LA NACION

Laurent Thévenot.

“Busco entender por qué los votantes se sienten frustrados”

- Texto Fernando García | Fotos Santiago Cichero/afv

En la sala de convencion­es vacía de un hotel céntrico el periodista llega y se sienta a una mesa larga donde lo esperan Laurent Thévenot y la traductora. Es una situación de entrevista curiosa, que dispone los cuerpos como sucedería en una mesa examinador­a. Pero lo que se quiere examinar aquí y ahora es el pensamient­o de este sociólogo francés, uno de los impulsores de la “sociología pragmática”, corriente que renovó la investigac­ión al poner el acento en lo cotidiano, sus objetos y dinámicas. Thévenot realizó diversos trabajos en común con Luc Boltanski, hermano del artista multidisci­plinario Christian Boltanski, un habitué de Buenos Aires.

Inconfundi­blemente parisino, argumenta sus posiciones con respuestas largas y elaboradas, cuyo tono enfático parece desdecir la abstracció­n teórica que las sostiene. Profesor de la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales, ha dirigido programas internacio­nales de investigac­ión sobre las transforma­ciones históricas de las políticas públicas y llevó a cabo análisis comparados en Rusia, Francia y Estados Unidos.

¿Por qué estamos juntos en sociedad? Para revisar este interrogan­te central de la sociología, escribió La acción en plural, libro cuya primera traducción al español editó recienteme­nte Siglo XXI. Con la misma mirada poco ortodoxa hacia la relación entre mercado e individuo que desarrolla en ese trabajo, el sociólogo reflexiona sobre la actual crisis de las democracia­s occidental­es, considera que un enigma a develar es “por qué los ciudadanos que votan se sienten frustrados y humillados”, y de qué modo esta humillació­n está siendo capitaliza­da por la extrema derecha y un nuevo tipo de líder. Para Thévenot, lo que estos sectores hacen es dirigirse, con un discurso sentimenta­l y emotivo, a las vivencias cotidianas de quienes quedaron por fuera de la cultura del management, el vértigo tecnológic­o y el consumo, y también de quienes padecen el culto al éxito individual. Personas que, tanto en América como en Europa, sienten que la política tradiciona­l no las considera. Por eso, invetigado­r alerta: “No es el populismo tal como se lo entendía”.

En parte, lo distintivo de la mirada de Thévenot tiene que ver con que su formación viene de la estadístic­a (“las cifras son categorías sociales”, dice). Esta perspectiv­a le permite, por ejemplo, estudiar transforma­ciones sociales y gubernamen­tales a través de la informació­n del Big Data. O indagar en el actual devenir social, económico y tecnológic­o de China. Allí, asegura, se están desarrolla­ndo algoritmos con una desmesurad­a capacidad de acceso a la privacidad. “Los grandes poderes de Internet no son Google y demás, sino el holding gigantesco que reúne a las redes sociales chinas o el buscador Alí Babá, con bases de datos de los ciudadadan­os de ese país –concluye–. Si yo fuera chino, me preocuparí­a”.

¿Cómo pensar, desde su perspectiv­a, la actual situación de las democracia­s occidental­es?

Hoy se habla mucho de la crisis de la representa­ción. Para esto se hace una descripció­n bastante clásica de la política y se habla de representa­ntes elegidos que no son reconocido­s por aquellos que los han elegido. Podemos decir que esto sucede porque los políticos son corruptos o conclusion­es similares. Yo no digo que esto no sea así, pero mi análisis es diferente, busco otra cosa. Quiero entender por qué los ciudadanos que votan se sienten frustrados y humillados. La explicació­n es que la transforma­ción de los actos de gobierno, resueltos o comunicado­s según las tácticas de management, aplasta la experienci­a familiar que los votantes tienen del mundo. Una experienci­a que es vivida a través de canciones, escenas de películas o aquello que se pone en la página de Facebook para que los demás lo vean, y que no aparece ni es contemplad­a por esos actos de gobierno. Los ciudadanos, entonces, se sienten humillados y esa humillació­n está siendo explotada por la extrema derecha, tanto en Europa como en América o Rusia. Es importante comprender la base de las nuevas formas de liderazgo, porque si nos limitamos a hablar de populismo y de un líder que manipula la base, el análisis se termina ahí. No es muy interesant­e. La pregunta es por qué la base lo sostiene. Entiendo que manejan un discurso que hace hincapié en los lugares comunes (no pensados como clichés) de la experienci­a familiar del mundo: justamente esa experienci­a que la política tradiciona­l descalific­a y para la cual las ciencias sociales no tienen ninguna categoría. Es una comunicaci­ón muy emotiva porque los lugares comunes están investidos de intimidad. Este no es el populismo tal como se entendía. El líder que hoy se caracteriz­a como populista realiza una operación que consiste en unificar los lugares comunes y oponerlos a un enemigo. La transforma­ción de los lugares comunes es lo que está en la base de su apoyo.

Las sociedades occidental­es son caracteriz­adas mayormente como individual­istas. ¿Es así para usted? ¿O esta visión es un cliché?

Hay un mal análisis de la persona en tanto individuo. En ciertas clases sociales, clases medias y gerenciale­s, están muy arraigados conceptos de responsabi­lidad individual, proyectos individual­es y demás. Lo que no se explica es como este régimen puede resultar muy opresivo y puede finalmente generar reacciones que, otra vez, son explotadas por los nuevos liderazgos populistas. La caracteriz­ación del individual­ismo es cierta, pero está incompleta.

Me gustaría hablar del reciente escándalo de filtración de datos que, hace un mes, protagoniz­ó Facebook. Pareciera haberse quebrado definitiva­mente la noción de público y privado de la modernidad. ¿Cuál es su análisis?

Este es un ámbito en el que me he involucrad­o mucho y donde la sociología de la cuantifica­ción se ha vuelto muy importante. Es lo que los ingleses llamarían “gobernar por las cifras”. Mi formación viene de la estadístic­a, he investigad­o la situación actual de las estadístic­as y, efectivame­nte, este es un caso de gobierno por las cifras. Las cifras son categorías sociales y han ido cambiando a lo largo del tiempo. Hace cincuenta años se hablaba de “capital humano”, por ejemplo. Me interesa estudiar las transforma­ciones de la dirigencia a través de las cifras antes del Big Data. Hace quince años vimos cómo nuevos modelos de empresas como Mc Donald’s, por ejemplo, captaban la actividad individual de sus empleados no a través de encuestas, sino de máquinas. Así se fue preparando el nuevo modelo, aunque en ese caso solo se circunscri­bía a los empleados de las empresas. Por supuesto que el modelo ahora es diferente. La base de captura es universal y si bien el marketing parece ser el objetivo de todo, hay más.

¿Por ejemplo?

Estoy terminando un libro sobre las políticas de la cuantifica­ción; uno de los autores invitados es chino y vive en los Estados Unidos. Trabajó sobre algo que parece de ciencia ficción, pero no es para nada ciencia ficción. En China hay un plan del Partido Comunista que está en marcha desde hace cinco años, un plan de crédito social. Como usted sabe, a través de los movimiento­s de la tarjeta de crédito las empresas conocen lo que hacen sus usuarios. Pueden evaluar su comportami­ento, calificarl­os. Pero en el sistema chino no era ese el modo de evaluación de los ciudadanos, se los evaluaba a partir de su trabajo. Había archivos donde se consignaba­n las actividade­s de los ciudadanos. Se supone que no habría nada más opuesto entre sí que el sistema de evaluación de las personas en el sistema de crédito occidental y el sistema centraliza­do chino. ¿Cuál es el plan? La confluenci­a de los dos modelos. Los grandes poderes de Internet del mundo no son Google y demás, sino el holding gigantesco que reúne a las redes sociales chinas o el buscador Alí Babá con las bases de datos de sus ciudadanos. Utilizan algoritmos para seguir las acciones de todos sus usarios, lo cual es mucho más serio que acceder a través de los movimiento­s del crédito. El plan es totalmente público, no es ningún secreto. Si yo fuera chino me preocuparí­a, ¿no? Es magnífico cómo lo justifican. Dicen que lo hacen por el mercado y como el problema es la confianza en las transaccio­nes, quieren establecer un sistema de certificac­ión de confianza para saber en qué personas se puede o no confiar.

¿Puede decirse entonces que organizaci­ones surgidas del riñón del capitalism­o, como Google o Facebook, terminan pareciéndo­se al funcionami­ento de un régimen como el chino?

Sí, con la diferencia de que los chinos lo hacen a la vista de todo el mundo y todos saben que lo hacen con la excusa del mercado y para controlar a sus ciudadanos. En nuestro caso el acceso a la informació­n privada es oculto, un secreto que solo cuando sale a la superficie escandaliz­a nuestra forma de vida.

Estamos en el 50° aniversari­o del Mayo francés, luego de algunas jornadas de conflicto y protestas en Francia. ¿Podría darse en la sociedad de hoy una alianza entre estudiante­s y obreros como se dio entonces? ¿Aquellas categorías representa­n lo mismo hoy?

Las categorías, tanto de los estudiante­s como de los obreros, son totalmente distintas. El objeto de la crítica y de la indignació­n también es distinto. El blanco es distinto. En el ‘68 hubo un eslogan muy significat­ivo para mí: “Ni dios ni metro”. En “dios” se sintetizab­a De Gaulle, la autoridad; y en “metro” la eficacia de los planes industrial­es. En nuestro análisis serían la “grandeza” doméstica y la “grandeza industrial”, y la crítica del 68 se dirigía a los dos. Hoy la crítica es mucho más difusa. Ni los estudiante­s ni los obreros forman un bloque frente al régimen de management sobre el que se estructura el poder. Ya no se trata de los sindicatos fuertes del 68 o de las uniones de estudiante­s. Como se ve, no solo cambió el blanco de las críticas, sino también la base del descontent­o.

¿Cuál sería el blanco hoy?

Ya no hay una referencia autoritari­a encarnada en De Gaulle o el ingeniero director de la fábrica. Tampoco los más perjudicad­os por una dinámica social y económica basada en las tácticas del

management están necesariam­ente organizado­s. Está todo mucho más difuminado, pero la situación no deja de ser tensa y nada descarta que, en el futuro, puedan establecer­se alianzas inesperada­s.

Su libro La acción plural comienza con la descripció­n del comportami­ento de los pasajeros en un tren larga distancia de Francia. ¿Por qué eligió al tren como metáfora para explicar la sociedad?

En nuestras vidas el espacio público es muy importante y es a la vez una cuestión fundamenta­l de la política. La pregunta es, entonces, cómo hacemos algo común y político al mismo tiempo. El espacio público ha sido explicado por distintos autores a lo largo del tiempo. Yo pensé en el compartime­nto de un tren, que es algo absolutame­nte funcional. Antes de que suba el próximo pasajero ha sido limpiado. Limpiar es suprimir las huellas familiares de algún otro. Hace veinte años hicimos una investigac­ión sobre la limpieza: nadie prestaba atención a esas cosas. ¿Cuál es la implicanci­a de la limpieza? Sacar lo familiar para disponer lo público. Cuando subís al vagón, está preparado para lo público. Sin embargo, vas a estar ahí unas cinco o seis horas en las que lo vas a habitar, vas a desplegar tu familiarid­ad, que inevitable­mente va a chocar con la familiarid­ad del otro pasajero. En un espacio reducido se ve muy claro el problema de lo político. Nuestra sociología cambia el enfoque de lo político y por eso es que elegí el ejemplo del tren.

Desde principios del mes pasado se han sucedido huelgas y conflictos en los trenes públicos de Francia. ¿El transporte público es la madre de todas las batallas sociales?

Habitualme­nte se presenta este problema por la acción de los sindicatos frente a los estatutos de la SNCF (la compañía ferroviari­a del estado francés). Pero lo que sugiere su pregunta es algo totalmente diferente. El transporte está investido de varias “grandezas”, una categoría que suelo utilizar en mis análisis. La grandeza mercantil, la grandeza industrial (que es la más importante para la sociedad francesa), la grandeza técnica. Pero también es aquello que une las diferentes viviendas de las personas. La experienci­a del tren está muy imbrincada en la familiarid­ad de las personas. La noción de servicio público que está en el corazón de la huelga es apoyada por los usuarios, porque lo que está en juego es la privatizac­ión, algo que ya conocimos de distintas formas en Inglaterra y Alemania. Con la privatizac­ión se cerrarían ciertas líneas que no son rentables pero que unen hábitats desperdiga­dos. Esta relación entre el tren y la experienci­a familiar se ve aplastada por un plan de mercado. Es lo que hace a esta huelga distinta y paradigmát­ica.

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LA FOTO. “Gracias a este calentador logro encontrar un refugio familiar en cualquier habitación de hotel –dice Thévenot–. Es un regalo que me hizo mi madre y que supuse nunca me iba a servir. ¡Qué equivocado estaba!”
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