1990 y 1996–, pero sí tiene claro que fue porque no se cuidaba con preservati­vo. Tenía una hija de una pareja anterior y cuando a su bebé de año y medio le descubrier­on una encefaliti­s viral se le encendiero­n todas las alarmas. Primero llegó el diagnóstic­o para su hijo e inmediatam­ente después, para ella, luego de hacerse dos de las pruebas de detección usuales en aquel momento: Elisa y Western Blot. Era 1998, su pareja también tenía el virus y ella empezó a atenderse en el Hospital Fernández. “Dije ‘listo, es lo que me tocó’. La primera etapa fue una depresión impresiona­nte. Estaba con muy pocas defensas, llegué a pesar 45 kilos, ningún medicament­o me venía bien, tenía la carga viral muy alta y hasta se me cayó todo el pelo. Yo pensaba: mañana me voy a morir. Cuando llegué del hospital a mi casa, empecé a separar la ropa, mis cosas. Esto para la Iglesia, esto se lo dejo a mi hija… empecé a despedirme, fue bastante duro”, confiesa Claudia.

A fines de 2013, Daniel Gauna se fue a hacer un chequeo de rutina a un centro médico del barrio de Belgrano; tenía en ese entonces 23 años. Cuando lo llamaron del laboratori­o le dijeron que el resultado había salido mal por un problema de la máquina y que tenía que sacarse sangre otra vez. “La doctora que me dio el diagnóstic­o me pidió que no googleara nada, que cualquier cosa le preguntara a ella, pero de todos modos en ese momento para mí fue igual que hace 30 años. Dije para qué voy a ir a la universida­d, para qué voy a seguir trabajando, para qué voy a preocuparm­e por tener sueños si en un par de meses me voy a morir. Fue lo más terrible del mundo”. Daniel había tenido relaciones sin preservati­vo con otros hombres, no sabe quién le transmitió el virus ni si esa persona sabía que lo tenía; en ese momento vivía con sus abuelos y lo primero que pensó fue que debía mudarse para que ellos no lo vieran morir. “El mismo día que me enteré de que tenía VIH fui a trabajar y en el tren en el viaje de regreso a mi casa me sentía sucio. Me quería meter en la ducha un día entero”, cuenta Daniel. Hoy es coordinado­r nacional de la Red Argentina de Jóvenes y Adolescent­es Positivos (Rajap), un espacio de contención, acompañami­ento y activismo con más de mil miembros, de entre 14 y 30 años, en todo el país, que conoció por Twitter cuando buscaba informació­n al principio de su diagnóstic­o.

Con el tiempo, Claudia también se refugió en un grupo de apo-

yo, en su caso de la Fundación Huésped, a la que llegó por un cartel que vio mientras esperaba su turno en el Hospital Fernández. En estos espacios conoció a pacientes que se sentían bien y llevaban una buena vida, y entonces supo que había una luz de esperanza. Comenzó a escribir un diario con sus vivencias, que un día su hija mayor, que entonces tenía 9 años, descubrió y fue el puntapié para explicarle por lo que ella y su hermano pequeño estaban pasando.

A su hijo le contó que él también tenía el virus a los 12 años. “Cuando se enteró me dijo: ’Mamá, yo sé que vos no lo hiciste a propósito'. Estuvo dos años sin tomar la medicación, pero fue un milagro y su carga sigue indetectab­le”, dice Claudia. Actualment­e no está en pareja, vive sola, tiene un trabajo de medio tiempo, disfruta muchísimo hacer teatro y cantar, y a pesar de no haber querido mostrar la cara en las fotos de esta nota, le gustaría dar charlas para concientiz­ar sobre el VIH y contar su experienci­a.

A Daniel, conocer y participar de Rajap le cambió radicalmen­te la idea del VIH y también su pensamient­o, y ya no sintió que se iba a morir.

En 2014, como parte de su activismo, había hecho fotos para una campaña y un día antes de que se hiciera pública, en un patio de comidas de un shopping durante la merienda, le dijo a su madre que quería contarle algo. Desde el primer momento lo acompañó y está contenta con su trabajo por los derechos de los jóvenes y adolescent­es que viven con VIH. “Nunca me imaginé que yo iba a llegar a visibiliza­r el VIH. Pero un día dije ‘no puedo más, no puedo seguir hablando en tercera persona de las personas con VIH, tengo el espíritu del militante’, y agarré la bandera”, concluye Daniel.

Claudia Moya EMPLEADA, 48 AñoS “Ahora ya lo tengo incorporad­o, ya no me peleo con esto. Es parte de mí. Me hizo cuidarme, tomar conciencia y pelearla”

Daniel Gauna CooRDINADo­R DE RAJAP “Hay muchos chicos que no pueden decirlo. Es aliviador contar. Es importante tener alguien con quien compartirl­o”

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