LA NACION

Todo en cuatro años: cómo le cambió la vida a Messi de un Mundial a otro

El capitán argentino encontró una etapa de madurez desde Brasil 2014 hasta hoy: su voz tomó más protagonis­mo que nunca; perdió tres finales con el selecciona­do, tuvo dos hijos, convirtió 216 goles y fue dirigido por cinco entrenador­es

- Cristian Grosso y Andrés Eliceche

Si la vida es eso que pasa entre Mundial y Mundial..., que lo explique Lionel Messi. En la Copa de CoreaJapón tenía 14 años y nadie sabía de él. Estaba en las infantiles de Barcelona, apenas superaba el 1,40 metro y hacía un año que había dejado Rosario porque el club catalán sí podía pagar el tratamient­o hormonal para que despegara. Después, una increíble metamorfos­is se apoderó de su destino: en octubre de 2004 entró en la historia de Barcelona como el debutante más precoz, nada menos que Ronaldinho lo adoptó como su ladero, se coronó campeón del mundo Sub 20, debutó en la mayor ante Hungría para alimentar las comparacio­nes con Diego Maradona, irrumpió mediáticam­ente y en la Copa de Alemania se convirtió en el futbolista argentino más joven en marcar un gol. Aparecía en el manual de los mundiales un auténtico fenómeno del que en 2002 no había siquiera pistas.

Messi se iba a acostumbra­r a los giros rocamboles­cos. Pero de Brasil 2014 a Rusia 2018 el torbellino ha sido constante. Dicen que 20 años no es nada, pero estos cuatro en la vertiginos­a vida de Messi han encerrado fracasos, sorpresas, un juicio, récords, títulos, un casamiento, hijos... Nunca le ocurrieron tantas cosas encapsulad­as en cuatro años. La enumeració­n abruma. Convirtió nada menos que 216 goles, entre 197 con Barcelona y otros 19 en la selección. Fue dirigido por cinco técnicos diferentes: Luis Enrique, Ernesto Valverde, Gerardo Martino, Edgardo Bauza y Jorge Sampaoli. Superó el récord de Batistuta como máximo goleador histórico de la selección argentina. Solo ganó una Liga de Campeones (2014/15) y después encadenó tres sorpresiva­s eliminacio­nes en los cuartos de final. Acaba de ganar por quinta vez la Bota de Oro, pero en su carrera contra Cristiano Rolando solo alzó un Balón de Oro –2015– y el portugués lo alcanzó con cinco trofeos cada uno.

Insultó a un juez de línea, lo suspendier­on por cuatro fechas en las eliminator­ias y después la FIFA le quitó la pena, pero para entonces ya se había perdido un partido en La Paz. Estuvo sentado en el banquillo de los acusados en España, y fue condenado a 21 meses de prisión por evasión fiscal. El 7 de enero de 2018 quebró la barrera de los 1000 goles en toda su carrera, contabiliz­ando desde sus días en infantiles. Renovó contrato con Barcelona hasta 2021 y se convirtió en el futbolista mejor pago del planeta con una fantástica cláusula de rescisión: 700 millones de euros. Se casó en Rosario con su novia de siempre, Antonella Roccuzzo, y nacieron otros dos hijos varones, Mateo y Ciro, para acompañar a Thiago. Se dejó la barba, se tiñó de rubio, volvió a su color original… y la barba siguió creciendo.

Perdió en el Maracaná, perdió en Santiago y perdió en New Jersey. Tres finales que todavía le arden. Ya no se refugió en sus silencios fantasmale­s, el cambio más revolucion­ario. Como nunca antes, en este tramo entre mundiales, Messi habló. Dijo cosas equivocada­s –“Una vez más esperando en un avión para intentar salir al destino. Qué desastre son los de AFA por Dios”, estalló en Instagram en la Copa América 2016, atribuyénd­ole a la AFA una demora que obedecía a cuestiones climáticas– y otras acertadas, como plantarse varias veces en nombre de sus compañeros: criticó el bulliyng del que es objeto Higuaín en las redes sociales, defendió el valor de la generación que integra... Se abrió.

“Hace mucho tiempo que vienen pasando cosas y nosotros no decimos nada. Pedimos lo mínimo: poder viajar bien, comer bien, descansar

bien para preparar el partido que se nos viene, que es una final. Me gustaría que la AFA sea lo que necesita la selección argentina. Es una potencia mundial que necesita tener lo mejor. Son muchísimas cosas que vienen pasando y nunca dijimos nada. Y no es solo por nosotros sino por los que vienen atrás”, reclamó el 24 de junio de 2016, dos días antes de la final con Chile de la Copa América Centenario. La AFA no tenía ni presidente, la atmósfera era caótica. Y el capitán se plantó.

También renunció a la selección cuando otra vez lo penales contra Chile lo dejaron sin nada. “Lo primero que se me viene a la cabeza, y que pensaba recién en el vestuario, es que ya está, que se terminó para mí la selección. Son cuatro finales, no es para mí. Lo busqué, no se me dio, pero creo que ya está. Me duele más que a ninguno no poder

conseguirl­o”, decía frente a la TV algo que apenas había masticado. Y sin querer desataba un clamor inmediato en la Argentina pidiendo por su vuelta. Se despertó un país, olvidando aquellos señalamien­tos del tipo de “si no canta el himno es porque no siente la camiseta”. En ese 2016 de zigzagueos, el capitán volvió rápido y enseguida encontró –escoltado por sus compañeros, una noche de noviembre en San Juan– otra oportunida­d para pararse como capitán.

“Preferimos dar la cara antes de dar el comunicado. No nos tenemos que esconder de nada. Estamos para comunicarl­es que hemos tomado la decisión de no hablar más

con la prensa.” La acusación lanzada desde radio Mitre contra Ezequiel Lavezzi –el periodista Gabriel Anello señaló que había fumado un cigarrillo de marihuana en la concentrac­ión– activó esa decisión corporativ­a del plantel, defendida por Messi en una exposición ante los medios. Entonces se callaron por bastante tiempo: recién 11 meses después volvieron a abrir la boca, cuando consiguier­on en la traumática altura de Quito la clasificac­ión al Mundial de Rusia. “Si perdíamos

nos teníamos que ir todos”, se descargó en las entrañas del estadio Atahualpa. Justo él, el que sirvió la clasificac­ión convirtien­do los tres goles cuando había amenaza de apocalipsi­s futbolísti­co.

“Es ahora o nunca porque no hay un Mundial más. Tenemos que tomarlo de esa manera”, arengó últimamemt­e. La versión más transparen­te de Messi se advierte en frases así. No oculta lo que siente, incluso si eso es una presión autoimpues­ta por salir campeones del mundo. Lo vive de esa manera, y ya no habrá atajos para cambiarle el enfoque: a menos de un mes del debut ante Islandia en Moscú, el capitán es la voz de esa misma generación que integra y valora. No hay discursos dobles ni mensajes entrelínea­s: si la que viene es la última versión de Messi con la camiseta de la selección, será la de un hombre decidido. Le atravesaro­n el cuerpo tantas cuestiones desde Brasil 2014, que quizá, haya lugar para una sensación desconocid­a en Rusia.

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Postales de cuatro años a toda velocidad desde la angustia de brasil 2014: derrotas, goles, premios, el juicio, el casamiento y una obsesión: rusia

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