El Vaticano, gran atracción en la Bienal de Arquitectura de Venecia
En el bosque de la isla San Giorgio, llaman la atención diez capillas diseñadas por arquitectos de todo el mundo
VENECIA.– La isla de San Giorgio es uno de los lugares más fascinantes de Venecia: allí se levanta la célebre Iglesia homónima, obra maestra de Andrea Palladio, además de la prestigiosa Fundación Cini, que realizó un laberinto en homenaje a Borges en 2011 y un maravilloso jardín.
Pero ahora, y hasta el 25 de noviembre próximo, hay otro motivo para visitar este pequeño paraíso, alejado del ruido de las legiones de turistas: las diez capillas que la Santa Sede levantó en el denominado “bosque” de la isla. En su primera participación en la Bienal de Arquitectura de Venecia, en efecto, el Vaticano convocó a diez arquitectos de renombre de todos los continentes, que bajo el título de “Vatican chapels” construyeron diez obras que se han vuelto la atracción de esta edición de la prestigiosa muestra.
Impulsado por el cardenal Gian- franco Ravasi, titular del Pontificio Consejo para la Cultura e ideado por el profesor Francesco Dal Co, el Vaticano se inspiró a partir de “La capilla en el bosque”, un modelo construido en 1920 por el célebre arquitecto sueco, Gunnar Asplund, en el cementerio de Estocolmo. El tema de una capilla como lugar de orientación, encuentro, meditación y saludo fue propuesto, así, a diez arquitectos de todo el mundo –reflejo de la universalidad de la Iglesia–, que fueron invitados a idear y construir capillas en la espléndida parte arbolada de la isla. El experimento funcionó: el visitante queda impactado por las interpretaciones que pueden verse en un recorrido a través de un lugar marcado por su naturaleza generosa.
Una de las capillas más originales es la del arquitecto paraguayo Javier Corvalán, una estructura parecida a una nave espacial, circular, suspendida en el aire y sin techo, en la que aparece una cruz tridimensional. Aunque la gran estrella del pabellón del Vaticano es la capilla ideada por el famoso arquitecto británico, Normar Foster: una estructura de madera y acero parecida a una catedral gótica, totalmente abierta, en las que se entrelazan plantas de jazmines. La obra de Foster ocupa un lugar estratégico de la isla de San Giorgio, en la punta, con un mirador excepcional.
También sorprende la capilla del arquitecto australiano Sean Godsell: de aluminio, de lejos es parecida a un
food-truck, pero alto, que puede abrirse o cerrarse con un dispositivo eléctrico, encerrando el altar. El japonés Teronobu Fujimori realiza, en tanto, una cabaña de madera con una entrada mínima, bancos, ventanas de color pastel y una cruz dorada injertada en la estructura, marcada por tres clavos y trozos de carbón en la pared.
No hay cruz en la capilla del estadounidense Andrew Berman, un espacio concentrado que deja, en su lugar, una claraboya por donde entra un halo de luz sobre un altar triangular. En la del portugués Eduardo Souto de Moura –premio Pritzker–, la cruz puede entreverse en la conjunción de dos de los bloques de piedra que, a través de un recinto, forman la capilla.
El chileno Smiljan Radic se luce con una suerte de búnker circular, de cemento, con techo de vidrio. Su colega brasileña, Carla Juacaba, con una capilla que en realidad no existe, marcada por la simplicidad de dos cruces totalmente desnudas de acero inoxidable superpulido.
Fiel reflejo del éxito de esta propuesta del Vaticano, las diez capillas serán reubicadas en algún lugar. “La mía irá a Polonia”, contó a la nacion Juacaba, joven arquitecta carioca que detalló que, como muchos de los otros expositores, no es creyente.
En la presentación de este primer y exitoso debut del Vaticano en la Bienal de Arquitectura, el cardenal Ravasi destacó que “Vatican chapels” intenta ser “una suerte de peregrinaje no solo religioso, sino también laico, conducido por todos aquellos que desean redescubrir la belleza, el silencio, la voz interior y trascendente, la fraternidad humana del estar juntos en la asamblea de un pueblo, pero también la soledad del bosque, donde se puede captar el estremecimiento de la naturaleza, que es como un templo cósmico”.