Las batallas que libran los soldados del Papa
actúan en la periferia y son cercanos a francisco De orígenes diversos, Vera y grabois son las caras más visibles; visitan el Vaticano y a veces cumplen misiones
La pantalla del teléfono muestra al Papa sonriente, rodeado de una decena de hombres rudos.
“Estuvimos hablando como 20 minutos”, cuenta impresionado el camionero Juan “Pera” García Longhi, uno de los grandotes de la foto, mientras guarda a las apuradas el celular. Acaba de empezar una reunión en la mutual del sin- dicato, donde se organiza el acto opositor del 25 de Mayo.
Ausente Pablo Moyano, el encuentro lo encabeza un visitante, Gustavo Vera. Pera acepta sin chistar. Tiene un respeto casi reverencial por el líder de La Alameda desde noviembre del año pasado, cuando los llevó a ver a Francisco. “Este –dice, señalándolo con un rápido movimiento de cejas– era el único en todo el Vaticano que le decía ‘Jorgito’”.
Amigo de Bergoglio desde hace diez años, Vera volvió a exhibir su capacidad como abrepuertas el martes pasado. Cinco días antes del acto con los Moyano en el Obelisco, Oscar Ojea, presidente del Episcopado, de confianza de Francisco, recibió a los organizadores, en un gesto que disparó todo tipo de especulaciones.
Fue el encuentro de dos universos paralelos con un centro compartido. La jerarquía de la Iglesia Católica argentina y una estructura de dirigentes que, con Vera y Juan Grabois como sus caras más visibles, se mueven por fuera de los canales institucionales, bajo el extendido paraguas de Francisco. Es una legión de soldados de la periferia que, fortalecidos por la cercanía con el Papa, despliegan sus fuerzas en el territorio y ejercen presión sobre el centro de la política.
“Es una red de gente de buen corazón”, simplifica Vera en la sede de La Alameda, dos semanas antes de la protesta. Llegó a la sede de Parque Avellaneda a bordo de una moto Zanella 125. La compró en 2010. Las paredes de La Alameda son un mapa de sus relaciones políticas. En la planta baja, donde funciona un comedor comunitario, hay una imagen de Bergoglio en una de sus visitas al lugar y una placa del intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray. En la oficina, un cuarto de paredes descascaradas en el subsuelo del local, conviven dos fotos con Francisco, una placa de bronce del sindicato de camioneros y una estantería repleta de carpetas, una de ellas archivada como “Milagro Sala”.
Maestro de escuela primaria, con militancia en el trotskismo, Vera conoció a Bergoglio a mediados de 2008, en un encuentro que compartieron con Grabois, jefe del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). Ellos habían unido fuerzas el año anterior, en las batallas que daban contra los prostíbulos, los talleres clandestinos y por la formalización de los cartoneros. Le mandaron una carta. Él los invitó al Episcopado. La relación se consolidó con las misas que empezó a dar Bergoglio en la plaza Constitución, por una sociedad “sin esclavos ni excluidos”. “Los jesuitas tienen sus amigos vulgos, para no creérsela”, dice Vera, uno de los pocos que cuando va al Vaticano se aloja con el Papa en Santa Marta.
La relación de Vera con Grabois, abogado, hijo de un dirigente de la ortodoxia peronista, se cortó en 2011, cuando el MTE y el Movimiento Evita formaron la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), puntal del triunvirato piquetero. Hoy ni se hablan. Los amigos del Papa no conforman un universo homogéneo. No actúan de manera coordinada ni son parte de una misma organización. Se asemeja más a un esquema radial, de ramificaciones intrincadas, en el que cada extremo tiene su propia lógica de construcción y un alto grado de autonomía.
Pero todos, a su manera, ejercen un poder que, con acciones concretas o gestos sutiles, el Papa les convida. Como si, al alentar causas o iniciar procesos, moviera las piezas de un plan a distancia para que la periferia –los movimientos sociales, los curas villeros, las organizaciones de la sociedad civil– ejerza presión sobre el centro –los sindicatos, los tribunales, la Iglesia, el Gobierno–. “Pero no para que la periferia se imponga sobre el centro –matiza una autoridad de la Iglesia que lo conoce mucho a Francisco–, sino para que de esas tensiones surja una totalidad”.
Cae la tarde en la plaza Constitución. Un hombre de unos 60 años se arrodilla, cierra los ojos y toca el manto de una Virgen de Luján de tres metros instalada junto a un gazebo. De sotana blanca, el padre Toto, Lorenzo de Vedia, inicia el aplauso para un grupo de uniformados de caras gastadas que llega sobre la hora y ocupa las pocas sillas de plástico que quedaban libres. Arranca una misa en solidaridad con los cartoneros, en pie de guerra con el gobierno de la ciudad por una ley que habilita la incineración de basura.
“Queremos estar bien atentos para que no se siga castigando a nuestro pueblo, sobre todo en esta época en la que estamos perdiendo mucho”, advierte Toto, designado capellán del MTE. Huele a guiso. A unos metros, dirigentes de la CTEP preparan tres ollas para servir al final de la ceremonia.
“Es lógico que el Papa influya en la Argentina. No hace operaciones ni está casado con otra línea política, pero tiene convicciones que despliega y transmite”, dice el cura dos días antes, en su oficina de la parroquia Virgen de Caacupé, un complejo con escuela y centro comunitario, en el corazón de la villa 21-24. Sobre la montaña de papeles que tapa su escritorio descansa un texto que Toto presentó en la Feria del Libro. Francisco. Por una Justicia realmente humana, de Eugenio Zaffaroni y Roberto Carlés. Los amigos del Papa atribuyen su distancia con el Gobierno a una mirada muy distinta del mundo. Pero niegan que exista una campaña de desgaste. Habla con el oficialismo mucho más de lo que se cree, dicen, y destacan el vínculo que mantiene con Jorge Triaca, Esteban Bullrich y María Eugenia Vidal. Coinciden, en cambio, en que un sector del Gobierno lanzó el año pasado una campaña contra Francisco y señalan como sus instigadores a Marcos Peña y Jaime Durán Barba.
En el centro de esa disputa quedial dó Grabois, que declaró en diciembre que Mauricio Macri tenía “el vicio de la violencia”. Sus palabras, denunciaron sus detractores, provenían de Francisco, que en 2016 lo había designado asesor ad honorem del Consejo Pontificio de Justicia y Paz del Vaticano. Más allá de las tareas que le encargó el Papa a nivel internacional, que incluyen la organización de una red mundial de movimientos sociales, él niega integrar un esquema ra- de Francisco en la Argentina.
“Eso implicaría que el Papa me conduce, y a mí me conducen mis compañeros”, dice, en la sede de la CTEP, donde se organiza la marcha federal que llegará el viernes que viene a la Capital. “Es una relación de diálogo. A él lo interpela lo que nosotros decimos, y viceversa. El que dice que lo conduce el Papa se quiere subir el precio”, agrega, delante de una foto de Francisco abrazado con Evo Morales. No la colgó él: “No tengo una oficina. Es un antídoto contra la burocratización”.
Grabois acaba de llegar de Roma. ¿Se reunió con el Papa? “Sin comentarios”, responde, siempre reservado, una cualidad que le valoran en la Iglesia. De los “amigos” del Papa, Vera es el que tiene una relación más familiar y el que exhibe el vínculo con menos pudor. “El Papa lo protege porque tiene miedo de que lo maten”, revela un hombre de la Iglesia. El mes pasado, reunió a Hugo Moyano y al canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias del Vaticano, el argentino Marcelo Sánchez Sorondo, en el VI Congreso Nacional de la Red Antimafia, una foto que hizo que muchos en la Iglesia argentina se agarraran la cabeza.
Por pedido del Papa, Vera coordina cumbres similares que organiza el Vaticano a nivel internacional. Fue la puerta de entrada a Roma de varios jueces de Comodoro Py que instruyen causas delicadas. Fue, a la vez, una manera para que el Papa aceitara contactos entre jueces y fiscales. A uno de ellos, Vera le llevó un regalo del Papa. “Ponelo en tu despacho, para que todos los hijos de puta que te vayan a apretar sepan quién te banca”, le aconsejó. El líder de La Alameda jura que nunca recibió un reproche de Francisco.
Mensajeros
Vera es uno de los que ejercen el poder de los mensajeros. Es un movimiento sencillo, que consiste en entregar o decir en público algo que el Papa les dio o dijo en privado. Le sirve a Francisco para apoyar sin exponerse a ciertas personas o causas. Al mismo tiempo, empodera al mensajero, que oficia como enviado de una misión con aura celestial. En ocasiones, el Papa habilita a los mensajeros para que ejerzan ese poder con autonomía, como cuando les entrega una pila de rosarios bendecidos para que distribuyan a discreción. Otras veces, como iniciativa propia o como respuesta a una preocupación que ellos le plantean, les hace un encargo concreto.
Algo así pasó en mayo de 2016 con el antropólogo Luis Liberman, director de la Cátedra del Diálogo y Cultura del Encuentro, inspirada por el Papa, y hombre cercano al sindicalista Luis Lingeri (Obras Sanitarias). En medio de ataques de Hebe de Bonafini a Francisco y al Gobierno, Liberman reveló que el Pontífice le había dicho que por la presidenta de Madres de Plaza de Mayo no sentía “más que misericordia”. El gesto dio inicio a una buena relación, coronada con un encuentro a solas en Santa Marta. En contacto fluido con Bergoglio desde 2003, Liberman coincide en que Francisco está lejos de asumir el papel de un jefe político que imparte directivas. “Las veces que le pregunté algo me dijo: ‘Vos sabés lo que tenés que hacer’”.
Otro que ofició de mensajero en
2016 fue el teólogo Enrique Palmeyro, que ocupa la secretaría de Scholas Occurrentes, una iniciativa del Papa a nivel global para abrir centros educativos en zonas de pobreza extrema. En febrero de ese año le llevó un rosario bendecido a Milagro Sala, que acababa de quedar detenida por una protesta frente a la gobernación de Jujuy.
Directordeeducacióndegestión Privada durante el primer gobierno de Macri en la ciudad, cargo al que llegó por gestión de Bergoglio, Palmeyro es uno de los jefes de Misioneros de Francisco. Es un movimiento católico ideado por Emilio Pérsico, que, en las fronteras entre la política y la religión, ya construyó
12 capillas en barrios pobres del conurbano y planea levantar otras 29 en distintos puntos del país, con el objetivo de “acompañar la religiosidad y la cultura popular”. Aunque buena parte de sus miembros son del Movimiento Evita, Misioneros de Francisco no tiene un vínculo formal con la agrupación ni tampoco con la Iglesia.
A cargo de la capilla del barrio Libertador, en Tres de Febrero, quedó Monona, una costurera jubilada que de joven militó en la JP. Mientras en el centro comunitario anexo cuatro chicas del barrio preparan tortas fritas para los alumnos del taller de adicciones, Monona explica que “la religión y la política se funden en la realidad” e invita a pasar a la capilla, levantada sobre un terreno baldío, a espaldas de la cancha de J. J. Urquiza. Interrumpe la charla una joven del barrio que se acerca a pedir trabajo. Después de que le toman los datos, Monona se sienta en uno de los tres bancos de madera de la capilla, posa la mirada en una mesaaltar con una pequeña cruz y dice: “Somos conscientes de la realidad social y eso es política”.