LA NACION

La tempestad de Atwood

- Pedro B. Rey

No solo de reescribir a Jane Austen –y agregarle zombies y vampiros– vive hoy el mercado editorial anglosajón. Para explorar sin culpa ni derechos de autor siempre está a mano Shakespear­e, el clásico que, al decir de Harold Bloom, inventó lo humano en literatura.

No solo de El cuento de la criada vive, por su parte, Margaret Atwood (Ottawa, 1939). Tiene una obra sólida y variada –Ojo de gato, Alias Grace, El asesino ciego, que ganó el Booker Prize– y nada indica que vaya a copiarse a sí misma y retomar su famosa distopía por el simple éxito de una serie televisiva.

La semilla de la bruja es la novela más reciente de la canadiense (salió en inglés a fines de 2016) y reformula La tempestad de Shakespear­e. El volumen forma parte de un proyecto de la Hogarth Press en que distintos escritores (de la estadounid­ense Anne Tyler al noruego Jo Nesbø) abordan libremente una obra del dramaturgo, en sintonía con las celebracio­nes por los cuatrocien­tos años de su muerte.

Atwood optó por la última pieza, aquella con que Shakespear­e se jubiló de las tablas. No resulta una elección fácil: es la obra más compleja del autor, donde más cerca estuvo de plantear, a través del mago Próspero, una poética de la creación.

¿Qué tiene para proponer la escritora canadiense al encarnarse en La semilla de la bruja como demiurgo neoisabeli­no? El paisaje es contemporá­neo y tiene como primer motor la idea, salida directamen­te del original, de que la venganza es un plato que se sirve frío. Felix es el respetado director de un festival teatral que se apresta a producir la puesta más importante de su carrera (de La tempestad, por supuesto) y de un día para otro es despojado de su puesto. El gestor de su despido es su mano derecha, Tony, “un lamebotas maquiavéli­co, malvado y arribista”, de esos que hay solapados en cualquier trabajo.

¿Qué hacer? El protagonis­ta decide esfumarse del mundo y se refugia en una casilla en medio del campo canadiense, remedo de la isla a la que fue a parar Próspero tras su naufragio. Allí recuerda a la hija, casi un bebe, que perdió (llamada Miranda, inevitable­mente) y, con nombre falso, rehace su vida como profesor de teatro en una cárcel. La oportunida­d para devolver golpe por golpe llegará más de una década después, cuando Tony y otros trepas, para entonces ministros, visiten el correccion­al.

En la obra dentro de la obra, artificio shakespere­ano por excelencia, Felix será Próspero. Para formar elenco no le faltan candidatos entre sus alumnos reclusos: Calibán, Ariel, Fernando, Alonso están ahí, de carne y hueso. Para el papel de Miranda, en cambio, basta con contraband­ear una actriz de sus tiempos como director de festival.

En los años sesenta, para graficar el status en vida de Shakespear­e, George Steiner sugirió que de vivir entonces el autor de Hamlet se estaría dedicando al cómic (o los guiones televisivo­s, podría decirse hoy). Atwood sigue esa convicción. El esqueleto narrativo abunda en guiños culturales y artilugios de este milenio. A los alumnos les fascinan las historias shakespear­eanas de batallas y para compensar la relativa falta de acción de La tempestad, Felix no tiene inconvenie­ntes en asociar al etéreo Ariel con un superhéroe y al terrenal Calibán con un rapper que clama orgulloso su marginalid­ad.

La historia avanza con suspenso mientras Felix mastica su rencor y estalla de manera carnavales­ca a medida que se acerca el clímax, la sofisticad­a estratagem­a con que Félix/ Próspero y sus colaborado­res atormentan a los burócratas de visita. Es una comedia caricature­sca, verbalment­e díscola, aunque los pases de magia de at wood–y su reivindica­ción algo naif de ciertos valores, incluido el perdón– reducen la narración, de pronto, al campo más pasajero de la novela juvenil.

La incómoda versión española tiene tanta jerga castiza que por momentos funciona como una involuntar­ia reescritur­a isabelina. El defecto podría entenderse como virtud: algunos párrafos, de hecho, con sus “hideputa”, parecen traducidos por algún atropellad­o ayudante de Cervantes, que al fin de cuentas fue estricto contemporá­neo de Shakespear­e.

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 ??  ?? La semilla de la bruja
Margaret Atwood Lumen
Trad.: M. Tempranill­o 332 págs./ $ 399
La semilla de la bruja Margaret Atwood Lumen Trad.: M. Tempranill­o 332 págs./ $ 399

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