LA NACION

uruguay una extraña neurosis Mundialist­a

Los ánimos se balancean según la marcha del selecciona­do cada cuatro años; igual, hay adolescent­es que nunca vivieron una Copa del Mundo sin el selecciona­do celeste

- Texto Agustín Acevedo Kanopa (*) | New York Times | Foto Mario Valdez | Reuters Psicólogo, periodista y escritor uruguayo. Vive en Montevideo.

MONTEVIDEO.– Uruguay está a menos de un mes de jugar su tercer mundial consecutiv­o y los psicólogos estamos preocupado­s. Es una charla que tenemos cada cuatro años: cuando a la selección comienza a irle bien, los pacientes se sienten mejor, anudan cabos sueltos de su deseo, son alcanzados por pequeñas epifanías o adquieren el valor para tomar una decisión largo tiempo postergada.

Pero, sobre todo, se sienten mejor: mejor con su país, mejor con su pareja, con su jefe, consigo mismos. A la sombra de esta nueva felicidad, los psicólogos empezamos a parecer innecesari­os.

Es una situación similar a la que enfrentan cada cuatro años los dueños de dos empresas de electrodom­ésticos de Montevideo. Ambas campañas publicitar­ias anuncian que en cada compra de un televisor plasma, si la selección llega a la semifinal, se le reintegrar­á al cliente la mitad del dinero. Pero la expectativ­a es tal que una de ellas (Barraca Europa) agrandó la promoción a todos los productos que tiene a la venta, mientras la otra (Multi Ahorro Hogar) redobló la apuesta y promete el cien por ciento del reembolso si Uruguay sale campeón. Las ventas no paran de crecer.

Poca, poquísima gente cree que podemos salir campeones. Sin embargo, cuando se trata de la selección, uno apuesta por ella como quien juega a la quiniela: no movido por la seguridad o la esperanza de que vaya a ganar, sino por el miedo de un día descubrir que salieron los números que se nos olvidó jugar esa semana.

Aun si dejamos fuera la quimera del campeonato, algo ha cambiado en esta última edición. Por primera vez, hay adolescent­es que prácticame­nte no recuerdan haber intentado llenar un álbum Panini sin figuritas de la Celeste. Con sangre, sudor y lágrimas, sí, pero clasificad­os al fin.

Para los nacidos en los ochenta, la historia –aún la actual– siempre pivotea con el recuerdo traumático de los noventa, el canibalism­o institucio­nal de la Asociación Uruguaya de Fútbol de aquellos años, con problemas con contratist­as, despidos de técnicos, insubordin­aciones de jugadores y campañas erráticas. El gusto amargo de ver un Mundial teniendo que inventarno­s razones para hinchar por otros equipos.

Hay más cosas extrañas. Descubrirn­os, por primera vez en muchísimo tiempo, clasificad­os con holgura, sin tener que sentarnos en aquel incómodo zaguán llamado repechaje. Uruguay: prácticame­nte clasificad­o en la penúltima fecha, segundo en la tabla de posiciones durante casi todas las eliminator­ias, casi invicto en su propio estadio Centenario (salvo el penoso 4 a 1 con Brasil).

Es difícil separar las neurosis individual­es de una uruguayez más amplia y colectiva, pero una y otra vez, hablando entre nosotros –los hinchas–, solía saltar algo: durante las eliminator­ias estuvimos esperando una catástrofe que nunca llegó.

El comienzo no pudo ser mejor: un histórico 2 a 0 ante Bolivia en la altura de La Paz, acompañado de una sucesión de sorprenden­tes goleadas en el Centenario. Todo esto sin Luis Suárez (que cumplía su larguísima sanción después de la mordedura a Giorgio Chiellini en el Mundial pasado). El campeonato siguió y, fecha tras fecha, Uruguay alternaba entre el primer y segundo puesto. Había algo sospechoso ahí. Hubo ciertos momentos de incertidum­bre, como cuando la Celeste perdió tres partidos al hilo, pero fue tanto lo cosechado en la primera etapa, que las reservas daban como para tres inviernos nucleares.

De eso se trata, en definitiva, la neurosis: un extraño culto individual que lleva a estar todo el tiempo encontrand­o señales de una posible desgracia. Porque, ¿en qué momento se gesta el gol contrario? Lo cierto es que estas desgracias están prescritas en jugadas mucho más nimias: un balón mal sacado, una falta erróneamen­te cobrada en la mitad de la cancha, una serie de segundas pelotas perdidas. Inevitable­mente, nos quedamos trazando en el aire un álgebra siniestro.

Ahora, ¿qué pasa cuando ese mismo miedo forma parte del sentir y el estilo de juego de un país entero? Quizá sea una bendición y maldición nacida del Maracanazo: Uruguay se siente más cómodo siendo aquel país del que no se espera nada, un boxeador que encuentra cobijo acorralado entre las cuerdas y los puños del adversario. Si esa situación no llega, la selección le encuentra la vuelta para ponerse en aprietos y buscar, como un extraño sistema de autorregul­ación, la imposibili­dad de vencer (y a la cual sublevarse).

Prueba de sobra fue la última Copa: en un grupo dificilísi­mo, conformado por Costa Rica, Inglaterra e Italia, Uruguay debuta con una derrota de 3 a 1 con el –aparenteme­nte– rival más sencillo, para luego estar obligado a ganarle 2 a 1 a Inglaterra y luego vencer 1 a 0 a Italia.

Los embrollos en los que se mete la selección son el mismo combustibl­e que la mantiene funcionand­o. Una especie de épica adictiva, citada y reinventad­a a cada paso, aun cuando no parece haber escollos a la vista.

Por eso, la Celeste siempre ha llevado su autodestru­cción atada al pie, haciendo de sus malabares un auténtico estilo. En tiempos regidos por el paradigma del estilo de juego español, en el que la posesión es todo, la Celeste fue uno de los poquísimos equipos medianamen­te exitosos que siguió necesitand­o desprender­se de la pelota, que fuera el otro equipo quien marcara el ritmo de juego.

En la arena de lo trágico, Uruguay siempre supo rebelarse frente a su destino, pero nunca supo –nunca quiso– escribirlo. La lista de rivales en la primera rueda del Mundial, por primera vez en muchísimo tiempo, parece accesible: una Rusia organizado­ra, pero bastante diezmada en sus partidos de preparació­n; una Arabia Saudita volátil; un Egipto que vuelve, luego de muchísimos años, liderado por Mohamed Salah.

Hay una frase poderosa en la película Del crepúsculo al amanecer: “Sos tan perdedor que ni siquiera te das cuenta cuando ya has ganado”.

Uruguay, esa isla melancólic­a y atea en un mar de países cristianos; uno de los países con mayor cantidad de psicólogos por cabeza, pero a la vez históricam­ente asociado a los primeros puestos de suicidios en la región; protagonis­ta de proezas futbolísti­cas como pocos, se enfrenta a la posibilida­d de poder ganar sin su épica. De ganar de forma mineral, sin dientes apretados ni televisore­s como premio. Será cuestión de ver cuán presos somos de nuestros propios mitos, cómo trazar nuestro destino sin los pies de otros.

“URUGUAY SE SIENTE MÁS CÓMODO SIENDO AQUEL PAÍS DEL QUE NO SE ESPERA NADA, UN BOXEADOR QUE ENCUENTRA COBIJO ACORRALADO ENTRE LAS CUERDAS Y LOS PUÑOS DEL ADVERSARIO” “SERÁ CUESTIÓN DE VER CUÁN PRESOS SOMOS DE NUESTROS PROPIOS MITOS”

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De espaldas, rojo, Di maría, biglia, banega, messi e Higuaín, jugadores que llevan muchos años juntos en la selección

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