LA NACION

Villa 7 de Marzo. La playa bonaerense más austral busca crecer como pueblo

En el límite con Río Negro, este balneario de 15 habitantes apuesta a atraer nuevos pobladores con el imán de una vida tranquila y en contacto con la naturaleza

- Leandro Vesco

VILLA 7 DE MARZO, Buenos Aires.– Cuando el mapa de la provincia termina, hay un pequeño punto que desafía la soledad patagónica y enfrenta con sueños pioneros a las playas interminab­les que baña el Mar Argentino. Un puñado de casas se presentan detrás de los médanos. Es el paraje Villa 7 de Marzo, un conjunto algo desordenad­o de casas rodeadas de columnas de ladrillos, bidones de combustibl­e, arena y bolsas de cemento. Son 15 los habitantes que quieren hacer realidad un sueño: formar un pueblo en la puerta de la Patagonia.

“Para muchos es la última playa de Buenos Aires, para nosotros es la primera. Todo está por hacerse y el mar nos une”, afirma Silvia García, nieta de un inmigrante español que donó las tierras para que el pueblo pudiera germinar.

La localidad pertenece al partido de Carmen de Patagones, el de mayor extensión de la provincia, pero con la menor proporción de habitantes. Al norte, el río Colorado es el límite entre esta región y la pampeana. A 30 kilómetros de la ciudad cabecera y siguiendo un camino de tierra que bordea el río Negro, pasando por las cuevas maragatas que fueron las primeras casas de los inmigrante­s españoles que llegaron aquí en el siglo XVIII, la huella culmina en La Boca, el estuario donde se unen las aguas del río con las del mar. “Es un río con marea, y cuando se une con la del mar produce cambios de coloración hermosos en el agua”, describe García.

El nombre del pueblo hace referencia a la batalla que se libró acá un 7 de marzo de 1827, cuando en estas playas desembarca­ron los soldados del imperio brasileño con la intención de tomar posesión de la Patagonia. Aquel día fueron expulsados por un grupo de gauchos y vecinos de la primera población de Carmen de Patagones.

El pueblo está a pocos metros del mar, rodeado de playas de arena fina. La tierra es salitrosa y los árboles tardan en prender: las pocas casas que los tienen son las más antiguas. Entre ellas hay una que se destaca: tiene el diseño de un barco. “Es de un pescador”, cuenta García.

Su abuelo, don Ramiro García Pietro, llegó en 1914 de la localidad española de Destriana, en la provincia de León, y compró estas soledades indómitas porque le recordaban a su tierra. En 1974 donó a la municipali­dad las primeras 40 hectáreas. En ese entonces algunas familias ferroviari­as habían decidido abrirse paso a los médanos y construyer­on algunas casas con la idea de formar un pueblo, pero para que eso ocurriese, las normas comunales le exigieron otras 60 hectáreas más, donación que García Pietro también hizo.

Recién el 13 de abril de 1993, el gobierno de la provincia de Buenos Aires lo declaró oficialmen­te pueblo, aunque ese decreto aún no bajó al llano. Faltan varias cosas: entre ellas, completar la mensura, porque al no existir un catastro definitivo, las calles y los terrenos tienen un orden caprichoso. Hay una plaza en un rincón del caserío con plantas que dentro de algunas décadas serán árboles “Para mí es una responsabi­lidad, porque este es el sueño de mi abuelo y acá están mis raíces”, reafirma García.

“Hoy somos 15 estables, pero queremos que vengan a vivir más, hay terrenos a buen precio”, se ilusiona. Aún no hay una escuela porque no viven chicos en el pueblo. Pero creen que pronto hará falta. “Te tiene que gustar mucho la tranquilid­ad, es un lugar alejado. Los inviernos son duros –reconoce García–. Pero para un niño sería una infancia inolvidabl­e”.

Una lengua de agua del río Negro penetra en la playa, de una extensión excesiva. El viento, que cambia según la marea, golpea y obliga a pararse con firmeza. “Cuando llegué no había nada. Vine con un vagón cocina que estaban por tirar en Patagones y esa fue nuestra casa”, explica Alfredo Farinelli, uno de los primeros pobladores.

Llegó hace 20 años, cuando se cruzó con este paraíso. “Vine para pescar, pero sentí que acá había paz”, dice. Su casa tiene el único almacén abierto todo el año. Las pocas verduras y frutas que llegan a 7 de Marzo están ahí.

En las paredes hay fotos encuadrada­s con hitos del pueblo. “Aquel es un tiburón bacota de 40 kilos”, señala. “Allá está el vagón y los primeros pastos”. Son recortes de diarios de tormentas legendaria­s y de asados familiares, el naufragio de un barco, un grupo de amigos pescando. Recuerdos que se pegan con cinta y que constituye­n la memoria de este pueblo en formación.

Luis Insunza es un rehén de su destino inquieto. Recorrió el país hasta que un día conoció este lugar y sus pasos se detuvieron. “Vine para hacer una casa y terminé comprando un terreno, donde vivo”, cuenta. Hoy es el delegado del pueblo. “Todo acá se hace a pulmón. La Plata queda muy lejos y las soluciones tardan mucho”. Por ahora Villa 7 de Marzo tienen una sala sanitaria y 19 postes de luz que iluminan las casas por la noche. “La libertad es nuestro mayor atractivo, somos solidarios y tratamos de ayudarnos entre todos”, dice.

El mar y la pesca están presentes en todas las conversaci­ones. El lenguado es el manjar de esta tierra, y también hay tiburones bacota. Y por las noches, todo este cielo del confín bonaerense es de los 15 pioneros que se animaron a negociar con la soledad.

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Las playas extensas y solitarias, uno de los atractivos
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Fotos de santiago hafford En la localidad hoy viven 15 habitantes estables
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