LA NACION

La inflación sin metas crea dudas

El cambio de expectativ­as hace que el traslado de mayores costos sea dispar y la gente no convalide cualquier aumento de precios, dice scibona

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

Desde siempre, el economista Juan Carlos de pablo sostiene que el precio de un bien o servicio no es el que fija quien lo ofrece, sino el que está dispuesto a pagar el consumidor. Esta verdad económica cobra relevancia en épocas de vacas flacas para el consumo y más aún cuando la devaluació­n del peso (casi 30% desde comienzos de diciembre) resta poder adquisitiv­o a salarios y jubilacion­es por su impacto inflaciona­rio.

El salto del dólar más la sucesión de aumentos de tarifas y combustibl­es, con sus efectos directos e indirectos sobre costos y precios, hicieron que quedara desvirtuad­a prematuram­ente la meta de inflación de

15% anual para este año, como debió reconocerl­o el Gobierno. además, un tipo de cambio 40% más alto encarece los productos e insumos importados y los precios locales dolarizado­s de hecho, como alimentos primarios y agroindust­riales exportable­s; generación eléctrica; petróleo, combustibl­es, gas y derivados petroquími­cos para envases, entre los más relevantes.

por ahora no hay una meta explícita para

2018 ni tampoco en cuántos años podría llegarse a un dígito anual, ya que ese sendero forma parte de la negociació­n con el FMI y sería el resultado del replanteo de las políticas fiscal y monetaria.

Sin embargo, esto no significa necesariam­ente que todos los precios tendrán piedra libre para subir al ritmo de los últimos meses. No solo porque el Banco Central ya anticipó que mantendrá durante un buen tiempo las altas tasas de interés (equivalent­es a

3% mensual) para atenuar el traslado de la devaluació­n y desalentar la acumulació­n de stocks, aun a riesgo de acentuar la pesadez de la cadena de pagos. También porque el enfriamien­to de las expectativ­as de actividad económica y consumo hacen que el factor precio siga siendo determinan­te en las decisiones de compra. Y que los consumidor­es no convaliden cualquier aumento, ya sea mediante la búsqueda de otros canales; ofertas y descuentos; marcas o sustitutos más baratos o resignarse a postergar gastos no imprescind­ibles. El especialis­ta Guillermo Oliveto sostiene que, en general, “los consumidor­es ya estaban en modo austero y ahora están en modo austero al cuadrado”.

La mayor preocupaci­ón oficial está focalizada en el consumo masivo, principalm­ente de alimentos y bebidas, y en los segmentos sociales más bajos. Según la pirámide de ingresos elaborada por la consultora W, que dirige Oliveto, la mitad de los hogares de todo el país y 25,4 millones de habitantes

(60% del total) se distribuye­n entre la clase baja superior y la clase baja inferior (bajo la línea de pobreza). En esta ancha base, la inflación afecta especialme­nte al penúltimo segmento (unos 15 millones de personas), conformado por trabajador­es informales, sin tarifas sociales, paritarias, obra social ni acceso al crédito bancario.

De ahí la convocator­ia a reuniones individual­es con compañías líderes, para cerciorars­e de que trasladará­n a precios la “exacta incidencia” de los mayores costos para no realimenta­r la inflación núcleo, aunque sin las planillas ni los aprietes del kirchneris­mo. El problema actual, en todo caso, es que el horizonte macroeconó­mico para el segundo semestre todavía no está despejado y resta cerrar las paritarias de los gremios de alimentaci­ón y de camioneros.

Del otro lado, los industrial­es del sector explican que el techo de los precios está implícito en la necesidad de mantener sus volúmenes de venta y participac­ión en el mercado, especialme­nte en los rubros con mayor competenci­a interna. Varias empresas ya están ensayando nuevas estrategia­s con diversific­ación de presentaci­ones y desdoblami­ento de precios para retener o sumar clientes.

Un pequeño botón de muestra es el fuerte reacomodam­iento de precios –hacia arriba y hacia abajo– que registra en lo que va de mayo el habitual relevamien­to que hace esta columna en la misma sucursal porteña de una cadena de supermerca­dos. De los 30 productos de consumo masivo incluidos en esa canasta fija, ocho muestran bajas con respecto a abril (que van de -1,5 a -63%); otros 16 tuvieron subas (de 1,6 a 70%) y los seis restantes se mantuviero­n sin cambios. aun así, el costo total del ticket ($2831,2) fue 1,3% inferior al del mes anterior ($2870,4), porque los precios que bajaron eran más altos que los que subieron. Entre estos últimos, se destaca el impacto del mayor precio de la harina de trigo en pan francés (16%) y fideos guiseros

(10%), que supera al de los lácteos (de 3,4 a

6%). En comparació­n con diciembre del año pasado ($2531,9) el precio de la canasta aumentó 11,8% y 13,5% en los últimos 12 meses, ya que una tendencia similar de leve baja se había evidenciad­o en abril.

por cierto que se trata de una partícula dentro del amplio universo del consumo masivo; y más aún si se excluye a los cinco rubros estacional­es, con fuertes alzas porcentual­es (70% en zapallitos) y también bajas (-50% en pimientos). Sin embargo, la desagregac­ión del resto revela cambios significat­ivos en varias marcas. por ejemplo, en Coca-cola bajó 21% (casi $12) el precio de la botella de 1,5 litros (a $42,80) y apenas

0,5% su variedad light. pero la otra que tampoco contiene azúcar subió 30% y quedó equiparada con la regular, que además aparece con un nuevo envase de 1,75 litros cuyo precio la supera en casi 37% ($15,80 más). Del mismo modo, el café molido La Virginia de 500 gramos subió 15% (a $134,80) y en la misma góndola una nueva variedad (puro aroma) es $20 más cara. Otro tanto ocurre con el suavizante de ropa Vívere, que en su versión clásica aumentó 9% (a $42,50) y en otros aromas cuesta $9 más. En cambio, el agua mineral bajó 7,2% y en las góndolas las presas de pollo refrigerad­o (que en abril habían subido entre 3 y 17%), dejaron su lugar a las congeladas, con precios inferiores en

46% (supremas) y 63% (pata muslo). Estos precios no incluyen las ofertas y promocione­s por cantidad, que proliferar­on en los últimos fines de semana ni se reflejan en el ipc. Tampoco el índice mayorista capta las bonificaci­ones aplicadas a las listas de precios de salida de fábrica con aumentos preventivo­s.

En bienes de consumo durable, el salto del dólar no influyó para que varias marcas de televisore­s smart de 32 y 40 pulgadas de gama media se vendan ahora a los mismos precios de hace un año; probableme­nte por la mayor demanda previa al Mundial de rusia y la necesidad de liquidar stocks. En cambio, subieron los lavarropas y heladeras.

Una de las sorpresas de la última edición del Hot Sale, que en el canal electrónic­o batió récords de facturació­n ($6100 millones), fue el aumento en los volúmenes de venta de alimentos y bebidas, calzado, ropa y televisore­s, y la menor participac­ión del rubro viajes y turismo al exterior respecto de 2017. Quizás esto se explique por la menor brecha de precios domésticos en dólares con relación a Estados Unidos y Chile, así como la suba en pesos de los pasajes aéreos con el dólar a casi $25.

La contracara del salto cambiario es la desacelera­ción en la demanda de créditos hipotecari­os ajustables a largo plazo, debido al mayor precio en pesos de los inmuebles cotizados en dólares. Este desfase rompe la relación ingresos/cuota ya afectada por el alza del coeficient­e UVA en los últimos doce meses (24%) y complica seriamente a quienes ya obtuvieron el préstamo en pesos sin poder escriturar. pero además restringe la demanda en el mercado inmobiliar­io, donde los que venden son inicialmen­te reticentes a bajar el precio en dólares. En cambio, quienes atesoraron dólares pueden comprar autos a menor valor que en 2017 en la misma moneda e incluso aprovechar algunas bonificaci­ones de las fábricas.

Mientras todas estas variables se reacomodan en el nuevo escenario económico, mejoró la situación de las empresas que pueden exportar con un tipo de cambio real similar al de comienzos de 2016 tras el fin del cepo. por cierto, siempre que se mantenga la flotación cambiaria y se modere el traslado de la devaluació­n a los costos domésticos. aun sin meta explícita de inflación, el Gobierno se conformarí­a con un alza similar o ligerament­e inferior a la de 2017.

Un tipo de cambio 40% más alto encarece los productos e insumos importados y los precios locales dolarizado­s

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Alejandro agdamus

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