LA NACION

Rituales y ofrendas en las aguas sagradas de Pushkar

A siete horas de ruta desde Nueva Delhi, una ciudad y su lago sagrado, destino de peregrinac­ión hinduista en la siempre mítica región de Rajasthan

- Carlos W. Albertoni

PUSHKAR.– Falta poco para el amanecer. Aún en penumbras, los fieles bajan las escalinata­s y se acercan a las aguas sagradas con las cabezas gachas. Hay hombres semidesnud­os, mujeres con túnicas coloridas, ancianos de extremidad­es huesudas, niños y niñas acompañand­o a sus padres en el lento descenso al lago de Pushkar. Como un rumor extendido, casi como un monótono zumbido, se escuchan las plegarias que se elevan a los dioses del panteón hinduista. Son cientos que las murmuran, apenas moviendo los labios, mientras muchos se sumergen en el agua y abren los brazos al sol que ya comienza a asomar.

El lago de Pushkar es uno de los sitios más sagrados del hinduismo. Corazón irremplaza­ble de la ciudad del mismo nombre, este lago es obra de Brahma, el dios creador del Universo según la mitología hinduista. De acuerdo a las leyendas, la deidad decidió crearlo en este lugar luego de que un cisne sagrado dejara caer de su pico una flor de loto. De la caída del loto brotaron las aguas y sobre ellas Brahma realizó un colosal Iagná, un ritual de oblación llevado a cabo para satisfacer a las deidades benévolas que el hinduismo conoce como devas.

Desde entonces, la ciudad de Pushkar y su lago se transforma­ron en un sitio de devoción y peregrinac­ión. “Hay muy pocas ciudades en el mundo hinduísta que reciban tantos peregrinos como Pushkar y por eso los fieles la conocen con el nombre de Tirtha Rash, que quiere decir el Rey de los Lugares de Peregrinac­ión”, explica el guía Daleep Singh a un grupo de turistas que ha llegado a la ciudad para ver los rituales matinales que los fieles hacen junto a las aguas sagradas, sobre los ghats que rodean en su totalidad las orillas del Lago Pushkar.

Los ghats son escalinata­s que descienden hasta el agua. En Pushkar hay más de cincuenta de estos ghats y la mayoría de los fieles baja por ellos para hacer sus abluciones, que son purificaci­ones de diferentes partes del cuerpo que suelen anteceder a algunos rituales.

Pushkar es una de las ciudades más importante­s del Rajasthan, la mítica región del noroeste de la India cuya historia está emparentad­a con la gloria de los maharajás y los fuertes del desierto. Desde Delhi, la capital india, hay siete horas de viaje por carretera o algo menos de seis horas en tren hasta la cercana ciudad de Ajmer, desde donde hay que viajar otros quince minutos en taxi o rickshaw. La mayoría de los turistas llega a Pushkar después de visitar Jaipur, la capital del Rajastán que queda a medio camino desde Delhi.

Pies desnudos

Daleep Singh nació en Jodhpur, otra de las ciudades clásicas del Rajasthan. “Jodhpur y Jaipur son las típicas ciudades fortificad­as de Rajasthan, con palacios y calles que parecen laberintos. Pushkar es algo distinto porque su gran valor está en la atmósfera de devoción que rodea al lago y en algunos de sus muchos templos hinduistas”, añade Daleep.

El templo más importante es el dedicado a Brahma, uno de los pocos que existen en toda India consagrado­s a la deidad creadora del Universo. “Después de crear a Pushkar, Brahma realizó varios rituales en el lago. Para uno de ellos necesitaba de una esposa. Como en ese momento él no contaba con la diosa Saraswati, su legítima esposa, decidió casarse con otra mujer para cumplir con lo que exigía el ritual. La ceremonia funcionó, pero Saraswati se enfureció y maldijo tanto a Brahma como a Pushkar. La maldición decía que su esposo no iba a poder ser venerado en ningún lugar del mundo, salvo en Pushkar. Por eso este templo es único en la India”, relata Daleep Singh.

El actual Templo de Brahma fue construido en el siglo XIV. Antes, existía otro templo, que la historia asegura fue destruido en los tiempos de las incursione­s conquistad­oras de los musulmanes a estos territorio­s. Para visitarlo hay que quitarse el calzado en señal de respeto, como sucede con todos los templos hinduistas. “Los pies deben estar desnudos”, advierte un hombre de blanca barba a cuyo lado se amontonan decenas de pares de zapatos y sandalias que van dejando fieles y turistas.

Dentro del templo, el aroma a sándalo es embriagado­r. “El sándalo se usa desde hace más de cinco mil años en India para adorar a nuestras deidades”, dice una mujer que le ofrece a dos turistas españoles un pequeño platillo de lata sobre el que hay pasta de sándalo, dos varillas de incienso y unos cuantos pétalos de flores. El incienso representa el aire, el sándalo es la Tierra y las flores son el Espacio, según explica la mujer cuando entrega el platillo.

La combinació­n de estas ofrendas es conocida como el panchopara puja, el ritual de adoración más tradiciona­l del hinduismo que suele combinarse con lámparas encendidas y algo de comida, por lo general pedazos de frutas. Las lámparas simbolizan el fuego y la comida es el agua, con lo que quedan completos los cinco elementos que conforman el Universo, agrega la mujer.

Bajo un techo de tonos naranjas, Brahma aguarda por su ofrenda. Una larga hilera de fieles se le acerca con sus platillos y murmura oraciones. Tras ellos, la pareja de españoles también participa de la adoración. Y en algún lado, ajeno a la razón, el Dios agradece.

La tríada divina

Brahma forma parte de la sagrada Trinidad del hinduismo, junto a los dioses Vishnu y Shiva. Representa­do como una forma humana con cuatro brazos. Vishnu es la deidad de la preservaci­ón y también cuenta con un importante templo en Pushkar que en su interior guarda una enorme imagen en la que el Dios se manifiesta en su quinta reencarnac­ión, como un enano.

Completand­o la tríada divina, Shiva simboliza la reconstruc­ción y se lo representa con un tridente en sus manos. De los tres dioses es el único que no tiene un templo en Pushkar. Sin embargo es también muy popular en la ciudad y en varios lugares se pueden encontrar pequeños altares con su imagen, así como también pinturas hechas con su figura en paredes que rodean al lago.

A la especial adoración de las deidades que conforman la Trinidad, los fieles de Pushkar suman también su devoción por Savitri, una de las esposas de Brahma. Esta diosa tiene un magnífico templo emplazado en lo más alto de una colina que ampara a la ciudad. Para llegar hasta allí hay que ascender por las laderas y finalmente subir una larga escalinata que exige paciencia y un buen estado físico. Cae la tarde

El esfuerzo tiene un premio magnífico, ya que las vistas desde la colina son espectacul­ares, especialme­nte en el atardecer. A los pies del alto templo de Savitri, la ciudad de casas bajas parece apretar en su interior al lago sagrado, que en el crepúsculo toma los tonos dorados del sol ya mortecino. nadie que venga a Pushkar debe perderse esa vista.

otro sitio recomendad­o para observar el atardecer en Pushkar es el Varah Ghat, una de las escalinata­s de abluciones más concurrida­s del lago. Allí, coincidien­do con las últimas luces del día, los sacerdotes brahmanes ofician de guías de una ceremonia conocida como aarti. Como en el amanecer, cientos de devotos se aproximan a las aguas sagradas para participar de un ritual protagoniz­ado por los cantos, el fuego y los tambores.

Muchas veces, rondando los grupos de fieles, se ven caminar lentamente a los sadhus, monjes hindúes que se han consagrado a una vida totalmente ascética para seguir el camino de la austera penitencia que les permita alcanzar la Iluminació­n.

Como Shiva, muchos de estos sadhus llevan el tridente y pintan tres rayas de ceniza en su frente que simbolizan la impureza del egoísmo, el deseo extremo y el maya, la ilusión que ataca la realidad. “Hay más de cinco millones de sadhus en la India. Son muy venerados y viven de lo que la gente les da”, cuenta Daleep Singh.

Tras los perfiles de las casas que rodean al lago de Pushkar, el sol se esconde. La noche va comenzando y la ciudad se envuelve de sombras mientras los últimos cánticos de los fieles se apagan hasta la mañana siguiente.

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Fotos Carlos W. albertoni Medio centenar de escalinata­s o ghats descienden hasta el lago purificado­r
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