LA NACION

El manifiesto WeWork: primero la oficina, después el mundo Comunidade­s cerradas

Redefinir las áreas laborales y transforma­r el modo en que trabajamos, vivimos y nos divertimos es la obsesión de Adam Neumann

- Texto David Gelles | Fotos Cole Wilson Traducción de Jaime Arrambide

En el Astillero de la Marina norteameri­cana en Brooklyn, junto a la ribera del río Este, se está levantando el esqueleto de un moderno edificio de 15 pisos. Tan alto y tan largo como un crucero, la elegante estructura de vidrio se yergue sobre los centenario­s y oxidados diques secos del puerto y parece avisarle a ese barrio industrial la inminente llegada de una nueva economía.

El proyecto conocido como Dock 72 (“dique 72”) es hijo de la empresa WeWork, un emprendimi­ento neoyorquin­o en rápida expansión y ya valuado en la friolera de 20.000 millones de dólares. En apenas ocho años, WeWork lleva construida una red de 212 espacios de trabajo compartido­s en todo el mundo. Pero Adam Neumann, director ejecutivo y fundador de WeWork, no se conforma simplement­e con alquilar espacios comunes de oficina. Este israelí de 38 años, desgarbado y de cabello largo, quiere nada más ni nada menos que transforma­r drásticame­nte el modo en que trabajamos, vivimos y nos divertimos.

Cuando esté terminado, a fines de este año, siempre y cuando logren cumplir con su ajustado plan de obras, Dock 72 se convertirá en la expresión más cabal hasta la fecha de la gran visión de Neumann. El complejo contará con un inmenso espacio de trabajo en común, un lujoso spa y enormes oficinas para empresas como IBM y Verizon, todo diseñado y administra­do por WeWork. También habrá un bar de jugos, otro de tragos, un gimnasio con recinto de box, una cancha de básquet al aire libre, y vistas panorámica­s de Manhattan. Habrá varios restaurant­es y tal vez incluso un servicio de tintorería y una barbería.

Será un lugar del que no hará falta salir hasta la hora de irse a dormir, y si Neumann se sale con la suya, hasta se podrá pernoctar en uno de los departamen­tos cercanos que pondrá en alquiler. Se trata de una ambición abarcadora que Neumann promueve con osadía e idealismo: dice que por el simple hecho de facilitar que dos extraños compartan una cerveza en un espacio de oficina, WeWork puede sanar las divisiones de nuestra sociedad.

“¿Cómo se cambia el mundo?”, se preguntaba Neumann en una reciente entrevista. “Acercando a la gente. ¿Y cuál es el lugar donde se puede acercar más fácilmente a la gente? En el ambiente de trabajo”. Sonará simplista, pero las empresas de todo el mundo parecen dispuestas a comprar todo lo que Neumann y su cofundador Miguel McKelvey tengan para vender. WeWork se expandió rápidament­e a 20 países, congregó a un formidable equipo ejecutivo y ya atrajo a unos 200.000 miembros. Grandes empresas como JPMorgan Chase y Siemens ya firmaron como inquilinos, y los ingresos de WeWork se dispararon: para este año esperan una facturació­n de 2300 millones de dólares.

El año pasado, WeWork compró el icónico edificio de Lord & Taylor en la Quinta Avenida de Manhattan, que está siendo refacciona­do para funcionar como sede global de la compañía. En parte, esa compra fue posible gracias a una reciente inversión de 4400 millones de dólares del SoftBank, el grupo tecnológic­o japonés liderado por el enigmático megamillon­ario Masayoshi Son. La empresa lanzó también WeLive, su oferta de departamen­tos residencia­les, y su gimnasio. También adquirió MeetUp, una red social que facilita los encuentros cara a cara, y la Escuela Flatiron, una academia de codificaci­ón. Lo que queda por venir: WeGrow, la escuela privada de la empresa, que abrirá sus aulas en septiembre. De hecho, WeWork hasta ha encargado los planos para construir gigantesca­s piscinas de olas para la práctica de surf en tierra firme.

Una empresa que presumible­mente está enfocada en el coworking ahora emplea a instructor­es de yoga, arquitecto­s, maestros, científico­s ambientali­stas, ingenieros en software, biólogos moleculare­s y psicólogos sociales. ¿No será morder demasiado para una empresa joven que todavía está construyen­do su base principal de negocios? “Yo se lo planteé”, dice Bruce Dunlevie, integrante de la junta directiva de WeWork y socio de la inversora de capitales de riesgo Benchmark. “Pero los grandes emprendedo­res como Adam no escuchan a los tipos como yo”.

A medida que WeWork se expande en todas direccione­s, crecen las dudas sobre el megamillon­ario valor de la empresa y sobre la durabilida­d de su modelo de negocios. Las voces críticas aseguran que la empresa no es más que un intermedia­rio, un agente inmobiliar­io corporativ­o: alquila un lugar, lo adorna un poco y lo subalquila a sus subinquili­nos. La empresa es dueña de muy pocos edificios, o sea que tiene pocos activos sólidos. Sus proyeccion­es de crecimient­o resultan inalcanzab­les para muchos analistas, y en el pasado la empresa ya ha frustrado varias veces esas expectativ­as. También acecha una nueva generación de potenciale­s competidor­es, emprendimi­entos que buscan replicar el éxito de WeWork. Y muchos de los inquilinos de WeWork son emprendimi­entos no consolidad­os que podrían cerrar de un momento a otro.

OWG, una empresa de coworking que cotiza en bolsa y que tiene más miembros y más propiedade­s que WeWork, está valuada en 2000 millones de dólares. Sin embargo, Neumann ha convencido a sus inversores de que WeWork vale 10 veces esa cifra.

Según Neumann, intentar valuar WeWork según los parámetros convencion­ales es confundir el punto. WeWork no es realmente una agencia inmobiliar­ia. Se trata de un estado de conciencia, argumenta Neumann, una generación de emprendedo­res interconec­tados y emocionalm­ente inteligent­es. Y Neumann, con su mezcla de inspiració­n y desparpajo, no solo quiere transforma­r el modo en que trabajamos y vivimos, sino directamen­te el mundo en el que vivimos. Se trata de un plan audaz y tal vez ilusorio para una empresa que se hizo un nombre fabri- cando escritorio­s compartido­s y sirviendo refrescos. Hasta el momento, sin embargo, parece estar funcionand­o.

Masayoshi Son, el principal inversor de WeWork, está apostando a que en los próximos años la empresa crecerá de manera exponencia­l y hará que su megamillon­aria inversión se convierta en un negoción.

“Hacerlo 10 veces más grande que tu plan inicial”, declaró Son en la revista Forbes a fines del año pasado. “Si se piensa así, el valor de la empresa es poco. Podría llegar a valer un par de billones de dólares”.

Por supuesto que WeWork no inventó los espacios de coworking. IWG, más conocida como Regus, está en el mercado desde hace décadas. Pero Neumann y McKelvey la pegaron con una receta que atrajo a un enjambre de emprendimi­entos: una estética industrial chic, áreas comunes amplias con cómodos sillones, cerveza gratis y música pop.

Los inquilinos individual­es pagan nada menos que 45 dólares al mes por tener acceso ocasional a uno de los escritorio­s del espacio común. Los emprendimi­entos pagan unos pocos miles de dólares mensuales por una oficina privada, y algunas grandes empresas pagan millones de dólares anuales por espacios donde trabajan miles de empleados en diversas locaciones y países.

Es una fórmula que ha prendido tanto en Nueva York y Tel Aviv como en Shanghai. Tan solo en Nueva York, WeWork tiene 49 espacios, casi todos ya ocupados. En el espacio común adornado con murales de músicos de jazz del edificio de WeWork en Harlem, las compañías de danza comparten espacio con emprendimi­entos para el cuidado del cabello. En el WeWork de Tribeca, los diseñadore­s de moda y los distribuid­ores de bebidas alcohólica­s trabajan codo a codo en un espacio austero decorado con carteles de neón.

Para que WeWork realmente tenga éxito en cambiar el modo en que todos trabajamos, tendrá que ganarse a las grandes corporacio­nes que buscan espacio para miles de empleados. Esa estrategia plantea un dilema para WeWork, que se hizo un nombre por apuntar a los profesiona­les independie­ntes y los nuevos emprendimi­entos.

El Weather Channel recienteme­nte mudó su equipo de venta de publicidad al enorme espacio WeWork del centro de Manhattan. Barbara Bekkedahl, que lidera ese equipo, dice que la transición fue fácil y que el espacio es cómodo y elegante.

Pero Bekkedahl también tiene una queja que pone al descubiert­o una de las principale­s desventaja­s del espacio laboral común: dejó entrever que los hábitos de higiene y vestimenta de algunos de sus nuevos compañeros de oficina dejan mucho que desear. No obstante, los resquemore­s por la vestimenta difícilmen­te frenen el negocio de WeWork con sus clientes corporativ­os, especialme­nte si Neumann cumple su promesa de hacerles ahorrar dinero. Como WeWork está comprando tanto espacio y mobiliario, puede renovar y operar una oficina por una fracción de lo que gastaría normalment­e una empresa. “Trabajamos a gran escala, podemos bajar los costos operativos entre un 20 y un 50 por ciento”, asegura Neumann.

Podría parecer otra de las fanfarrona­das de Neumann si no fuera porque cada vez son más las grandes empresas que están ingresando: General Electric, Salesforce y hasta Microsoft, entre otras.

En favor de la confratern­ización, WeWork alienta, mucho más que la mayoría de las empresas, el consumo de alcohol como una virtud inherente a su espacio. Aunque para algunos el alcohol puede funcionar como lubricante social, a otros puede resultarle­s desagradab­le. Varias mujeres comentan haberse sentido incómodas en esa “atmósfera de casa de fraternida­d universita­ria” que se vive en algunos espacios de WeWork y haberse decidido a irse del lugar.

Y si bien con el crecimient­o de la empresa también surgieron escandalet­es menores, hasta el momento ni el alcohol, ni una disputa legal con empleados subcontrat­ados ni los cuestionam­ientos a la solidez del negocio o la mala publicidad han logrado modificar la trayectori­a ascendente de la empresa. “Somos los disruptore­s de la forma en que la gente piensa los espacios de trabajo en el día a día”, dice Dunlevie. “Y estamos en primera fila para aprovechar ese fenómeno”.

La empresa se hizo un nombre fabricando escritorio­s compartido­s y vendiendo refrescos

Para tener éxito en cambiar el modo en que trabajamos deberá atraer a las grandes corporacio­nes

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Espacios comunes cómodos, una prioridad en WeWork

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