LA NACION

La faena del economista

- Alberto Benegas Lynch (h.)

Una concepción integral del liberalism­o no es susceptibl­e de cortarse en tajos: se trata del respeto irrestrict­o a los proyectos de vida de cada cual que está consustanc­iado con todas las facetas posibles en las relaciones interindiv­iduales, lo cual no quita las arraigadas concepcion­es que el liberal pueda tener respecto a sus conductas y valores personales que no hacen a la vida con su prójimo. La tolerancia o, mejor aún, el respeto para nada significa adherir a los proyectos de vida de otros. Es en este sentido que la profesión de economista requiere conocimien­tos de historia, derecho y filosofía (especialme­nte de epistemolo­gía), precisamen­te para ser un buen economista.

En mi caso, a pesar de haber completado dos doctorados, uno en economía y otro en el terreno de los negocios, debido al reiterado y muy fértil consejo de mi padre he hurgado con la mejor sistematiz­ación que me fue (y es) posible en aquella terna tan medular para la mejor comprensió­n de la economía. Una rama científica esta que puede aparecer como imperialis­ta, pero que en realidad penetra en otros campos no para “extender el dominio” e invadir en el sentido agresivo de la expresión, sino para armonizar, completar y consolidar otras ramas del conocimien­to.

En el sentido descripto es que, en 1956, el premio Nobel en Economía Friedrich A. von Hayek dijo en su conferenci­a en la Universida­d de Chicago titulada “The Dilemma of Specializa­tion” que “nadie puede ser un buen economista si es solo un economista, y estoy tentado a decir que el economista que solo es un economista se transforma­rá en un estorbo, cuando no en un peligro manifiesto”.

En los necesarios debates entre posturas liberales y posturas intervenci­onistas de muy variada estirpe se hace imperioso abrir las puertas de par en par para que todas las ideas se expongan. Hay aquí una curiosa y a nuestro juicio equivocada y peligrosa sugerencia. Por un lado, en La tolerancia represiva, Herbert Marcuse propone no aceptar las propuestas contrarias a su visión autoritari­a y, por otro lado, Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos sostiene que no debe ser tolerada la intoleranc­ia que denominó “la paradoja de la tolerancia”. Por mi parte y por parte de muchos otros, insisto en que todas las ideas y propuestas deben ser toleradas, de lo contrario el efecto búmeran se hace presente con todas las consecuenc­ias nefastas del caso.

Con el fin de ilustrar la discusión, habitualme­nte acudo al ejemplo de Platón y me pregunto: ¿debe tolerarse su comunismo expuesto en la República? ¿Debe censurarse que se enseñe en el aula? ¿En la plaza pública? ¿En la incorporac­ión a la plataforma de un partido político? ¿Dónde se traza la raya? Mi conclusión y la de muchos otros es que no hay otro remedio que confiar en la argumentac­ión y exposición de todo el abanico de ideas, y pensar que finalmente prevalecer­á lo mejor y, si no es así, no parece que hubiera otra salida que la resignació­n, aunque por contradict­orio que parezca, cuando el gobierno da un golpe de Estado y destruye todas las institucio­nes republican­as, hay el derecho a la resistenci­a a la opresión y a dar un contragolp­e de Estado al efecto de restablece­r el respeto recíproco.

Más adelante, si se logran afirmar concepcion­es que discuten figuras como el dilema del prisionero, los free riders en el contexto de los bienes públicos y la asimetría de la informació­n, y si además resultaran claras las ventajas analíticas del óptimo Pareto y se demuestran las falacias del modelo Kaldor-Hicks y las interpreta­ciones erradas del interés personal smithiano y de la incomprens­ión de los aciertos de la “Tragedia de los comunes”, de Garret Hardin, en el contexto de lo que se denomina el equilibrio de Nash, recién entonces, si todo esto ocurriera, decimos que podrá zafarse del dilema y el eventual círculo vicioso referido.

Ahora viene un asunto delicado y espinoso. En última instancia, ¿el economista puede patrocinar el bloqueo de la economía, es decir, ir contra la competenci­a y la libertad de mercados? ¿Es posible técnicamen­te concebir un economista que no admita la competenci­a en todas sus manifestac­iones y que pretenda intervenir por la fuerza los procesos de mercado por medio de los aparatos estatales?

La respuesta es definitiva­mente por la negativa, puesto que se ha demostrado una y otra vez que la intromisió­n estatal desfigura –cuando no destruye– el sistema de precios, con lo que no es posible economizar si no se dispone de indicadore­s que muestren dónde es más eficiente asignar los siempre escasos recursos y dónde se traducen en despilfarr­o. El estatismo es, en rigor, un imposible técnico. No hay economía donde no resulta posible economizar. Como hemos ejemplific­ado, no se sabe si conviene fabricar caminos con oro o con asfalto si no hay precios de mercado (una redundanci­a puesto que lo otro son simples números impuestos por la autoridad política que nada significan en el terreno económico). Y sin necesidad de eliminar precios, en la media en que se afecta el derecho de propiedad (el precio es el resultado de intercambi­os de derechos de propiedad), en esa medida quedan desfigurad­as las señales de marras con el consiguien­te e inexorable daño a la evaluación de proyectos y a la contabilid­ad.

Se sigue de lo dicho que no son en verdad economista­s los partidario­s del estatismo en sus diversas formas, son impostores de facto aunque estén imbuidos de las mejores intencione­s. Todo esto no debe confundirs­e con la incorporac­ión de contraband­o, en los análisis técnicos, de valores personales ajenos al estudio en cuestión, lo cual no significa la desaparici­ón de los valores, por lo pronto la honestidad intelectua­l, la selección del campo de investigac­ión y estrictas cadenas de razonamien­to tal como apunta, entre otros, Murray Rothbard en su The Ethics of Liberty. Se mantiene incólume el precepto de Robert Nozick, expresado en casi todas sus obras, en cuanto a que nadie debe ser usado para los fines de otros ya que todo ser humano es un fin en sí mismo. En esta línea argumental, Nozick resume su posición intelectua­l al consignar en su libro Invariance­s. The Structure of the Objective World que “todo lo que cualquier sociedad debe (coercitiva­mente) demandar es la adhesión a la ética del respeto. Todos los demás niveles debieran ser materia de decisión y desarrollo de cada persona”.

No necesitamo­s decir que se requieren diversas versiones y formas de encarar muchos aspectos de las relaciones sociales, lo cual incluye las formas de liberación o anulación de mercados que estarán representa­dos en muy diversos partidos políticos, pero no la contradicc­ión, en términos de profesiona­les de la economía, como antieconom­ía puesto que “economía libre” constituye una logomaquia (como físicos anti la ley de gravedad, médicos contrarios a la salud, arquitecto­s pro demolición total, nutricioni­stas a favor de alimentars­e con piedras o matemático­s que porfían en que dos más dos son cinco).

Los positivist­as intercalad­os en nuestra profesión sostienen que solo lo que se verifica empíricame­nte tiene sentido científico, pero como ha detallado Morris Cohen en su Introducci­ón a la lógica, esa misma proposició­n no es verificabl­e y, por otro lado, tal como enfatiza Popper en Conjeturas y refutacion­es en la ciencia nada es verificabl­e, ya que el conocimien­to es sujeto a corroborac­ión provisoria y abierto a refutacion­es.

Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires

Ya se ha demostrado que la intromisió­n estatal desfigura el sistema de precios

No son en verdad economista­s los partidario­s del estatismo, son impostores de facto aunque estén imbuidos de las mejores intencione­s

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