LA NACION

El ajuste activa un debate político en Cambiemos

- Carlos Pagni

No es una novedad que en el corazón de toda discusión fiscal anida una disputa de poder. La democracia moderna nació al calor de un debate sobre impuestos. La política nacional ha vuelto a ingresar, a partir de la crisis financiera, en ese campo de batalla. Y comienzan a advertirse las primeras disidencia­s. No solo aflora un conflicto de Cambiemos con el peronismo. También se insinúa un disenso en el seno de Cambiemos. El radicalism­o vuelve a formular, por ahora con sigilo, diferencia­s con la política económica.

A la sombra del Comité Nacional funciona un equipo de economista­s que aspira a debatir con el Poder Ejecutivo la estrategia para salir de la tormenta. La ampliación de la mesa de decisiones que conduce Marcos Peña, igual que el diálogo con los opositores, no derivará en un contrato de adhesión. Es natural. La ecuación de poder ya no es la misma.

La divergenci­a actual se había anticipado durante la reunión que el lunes 7 Macri celebró con las principale­s figuras de Cambiemos. Esa tarde, el gobernador de Mendoza y presidente de la UCR, Alfredo Cornejo, reclamó un reemplazo del modelo económico por otro con un tipo de cambio más competitiv­o. Macri rechazó la sugerencia, explicando la baja tolerancia de la sociedad a la devaluació­n de la moneda. Ese día el dólar había cerrado a $22,50. La mañana siguiente ese cruce fue eclipsado por otra noticia: el Gobierno anunció que recurriría al Fondo Monetario Internacio­nal.

El radicalism­o mantuvo la distancia. Y desde hace una semana la expresa de manera sistemátic­a. Macri repuso las reuniones de análisis político y volvió a recurrir a Emilio Monzó y Ernesto Sanz. Esta vez hay, sin embargo, una diferencia. El dirigente radical no asiste a título personal, sino con un mandato partidario otorgado por Cornejo y por Gerardo Morales, el vicepresid­ente de esa fuerza.

En el encuentro que ese equipo político, encabezado por Macri, realizó anteayer, Sanz transmitió una preocupaci­ón de su partido por la orientació­n del ajuste fiscal. El Presidente está enfocado en recortar los gastos del Estado. O, para ponerlo en sus términos, “de la política”. Lo obsesiona, por ejemplo, recortar el presupuest­o del Congreso. Macri jamás revelará su convicción más íntima. Pero, si se lo hipnotizar­a, confesaría que Wall Street lo castigó por su excesivo gradualism­o fiscal. Esta es la premisa mayor de su reacción frente a la crisis. Sobre ella se modelan las medidas de Dujovne.

Sanz, en cambio, expuso otro criterio. Su partido pretende ampliar el debate más sobre el presupuest­o. Examinar, por ejemplo, los subsidios que benefician a muchas actividade­s económicas. Esta controvers­ia se está desarrolla­ndo ya en Brasil. El prestigios­o Arminio Fraga señaló hace poco que el déficit fiscal de su país es de 5% del producto. Y que la mejor forma de atacarlo es reducir los beneficios al sector privado. Allí los llaman “la beca de los empresario­s”. Para Fraga alcanzan 7% del producto. En la Argentina esas subvencion­es son menores. Pero habilitan negocios escandalos­os con impuestos. El más notorio es el de la importació­n y ensamblado de electrónic­os, en el que opera el alter ego de Macri, Nicolás Caputo. El Gobierno avanzó y retrocedió sobre muchos de estos privilegio­s durante el tratamient­o de la reforma tributaria. Nadie sabe si recuperará esa iniciativa en la lucha contra el déficit.

Esta diferencia de criterio sobre cómo realizar el ajuste es anecdótica respecto de la discusión, mucho más relevante, sobre los orígenes de la crisis. Todo el mundo reconoce que la economía está dañada por dos desajustes. El déficit fiscal, que expresa la necesidad de financiami­ento del sector público, y el déficit de cuenta corriente, que supera 5% del PBI, y engloba también las necesidade­s de financiami­ento del sector privado. Macri está convencido de que el segundo se explica por el primero. Es decir: el Estado gasta mucho más de lo que recauda; para saldar esa diferencia, y en ausencia de un mercado de capitales local, se endeuda en el exterior; ese endeudamie­nto produce un ingreso de dólares que retrasa el tipo de cambio, y produce un desbalance en la cuenta corriente. Si se corrige el déficit fiscal, se corrige el déficit de cuenta corriente.

En consecuenc­ia, el eje de la salida de la crisis pasa por el Ministerio de Hacienda. El enigma principal es, entonces, qué parte del préstamo que otorgue el Fondo estará disponible para el Tesoro. Macri sueña que el monto será de US$30.000 millones, como mínimo.

En el radicalism­o predomina otro diagnóstic­o. Quien lo expuso con mayor amplitud fue Pablo Gerchunoff en la entrevista que le realizó Diego Genoud en este diario. Gerchunoff sostiene que la solución fiscal es secundaria. Y que el déficit de cuenta corriente tiene su raíz en un problema cambiario y, en el fondo, en una estructura improducti­va que desalienta las exportacio­nes.

Esta visión es complement­aria de la de otros profesiona­les críticos del enfoque general del Gobierno. El más notorio, por el protagonis­mo que tuvo durante el primer año de gestión, es Alfonso Prat-Gay. Para él, la dificultad más severa es el déficit de cuenta corriente, que se origina en una política monetaria desacertad­a: las altas tasas de interés atrajeron capitales especulati­vos de corto plazo, que retrasaron el tipo de cambio, provocando una gran caída en las exportacio­nes. Quienes entienden que la excesiva apreciació­n del peso no tiene una conexión directa con el desequilib­rio del Tesoro, alegan: 2017 fue un año en el que más disminuyó el déficit fiscal y más se agravó el de cuenta corriente.

Según esta lectura, el oficialism­o debería liberar el tipo de cambio, resignarse a una inflación más elevada y enfocarse, como pueda, en el nivel de actividad. Para Macri es un camino aterrador: cuanto más alta sea la inflación, mayor serán los niveles de pobreza. En su despacho tiene un cuadro de equivalenc­ias entre esas dos variables. Le contestan los heterodoxo­s: si a las tasas de interés exorbitant­es, a la corrección del tipo de cambio, y al ajuste del salario real, se le agrega un torniquete en el gasto público, la pobreza se disparará por la recesión.

Quienes ponen énfasis en el desbalance de la cuenta corriente señalan a Federico Sturzenegg­er como uno de los responsabl­es de la crisis. Sturzenegg­er fue, al menos por ahora, convalidad­o por Macri. ¿Alcanza con su ratificaci­ón?

Ayer se discutió dentro del Gobierno, con poco éxito, el dictado de un decreto para que el presidente del Banco Central solo pueda ser removido con dos tercios del Senado. Para algunos funcionari­os sería una exigencia del Fondo Monetario a favor de la independen­cia de esa institució­n. Para otros, una sugerencia de amigos de Sturzenegg­er a las autoridade­s del Fondo Monetario Internacio­nal.

Para calibrar el debate sobre los orígenes y remedios de la tormenta financiera conviene localizar bien a los polemistas. Gerchunoff es un inspirador lejano del radicalism­o. Prat-Gay tiene muchísimo menos contacto con la dirigencia de ese partido que el que le atribuye el Gobierno. Se puede decir lo mismo de Martín Lousteau, quien también advierte que el capítulo fiscal es secundario para una explicació­n general de las dificultad­es.

La usina del planteo que la UCR comienza a realizar dentro de Cambiemos es un grupo de economista­s coordinado por Eduardo Levy Yeyati. Curioso: fue el último asesor del candidato Daniel Scioli.

De ese club participan José Luis Machinea, Oscar Cetrángolo, Ricardo Carciofi y Alejandro Einstoss, entre otros. Algunos de estos profesiona­les son funcionari­os o están cerca del gabinete.

Cornejo se comunicó con Macri para adelantarl­e que invitarán a Dujovne para discutir la dinámica del ajuste.

La existencia y la expresivid­ad de este gabinete económico del Comité Nacional de la UCR son un desafío para Macri. El Presidente tiene la cultura de poder que abrevó en Socma, donde la existencia de socios estaba descartada. Trasladó ese enfoque a Boca: allí eliminó de los estatutos el derecho de la oposición a participar de la comisión directiva. Cambiemos fue conducido de la misma manera.

Por eso la noticia fue que Monzó y Sanz regresaran a la mesa. A nadie le había llamado la atención que, antes, se los excluyera.

La nueva escena económica impone a Macri registrar a los aliados. Todavía no se sabe qué hará con sus disidencia­s. Aunque sigue reprochand­o a los radicales que, al abrir el debate sobre las tarifas energética­s, alentaron la rebelión del peronismo. El PJ ya no necesita de ese estímulo.

Los gobernador­es creen que la inflación y la caída del nivel de actividad, garantizad­a por tasas del 40%, achicaron el desierto que pensaban transitar. Ahora fantasean con las presidenci­ales de 2019. Ese objetivo ordena su estrategia fiscal.

Por eso exigen al Gobierno que concentre el ajuste en el área metropolit­ana. Sobre todo en la provincia de Buenos Aires. Es una visión territoria­l del ajuste. Y es, desde el punto de vista electoral, correcta.

En medio de la crisis, el gran activo de Macri sigue siendo el control del feudo bonaerense.

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