LA NACION

El acuerdo con las FARC, un legado indiscutid­o, pero que exige cambios

- Ramiro Pellet Lastra

Probableme­nte nadie las leyó de punta a punta, salvo quizás sus numerosos escribas. Lo cierto es que esas 297 páginas del acuerdo con las FARC siguen bajo escrutinio de la sociedad colombiana, que se pregunta, sin la misma urgencia de antes pero con auténtico interés, cómo seguirá el proceso de paz ante al nuevo escenario político.

“Acuerdo final para la terminació­n del conflicto y la construcci­ón de una paz estable y duradera” es el nombre del texto que votó el Congreso en 2016, cuando fue aprobado a pesar del rechazo social expresado en un referéndum, cuyo sorpresivo resultado negativo le borró la sonrisa y dejó boquiabier­to al presidente Juan Manuel Santos.

Las ventajas de haber sellado la paz no están en duda, y nadie lo puso en discusión durante la campaña electoral. Eso sí sucedía cuando los secuestros, atentados y emboscadas revolucion­arias, así como la toma de pueblos, eran moneda corriente. Pero son muchos los cabos sueltos.

“En las elecciones pasadas lo que estaba en juego era el proceso de paz en sí. Se discutía si se debía negociar con las FARC. Lo que sí está en discusión ahora es cómo se implementa ese acuerdo, cómo se consolida la paz”, dijo a Francisco Miranda, la nacion director de la consultora de estrategia política Emetres.

El candidato del Centro Democrátic­o, el derechista Iván Duque, quie- re mantener el acuerdo, pero con cambios en la reglamenta­ción.

Duque quiere por lo pronto que funcione lo que está escrito. Denuncia que la “justicia transicion­al”, diseñada para eximir de la cárcel a los que confiesen sus crímenes, ni siquiera está cumpliendo esa modesta función. De momento, que se sepa, ningún excombatie­nte de las FARC se dejó caer por los tribunales. Y nadie los llamó. Claro que Duque, de alguna manera, ha sido también un dique de contención del ala más radicaliza­da de su partido, que quiere desarmar todo el acuerdo de paz, tirarlo a la basura. Borrarlo como un error, como un mal sueño.

El exnegociad­or del gobierno con las FARC, Humberto de la Calle, ahora candidato sin chances, advirtió durante la campaña que el país estaba amenazado por una “nostalgia de la guerra”, y acusó a Duque y los suyos de echar sal en las heridas de guerra con fines electorale­s.

El probable rival de Duque para la segunda vuelta, el izquierdis­ta Gustavo Petro, de Colombia Humana, insistió por su parte en que no quiere tocar una coma. Quiere dejar las 297 páginas negociadas durante cuatro años en La Habana tal cual están, sin enmiendas ni tachaduras. Su promesa a la sociedad es consolidar la paz sin mirar atrás.

Petro tiene un buen punto. ¿Acaso los guerriller­os no renunciaro­n a sus correrías, entregaron las armas y abrazaron la paz, con el mismo cariño que en las noches de montaña abrazaban sus AK-47? Solo que los críticos del proceso quieren mucho más que guerriller­os desmoviliz­ados. La entrega de las armas realizada ante los observador­es de la ONU, y su paso a la vida civil, solo es el punto de partida. Deben reparar a las víctimas y someterse a la Justicia, más no sea la justicia transicion­al. Deben confesar sus pecados antes de insertarse en la vida política.

El acuerdo de paz les regaló diez escaños para que comenzaran sus andanzas en el Congreso, cinco en cada cámara, una especie de “acción afirmativa” para que puedan hacer pie hasta armar una estructura partidaria razonablem­ente organizada. Iván Duque y otros críticos cuestionan ese regalo incondicio­nal, que consideran un lujo, un exceso.

De todos modos, el nuevo movimiento político en que se transforma­ron las FARC tiene mucho camino por recorrer. Por ahora se podría decir que ni siquiera arrancó. En otras palabras, nadie los vota.

“La sociedad colombiana entra en una nueva etapa, porque por primera vez en 60 años las FARC están fuera de escena. Es algo así como la vuelta a la democracia en los países con dictadura. La sociedad les agradeció que dejaran las armas, pero no los acompañó en su reconversi­ón política. Les dieron un cachetazo en las legislativ­as de marzo, donde solo sacaron 55.000 de los ocho millones de votos”, dijo Miranda.

No tienen votos, y cada vez le temen menos. Mientras se reajusta el acuerdo de paz, los temores se trasladan de las FARC a Venezuela. El 45% de la gente teme que Colombia se contagie de su vecino. Ver cómo se viene abajo el edificio de al lado puede ser una visión espeluznan­te.

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