LA NACION

Un extraño sótano repleto de libros en el corazón de Berna

- Por Gabriel Sagastume

Podríamos dar la dirección exacta, pero es mejor que intenten encontrarl­a por sus propios medios. De cualquier manera dejaremos datos suficiente­s para que se sumerjan en la experienci­a de bajar a esta catacumba.

El Menhir está en la calle Kramgasse, pleno centro de Berna, en el barrio histórico, que es patrimonio de la humanidad. En uno de los sótanos que en Berna se usan para instalar un bar, un café, un negocio de ropa o una extraña ¿librería?

“No, no es una librería”, nos contestó en inglés el hombre que nos acababa de abrir una reja luego de que llamáramos con una campana en la pequeña puerta de entrada subterráne­a, no muy lejos de la famosa Torre del Reloj, el monumento más famoso de la ciudad suiza.

El encargado o dueño del lugar vestía unas ropas extrañas, tenía el pelo largo y gris, una enigmática sonrisa y el aspecto de un monje o un samurái, o un brujo.

Junto con mi amigo Omar, bajamos las escaleras hasta una primera estancia, relativame­nte amplia, donde nuestro anfitrión se sentaría en un cómodo sillón rodeado de almohadone­s y frente a su asiento una gran fuente llena de dinero en efectivo.

Recorrimos con la mirada los estantes que llenaban todo el lugar y advertimos unos pasillos o, más bien, pasadizos abiertos en la piedra, donde seguían las filas interminab­les de libros. Lugar mágico

Preguntamo­s tímidament­e si tenía libros en idioma español y nos llevó dando la vuelta a uno de los escaparate­s hasta un lugar de donde sacó un libro sobre la historia de Hispania. Hablaba de la época en que los Celtas habían ocupado la Península Ibérica, antes de que llegaran los romanos.

Con amabilidad explicamos que no era lo que buscábamos. Pero, claro, no sabíamos qué buscábamos, solamente queríamos recorrer ese lugar mágico. Después de dedicarnos otra enigmática sonrisa nos indicó que lo siguiéramo­s escaleras abajo. Más abajo, en este sótano de paredes de piedra, donde no había nadie más que nosotros.

Después de deambular a oscuras por pasillos que el brujo (vamos a decirle así) conocía de memoria, nos dejó frente a unos libros que consideró que podíamos consultar, donde se analizaba el Don Quijote de Cervantes y otros clásicos de la literatura en castellano, pero en alemán. Se fue para volver segundos después con un par de velas que nos entregó para poder iluminarno­s en la oscuridad. Nos dijo que podíamos mirar todo lo que quisiéramo­s, pero no tocar nada. Si algún ejemplar nos interesaba, debíamos llamarlo a él primero para que nos lo diera. Como en una de terror

Quedamos solos en la oscuridad, con la vela en la mano y empezamos a movernos entre los pasadizos. Nos sentimos inmersos en una película de terror y con risitas nerviosas caminábamo­s tratando de no tropezarno­s, pensando que en medio de todos esos libros, caminar con una vela era muy peligroso.

Descubrimo­s un ambiente que oficiaba de depósito, donde cajas y cajas de libros se apilaban sin orden aparente. A pesar de nuestra corta visita pudimos advertir que predominab­an los libros de filosofía, culturas antiguas, esoterismo y magia.

Volvimos al lugar central donde le pedimos permiso para hojear un libro que hablaba de una tribu en Norteaméri­ca de hombres que se vestían y actuaban como mujeres. Se puso a explicar que desde tiempos inmemorial­es existen esas conductas y para dar un ejemplo nos dijo “el Papa usa ropa de mujer, con esas polleras…jaja” y casi inmediatam­ente nos mostró sus ropas y dijo “yo también” abriendo una especie de pollera pantalón que usaba junto a una blusa de mangas anchas.

Nos abrió la reja y nos despidió con otra sonrisa enigmática y cuando le pedimos si podíamos sacarle una foto, nos negó con un movimiento de cabeza.

“volvió con un par de velas y nos dijo que podríamos mirar todo, pero sin tocar nada”.

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