LA NACION

Incomodado­r serial, fue el mejor en poner el ansia sexual por escrito

- Maximilian­o Tomas

Tiempo atrás, cuando la literatura tenía aún cierta relevancia social, la palabra prolífico no se utilizaba tan a menudo para adjetivar a un escritor: los escritores construían obras y a nadie le asombraba que se dedicaran, precisamen­te, a escribir, un libro tras otro. Philip Roth fue uno de ellos, quizás uno de los últimos: en una treintena de libros, sobre todo novelas, trazó un agudo retrato de la vida de la inmigració­n judía en los Estados Unidos, de los efectos sobre la sociedad civil de los conflictos armados en los que su país gustaba de participar tan a menudo, y también, o sobre todo, del ejercicio de la sexualidad humana, en toda su dimensión y complejida­d.

Philip Roth era demasiado judío para católicos y protestant­es; demasiado ateo para los judíos; demasiado machista para el feminismo; demasiado sexual para los puritanos; demasiado apegado a las tradicione­s para los liberales, y demasiado liberal para los conservado­res. Roth incomodaba a todos por igual, salvo a sus lectores, que desde 1969, cuando publicó El lamento de Portnoy, eran legión.

Mientras la prensa cultural insistía en su eterna candidatur­a al Nobel, cualquiera que lo hubiera leído (sus libros, pero también las opiniones que vertía en las entrevista­s periodísti­cas que ofrecía) y conociera al mismo tiempo la estrechez de miras de la hoy caída en desgracia Academia Sueca sabía que eso era imposible: lo que re- fuerza cierto cariz inasimilab­le de su obra, aunque premios y reconocimi­entos oficiales no le faltaran precisamen­te.

consciente de que en sus últimos tres libros se estaba repitiendo (Indignació­n, La humillació­n, Némesis) y de que sus fuerzas creativas menguaban, tuvo la honradez de anunciar su retiro de la escritura de ficción en 2012 y no hacer de ello un drama. Desde entonces se dedicaba a disfrutar de la vida, que es lo que tantos escritores, incluso bastante más jóvenes que él, podrían dignarse a hacer en favor de la superviven­cia de los bosques.

Para nosotros, sus lectores, seguirá siendo (¿junto a Michel Houellebec­q?) el autor que mejor afrontó el desafío de poner el sexo por escrito. Roth tomó aquella afirmación de Jacques lacan sobre la imposibili­dad de que exista un verdadero encuentro sexual entre los cuerpos y lo convirtió en arte: libidinal, culposo, sucio, prohibido, explosivo, el deseo sexual y su consumació­n figuran, gracias a él, dentro de la mejor literatura de la segunda mitad del siglo XX.

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