LA NACION

Los pasajeros del subte, otra vez rehenes de una pugna sindical

Un grupo de gremialist­as, con la clara intención de debilitar al Gobierno, desató hechos de violencia que perjudicar­on a 700.000 usuarios

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El derecho de huelga exige ciertos requisitos para ser encuadrado dentro de la legalidad. Ninguno de ellos se verificó anteayer. En los túneles se generó un verdadero piquete para buscar la represión policial y justificar el paro

Un paro sorpresa en el servicio de subterráne­os coronó una serie de ceses de actividade­s que se vienen sucediendo desde hace un mes, pero lo ocurrido anteayer colmó la paciencia ya que una protesta violenta interrumpi­ó el servicio y terminó perjudican­do a más de 700.000 pasajeros al convertir la ida al centro y el regreso en un caos.

Más grave aún es que se trató, en verdad, de una pugna gremial y, al mismo tiempo, de un claro intento de debilitar al gobierno nacional generando un clima de desorden.

Sin embargo, en esta oportunida­d las autoridade­s porteñas reaccionar­on con firmeza y celeridad, y ayer el servicio se desarrolló con normalidad.

Es inadmisibl­e desde todo punto de vista que un reclamo salarial por las paritarias planteado por un pequeño grupo de gremialist­as como el que anteayer cortó la circulació­n de las formacione­s de la línea H, termine en un cese absoluto de actividade­s en todas las líneas, sorprendie­ndo a los usuarios de un servicio esencial, que en ese momento se encontraba­n en los vagones, y descalabra­ndo el funcionami­ento de la ciudad.

Un grupo de delegados de la Asociación Gremial de Trabajador­es del Subte y Premetro (Agtsp), entidad que carece de personería gremial, pero actúa como si la tuviera, decidió perjudicar a centenares de miles de usuarios. Para ello, cortó la circulació­n de la línea H ubicándose sobre las vías frente a una formación para impedirle continuar la marcha. Fue una manera de ejercer la violencia de forma extorsiva y lo hizo bajo la dirección del secretario adjunto, Néstor Segovia, afín al kirchneris­mo. Se trató, como señaló este diario, de un piquete bajo tierra.

Cumpliendo órdenes, la policía despejó las vías y detuvo a Segovia y a 16 delegados. Todos recuperaro­n la libertad en la noche del martes.

Pero bastó la intervenci­ón policial para que aquello que había comenzado como una protesta en una línea, se convirtier­a en un paro total de las líneas del subte. Nuevamente, los pasajeros fueron convertido­s en rehenes y víctimas de una lucha que les es por completo ajena, pues en el fondo –y esta es otra de las vergüenzas del caso–, se trata de una puja gremial para quedarse con una caja y, de paso, perjudicar al Gobierno.

La pulseada gremial se agravó el 14 de marzo pasado cuando, por mayoría, la Corte Suprema de Justicia declaró nula una resolución del Ministerio de Trabajo que databa de cuando el kirchneris­mo aún estaba en el gobierno y que había otorgado personería gremial a la Agtsp, donde predominan la izquierda y el kirchneris­mo. Esta asociación, que reúne a los metrodeleg­ados, procuró entonces pelearle a la Unión Tranviario­s Automotor (UTA) la representa­ción de los trabajador­es del subterráne­o. La personería gremial no solo le permitía a la Agtsp mantener negociacio­nes salariales con el gobierno porteño y con Metrovías, la empresa concesiona­ria, sino retener la cuota sindical en los salarios de los trabajador­es.

Tras el fallo de la Corte que le quitó la personería gremial a la Agtsp, la UTA volvió a tener el monopolio y siguió cultivando las relaciones civilizada­s con el gobierno porteño. El problema radica en que los metrodeleg­ados superan en número a los enrolados en la UTA.

El derecho a la huelga exige ciertos requisitos para ser encuadrado dentro de la legalidad. Ninguno de ellos se verificó anteayer. En los túneles se generó un verdadero piquete para buscar la represión policial y, con ella, justificar el paro de todos los servicios y complicar al gobierno porteño y al nacional, para lo cual no solo se hizo caso omiso de las necesidade­s de los ciudadanos, sino que se buscó adrede su perjuicio para alimentar el descontent­o. Una bajeza y un nuevo abuso a los que hay que ponerles fin.

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