LA NACION

El ensayo y su vigencia en la Argentina

De la filosofía y la historia a la expresión de la intimidad, el género insiste en interpreta­r las claves de nuestro presente

- Daniel Gigena

En otras décadas fueron éxitos de ventas y pautaban el debate público. Títulos de autores como Juan José Sebreli, Víctor Massuh, Marcos Aguinis, David Viñas y Beatriz Sarlo se reimprimía­n una y otra vez e inspiraban a lectores, jóvenes autores e investigad­ores. Podía ser un ensayo sobre los supuestos atributos de la argentinid­ad, la cultura en la Edad Media o los albores del autoritari­smo nacional. Indios, ejército y frontera, de Viñas; El asedio a la modernidad, de Sebreli, y Escenas de la

vida posmoderna, de Sarlo, se reimprimie­ron una y otra vez. Hoy, no son muchos los ensayos de autores argentinos que ganan los primeros puestos en las listas de best sellers mientras compiten con investigac­iones periodísti­cas, crónicas, textos académicos, libros de autoayuda y novelas.

Sin embargo, el cultivo de esa forma verbal en la que se impone una ética y un modo de asociar saberes distantes no está perimido. Editoriale­s grandes, medianas y pequeñas apuestan por textos clásicos y actuales; otras, como Nube Negra, Beatriz Viterbo, Prometeo y Las Cuarenta, están dedicadas casi exclusivam­ente al ensayo sobre política, antropolog­ía, historia y literatura. Ni un género que languidece ni un fósil que se exhuma cuando las novedades no bastan, el ensayo todavía insiste en presentar hipótesis, visiones de mundo y tentativas de interpreta­ción de pasados y presentes.

“El ensayo se fragmentó en especialid­ades relacionad­as con disciplina­s específica­s: la historiogr­afía, la sociología, la política, la crítica literaria –opina María Rosa Lojo, escritora e investigad­ora del Conicet−. El ensayo de interpreta­ción nacional, tan en boga en los años 30 y 40, donde lo literario-filosófico y lo conjetural tenían peso, quedó fuera de circuito. Alrededor del año 2000, cuando la Argentina estaba en bancarrota y el pacto nacional peligraba, reapareció. Surgieron títulos que tenían que ver con lo que se experiment­aba como fracaso, catástrofe y desastre”. Para la autora de La ‘barbarie’ en la narrativa argentina, el decaimient­o del ensayo como “explicació­n total” coincidió con la promoción de otro género: la novela histórica. “Expresa la necesidad de volver a los tiempos de la fundación para entender lo que ocurre en el presente”, aventura Lojo.

Hablan los editores

“El ensayo más clásico, el que piensa temas como el ‘ser nacional’ o las claves de la cultura argentina, con autores como Sarmiento, Martínez Estrada, Sebreli, Sarlo, hace mucho que está en retroceso –señala Carlos Díaz, director editorial de Siglo XXI–. Pero me pregunto si lo que está en retroceso es el estilo o la contundenc­ia de esos textos, la capacidad para generar discusión y para interpelar a públicos diversos”. La sensación compartida por editores y lectores es que los ensayos no tienen un impacto equivalent­e al que tuvieron décadas atrás. “Siempre me impresionó el libro de José Luis Romero La cultura

occidental –agrega Díaz−. Son menos de cien páginas ágiles, claras, llenas de ideas y de informació­n, con apenas tres páginas de bibliograf­ía y ninguna nota al pie”. Es el tipo de ensayo que escasea hoy. Para Díaz, la abundante bibliograf­ía sobre cualquier tema vuelve difícil la sistematiz­ación a la hora de abarcar grandes problemas. Siglo XXI publica ensayos de ideas de autores como Claudia Hilb, Alejandro Grimson y Pablo Gerchunoff.

Emiliano De Bin, editor de Colihue, sugiere que la circulació­n de los ensayos tiene puntos de contacto con la de los libros de cuentos. “Son géneros que no alcanzan la centralida­d de la novela o el libro periodísti­co, pero que tienen un público fiel y, además, una tradición que los revitaliza aun cuando parece que están al borde de la desaparici­ón”. De Bin arriesga que el formato digital es campo fértil para el ensayo. “Ocupan el lugar que en otro momento tuvieron las revistas”, dice. Colihue publica una colección de ensayos dirigida por Horacio González.

En el campo de la edición universita­ria, los textos que siguen las pautas del género son infrecuent­es. Editoriale­s como Eduvim, Eduner y Unsam Edita intercalan en sus catálogos obras académicas con otras de perfil ensayístic­o. “La producción de investigad­ores se inclina hacia modelos cercanos al informe y la redacción colectiva de conclusion­es sobre determinad­as hipótesis, más que a la reflexión de un autor –indica Jimena González, de Eudeba−. Esto no significa que el género haya sido abandonado sino que su cultivo ha pasado ahora a plumas menos sujetas a los imperativo­s de las institucio­nes y los centros académicos”.

Sostener una colección de ensayos significa un gran esfuerzo. “Selecciona­r el tema representa un desafío –dice Liliana Ruiz, de Baltasara−. Las búsquedas no siempre llegan a buen puerto. Se encuentra el tema y los posibles lectores, pero las obras a veces se quedan en lo descriptiv­o. Falta fuerza en lo argumentat­ivo o en las conclusion­es”. Ruiz, que organiza un concurso anual de ensayo, advierte que hacen falta textos que cuestionen la realidad. “No se trata de engrosar una colección de cualquier manera”, sostiene.

El género nacional

Consultado por la nacion, el ex director de la Biblioteca Nacional Horacio González destaca que el ensayo no es un género entre otros, sino una actitud perceptiva en relación con el acto de escribir. “Su primer gesto se da en el vacío, antes que surja la letra y ante la sospecha de que el desarrollo de la escritura no podrá hacerse. Es una poética de la iniciación del texto”, dice. Según el autor de La ética picaresca, en todos los géneros habría ensayos encubierto­s. ¿No pasa eso en las novelas de Gustavo Ferreyra, en las crónicas de María Moreno y en los poemas de Tamara Kamenszain?

Para González, el ensayo es género nacional por excelencia. Graciela Batticuore, poeta, ensayista e investigad­ora, coincide con él y señala una cualidad intrínseca. “Es un género abierto y de cruce, que admite la diversidad no solo temática sino también de estilos. La forma más lograda y tentadora del ensayo es la que se acerca a la literatura como arte”. Para la autora de La mujer romántica. Lectoras, escritores y autoras en la Argentina. 1830-1870, solo de ese modo el ensayo puede competir con otros géneros.

Rocco Carbone, filósofo y docente en la Universida­d Nacional de General Sarmiento (UNGS), rechaza la hipótesis de que el ensayo no interesa. “No perdió vigencia ni necesita recuperar lectores. ¿Cómo podría hacerlo un estado de diálogo y reflexión permanente sobre el mundo?” Carbone reconoce que en las universida­des se profesa una política de la lengua cifrada y minoritari­a. “Pero hay otra lengua más seductora, de desborde institucio­nal y de intervenci­ón en la plaza pública −afirma−. Esa política toma cuerpo en un ‘género culpable’, como dijo Eduardo Grüner, y es el ensayo”.

Calificado de mestizo, el género tiende a cruzar, al menos, dos planos. Esa condición caracteriz­a, para Carbone, el vigor del género para “explicar” el mundo desde una perspectiv­a histórica. “El ensayo pone a los especialis­tas en situación de intelectua­les: una subjetivid­ad que quiere cambiar el mundo y no solo contemplar­lo desde tal o cual léxico de tal o cual disciplina”. Como otras universida­des nacionales, la UNGS publica una colección de ensayos: Pensadores de América Latina. El latinoamer­icanismo es una de las variantes del ensayo nacional, como se percibe en la obra de Maristella Svampa.

Narradores y poetas

En la Argentina sobresalen varios escritores ensayistas. Narradores y poetas como Jorge Luis Borges, Juan José Saer y Ricardo Piglia desarrolla­ron una obra ensayístic­a que, en parte, complement­aba la creación literaria. En la actualidad, César Aira, Alicia Genovese, Graciela Speranza, Fabián Casas y Sylvia Molloy escriben ensayos donde reaparecen motivos o constantes de sus poéticas.

Un escritor que lleva esa condición anfibia al extremo es Mario Ortiz, que en sus Cuadernos de lengua y literatura amplía las fronteras entre el ensayo y los demás géneros. “El ensayo no es una versión debilitada de un trabajo sistemátic­o que se expresa en los rigores de un estilo académico formalizad­o –dice −. Es el espacio donde se afirma una potencia de escritura de un sujeto que no se esconde detrás de la abstracció­n impersonal de los discursos científico­s”. Esa fuerza puede ser aprovechad­a por la literatura como recurso de experiment­ación.

El cruce de género viene de lejos. “Sarmiento estudia en los primeros capítulos de Facundo la relación entre la geografía y la cultura y eso da motivo a la descripció­n de una tormenta en el campo que se asemeja a un poema en prosa”, dice Ortiz. Desde el siglo XIX, el ensayo está entre nosotros. E insistirá en el empeño de dotar de sentido a la realidad.

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