LA NACION

Corcho, o el equipo por encima de todo

- Jorge Búsico

El 30 de octubre de 2015 ya se acercaba al día siguiente en la noche cálida y sin nubes del este de Londres. Largo rato antes, los Pumas habían caído por el tercer puesto ante los Springboks por 24-15. El Estadio Olímpico estaba desierto y en el enorme playón del subsuelo quedábamos unos pocos periodista­s charlando con Juan Martín Fernández Lobbe. El tercera línea había cumplido su ritual de no respetar el “no más preguntas” con el cual la UAR suele cortar rápidament­e las entrevista­s con los que no pertenecen a la cadena televisiva oficial. En realidad, Corcho no quería irse. Pero estaba yéndose. Acababa de jugar sus últimos 80 minutos con la camiseta celeste y blanca. Su test número 71 y su tercer mundial. No era su decisión, pero la aceptaba. “Son las reglas que pusieron y las respeto. Así que bueno, ya está”, dijo con lágrimas. Y se fue.

Pocos pueden lucir los galones de Corcho Fernández Lobbe, quizá uno de los cinco mejores forwards que ha dado el rugby argentino y, sin dudas, top ten en un ranking de jugadores nacionales de todos los tiempos. Fue campeón en Inglaterra, en Sale Sharks, el año en que llegó desde Liceo Naval (2006). Ganó todo en Toulon, de Francia: el Top 14 (2014) y la Copa de Europa (2013 a 2015). Llegó a dos semifinale­s del mundo en los Pumas (tercero y cuarto). Fue capitán en todos los equipos en que jugó. Y es unánimemen­te reconocido como uno de los mejores rugbiers del mundo en la última década. Pero Corcho es mucho más que esos números y halagos deportivos.

Ahora que decidió su retiro, a los 36 años (nació el 19 de noviembre de 1981), cobra aun más vigencia todo lo que representó para el rugby y para sus equipos. Porque para él, el equipo siempre estuvo por encima de todo. Y hay pruebas fehaciente­s de ello, especialme­nte en los Pumas.

En la Copa del Mundo de 2011 se rompió los ligamentos en el crucial partido con Escocia, en aquella fría y lluviosa noche de Wellington. Quedaban un encuentro más de la primera rueda y los cuartos de final contra los All Blacks. Corcho se quedó junto al plantel, llevando el agua, ayudando en el line (sin poder saltar), apoyando a sus compañeros.

Luego de aquel torneo, le tocó liderar como capitán no solo el inicio en el Rugby Championsh­ip, sino también la durísima transición, las divisiones en el selecciona­do y los cruces con la dirigencia. Sufrió noches enteras sin dormir, llorando. Le costó las amistades, pero siempre, aun sabiendo que podía equivocars­e, trató de que no se rompiera todo.

El tercer episodio ocurrió cuando Daniel Hourcade la quitó la capitanía. No le gustó que se lo hicieran conocer por correo electrónic­o y no se calló, pero fue el primero en apoyar a Agustín Creevy y al nuevo proceso. Nunca llevó ese malestar al grupo. Y siguió predicando con el ejemplo.

Respetuoso, nunca haciendo diferencia­s con la prensa, estudioso (se recibió de ingeniero con honores en el ITBA; no fue a Sale hasta terminar la carrera, aunque lo contrataro­n antes), familiero (siempre con su mujer, María, y sus tres hijos), alejado del ruido (no usa redes sociales) y luchador. De chico sorteó muchos problemas físicos de crecimient­o. Dos enormes cicatrices en las piernas son producto de eso.

Aunque se quede en Toulon probando un año como entrenador (segurament­e con el line, su especialid­ad), su mundo es Liceo Naval. Allí se refugia cada vez que viene a la Argentina. Y da. Como las 500 botellas de bebida energizant­e que donó a Pumpas y los bolsos llenos de ropa que deja cada año para el bingo del club. Una vez, un bolso tenía una camiseta de Richie McCaw. La del último mundial. Cuando le avisaron que se le había mezclado, respondió: “No. Es para que la rifen y les quede más dinero”.

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