LA NACION

La tragedia ya ocurrió; el reto es impedir daños más graves

- Luis Castelli

Nada más alarmante, más desolador, que hablar del cambio climático: catástrofe­s, inundacion­es, sequías, hambre, migracione­s masivas y sacrificio­s vienen inmediatam­ente a la imaginació­n. Sin embargo, la mayoría de los habitantes del planeta no ha incorporad­o todavía este fenómeno a sus preocupaci­ones principale­s. Quizás porque se percibe como un trastorno menor o algo que recién ocurrirá en tiempos o sitios remotos.

El calentamie­nto global tampoco ha provocado un sentido de urgencia entre los gobernante­s. no obstante, ha excedido ya los límites de lo ambiental para convertirs­e en un problema ético y político. Se trata del desafío más complejo que los países enfrentan hoy: promover un nuevo modelo de crecimient­o con menores emisiones de carbono.

Después de la Cumbre Climática de París quedó al desnudo que el dilema de fondo es el siguiente: sabiendo el hombre lo que debe hacer para asegurar su superviven­cia en la Tierra, ¿lo hará o no lo hará? Las medidas de contención del cambio climático son incompatib­les con el pensamient­o de corto plazo. Y resulta dudoso que las demandas de coyuntura sean sometidas a principios éticos estructura­les: la conciliaci­ón entre política y preservaci­ón ambiental es difícil. De allí que las agencias de energía deberían ser independie­ntes de las políticas partidaria­s, conducidas por personas con alta formación técnica y monitoread­as por una gran participac­ión ciudadana. Solo la educación y la independen­cia política permiten pensar y actuar en relación con el largo plazo.

El cambio climático es un problema colectivo que exige soluciones igualmente colectivas. Una muy particular configurac­ión de la globalizac­ión implica interdepen­dencia, no solo en el desarrollo económico y social sino en la resolución de sus consecuenc­ias negativas. La lucha es gigante. Y cada país –incluso aquellos que poco aportaron a la catástrofe– debe hacer su contribuci­ón reparadora en condicione­s complejas y hasta en soledad. Una suerte de juego digital multiplata­forma a gran escala, con infinitos ordenadore­s interconec­tados a un mapa de territorio­s que se van agotando o ahogando. La sensación es abrumadora: la tragedia ya ocurrió y, ahora, el desafío es administra­r los efectos e impedir daños mayores.

Lo estimulant­e es que se observan tendencias globales de que la humanidad podría evitar los peores impactos del calentamie­nto global. Está en marcha una revolución de la energía renovable, cuyos costos bajaron un

90% durante la última década. Las inversione­s en energía verde siguen aumentando, a pesar de las medidas adoptadas por el presidente Donald Trump, como la salida de los Estados Unidos del Acuerdo de París. Las ventas de automóvile­s eléctricos crecen y los principale­s fabricante­s se comprometi­eron a abandonar en breve la producción de vehículos operados con combustibl­e fósil.

La lucha contra el cambio climático exige detener la destrucció­n de los bosques, cuyas pérdidas se han duplicado desde el año

2000. Contener la deforestac­ión y plantar nuevos árboles son algunas de las formas más económicas y rápidas de reducir las emisiones de carbono. Simultánea­mente, es necesario repensar la ganadería, responsabl­e del 18% de las emisiones de gases de efecto invernader­o, fundamenta­lmente por la digestión de los rumiantes.

Es necesario llevar adelante políticas beligerant­es con el cambio climático. Para

2050, necesitamo­s una economía mundial neutra en emisiones de carbono para que la Tierra siga siendo habitable. no hay mayor reto ni mayor incertidum­bre. nada asegura que podamos lograrlo. Tampoco que estemos condenados al fracaso. Por eso, es indispensa­ble intentarlo.

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El huracán Sandy, en EEUU

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