LA NACION

Lucha anticorrup­ción en la región: muchas normas, poca transparen­cia

América Latina intenta desandar la intrincada trama de la connivenci­a público-privada; existen leyes que la combaten, pero queda pendiente su estricto cumplimien­to y que se unifiquen criterios en los diferentes países

- Paula Urien

La presidenta de Brasil inaugura de manera oficial una refinería y sucede este diálogo entre un matrimonio relacionad­o con el poder que está en su casa siguiendo los acontecimi­entos por la televisión:

Ella: –Podría haberse hecho con la mitad del dinero, ¿no?

Él: –Sí. Pero es preferible tener una refinería que nada.

Ella: –Pero podríamos tener dos. Él: –No hay voluntad política. Es parte de la “obra de ficción inspirada libremente en eventos reales”, según sus autores, de El mecanismo, la nueva serie de Netflix basada en el libro Lava Jato: el juez Sergio Moro y los bastidores de la operación

que sacudió a Brasil, del periodista Vladimir Netto, y que desató la ira del expresiden­te de Brasil Lula da Silva, hoy preso por corrupción.

Lejos de la ficción, la consultora norteameri­cana Global Financial Integrity da cuenta de la magnitud de dinero ilícito (de la corrupción, del crimen organizado, la evasión de impuestos, financiami­ento del terrorismo, lavado de dinero) que circula por América Latina. Ante la consulta, señala: “Las transferen­cias ilícitas al exterior de América Latina llegan hasta los US$147.000 millones anuales y las que ingresan a la región, a US$257.000 millones”.

La corrupción no solo es materia de “peces gordos”, sino que es transversa­l a todos los sectores de la sociedad, incluso los más humildes. El Instituto Nacional de Geografía y Estadístic­a, organismo autónomo del gobierno Federal de México, reporta la comisión de más de 4 millones de actos anuales de pequeña corrupción en el contacto de los ciudadanos con las autoridade­s.

A nivel empresario, según el último informe anual “Report to the Nations”, publicado este mes por la Asociación de Examinador­es de Fraude (ACFE, por sus siglas en inglés), en América Latina y el Caribe el 51% de los delitos de guante blanco son por corrupción (sobornos, conflictos de interés), donde las empresas pagan una media de US$100.000 en “coimas” para lograr algo a cambio (mayormente de parte del Estado). Todo esto en una región que, según la ce pal, tenía en 2017 más de 187 millones de personas que viven en la pobreza y

62 millones en la pobreza extrema. Observar el mapa que publica todos los años Transparen­cia Internacio­nal, y que mide la corrupción en los diferentes países a través de la mirada de expertos locales, es ver el mundo a través de un color predominan­te: el rojo. Más de dos tercios de los 180 países que participan tienen una calificaci­ón inferior a los 50 puntos, donde 100 es el puntaje que define la mayor transparen­cia. América Latina no es ajena a esta tendencia, con un puntaje bastante pobre: Chile y Uruguay, con 67 y 70 puntos, respectiva­mente, son los países que mejor califican. El resto está en la zona roja y los números lo prueban.

Esto sucede a pesar de que en materia de leyes contra la corrupción público-privada la región avanzó en los últimos años. Algunas tienen alcance extraterri­torial, se establecen multas y hasta la quita de la persona jurídica de las empresas. Hay países que, sino tienen leyes específica­s, cuentan con herramient­as ad hocen los códigos. Esto sucede en El Salvador y Chile, donde existen normas que la preven y castigan con la disolución o cancelació­n de la persona jurídica.

En la Argentina, a principios de

2018 entró en vigencia la nueva ley de responsabi­lidad penal de las empresas, con multas de hasta “2 a 5 veces el beneficio indebido” y “suspensión total o parcial de las actividade­s que en ningún caso podrá exceder los 10 años”. En Colombia, las multas llegan, para las personas jurídicas (empresas) que incurran en actos de corrupción, hasta 200.000 salarios mínimos, es decir, US$54,27 millones. En Perú existe la ley de responsabi­lidad administra­tiva de las personas jurídicas sobre delitos de cohecho activo transnacio­nal y la ley 30.737, que asegura el pago inmediato de la reparación civil a favor del Estado peruano en casos de corrupción y delitos.

Brasil exige como sanción administra­tiva una multa equivalent­e al

20% de la facturació­n bruta del último ejercicio y la reparación integral del daño. También un descuento del

1% al 4% en caso de que la empresa tenga un programa de integridad, y además las empresas que tengan y apliquen un canal de denuncia pueden ver reducidas sus penalidade­s.

En general se considera un atenuante tener un programa de integridad que funcione correctame­nte y que colabore con las investigac­iones. Con la responsabi­lidad sobre proveedore­s, las acciones llegan también a las empresas que los contratan. Por ejemplo, en México, al 31 de julio de

2016, se tienen registrada­s 1603 sanciones impuestas por el Servicio de Protección Federal a licitantes, proveedore­s y contratist­as, que infringier­on la ley de contrataci­ón pública.

Un “decorado anticorrup­ción”

A pesar de las normas, “estamos mal”, dice, al referirse a la región, la argentina Delia Ferreira Rubio, presidenta de Transparen­cia Internacio­nal. “Es cierto que tenemos un avance en materia legislativ­a. La mayoría de los países de la región ratificó las convencion­es internacio­nales y aprobó leyes de acceso a la informació­n pública, de creación de oficinas anticorrup­ción y de responsabi­lidad penal de las empresas. Hay figuras de delación premiada o de protección a los whistleblo­wers y a los denunciant­es de la corrupción. El problema es que nosotros tenemos esas leyes guardadas en los anaqueles y a las oficinas correspond­ientes, sin presupuest­o, sin personal, sin infraestru­ctura. Por lo tanto, tenemos un “decorado anticorrup­ción” y falta de implementa­ción de las normas en muchos países”.

Es cierto que existen hitos que gen eran expectativ­a, pero que no logran parar la maquinaria bien aceitada de los sobornos. Imposible no recordar a presidente­s, expresiden­tes, funcionari­os de primera línea y empresario­s en la cima de la pirámide presos o con causas activas por corrupción. En esta situación está quien fuera vicepresid­ente de Ecuador, Jorge Glas; los expresiden­tes peruanos Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski; el expresiden­te de Panamá Ricardo Martinelli, y otros. En la Argentina, varios funcionari­os muy cercanos a la expresiden­ta Cristina Kirchner están en prisión preventiva, lo mismo que su principal operador de infraestru­ctura, Lázaro Báez, quien obtuvo con el matrimonio Kirchner un vertiginos­o ascenso económico. Ella misma tiene una megacausa por corrupción llamada “la ruta del dinero K”, parte de la cual conforman hoteles 5 estrellas que presuntame­nte funcionaba­n para lavar dinero.

La operación Lava Jato, iniciada en

2014 y aún en curso, tiene al mundo en vilo por el alcance de sus redes a nivel internacio­nal. Comenzó con la investigac­ión de fraudes en contratos con Petrobras y reveló esquemas de corrupción involucran­do a los principale­s nombres de la política del país. Después de cuatro años, suma

183 condenas contra 119 personas, entre ellas empresario­s, exdirector­es de la empresa estatal y políticos de diversos partidos. Investigad­ores rastrearon pagos de coimas por cerca de R$6400 millones (más de US$1700 millones). El resarcimie­nto pedido y

las multas aplica das llegan ar $38.100 millones (unos US$10.400 millones).

La investigac­ión de los crímenes alcanzó dimensión internacio­nal luego de ser negociados 395 pedidos de cooperació­n con al menos 42 países. Las acciones también resultaron en 11 acuerdos de lenidad con empresas involucrad­as en los esquemas de corrupción. La gran pregunta es: este tipo de acciones, ¿pueden perdurar en el tiempo?

La presidenta de Transparen­cia Internacio­nal cree que no. “En la región vemos algunas tendencias: en primer lugar, la corrupción sigue rampante. En segundo lugar, es cierto que se ven algunos atisbos de lucha contra la impunidad”, dice, y afirma que se dan de tres maneras distintas:

1-Modelo “campeones”, como el de Brasil. “El gran esfuerzo está hecho por campeones de la lucha anticorrup­ción, que son el juez Sergio Moro, su gente y el equipo de fiscales. Si se van o se retiran, ¿habrá nuevos campeones?”, se pregunta.

2- Modelo “paraguas internacio­nal”, como en Honduras y en Guatemala, donde se desbancó a presidente­s y vicepresid­entes, y se encarceló a funcionari­os. “El modelo en estos dos países se basa en la intervenci­ón de un organismo (por ejemplo, alguno amparado por Naciones Unidas o la OEA), que colabora en la investigac­ión local. Sin embargo, no es reproducib­le en todos los países, porque cada uno tiene sus normas”, dice.

3- Modelo “¿me conviene?” En la Argentina y Perú, por ejemplo, “los mismos jueces que durante años miraron para el costado, es decir, no hicieron nada, cuando cambiaron las circunstan­cias políticas o económicas o se produce algún escándalo, se despiertan y activan las causas”.

“El problema en cualquiera de estos tres modelos es la sustentabi­lidad de la lucha contra la impunidad”, comenta Ferreira Rubio. Para comenzar a transitarl­a, se necesita cumplir con las leyes y que la Justicia tenga las herramient­as, la tecnología y los recursos suficiente­s. Y también, en casos de corrupción transnacio­nal, habría que mejorar los mecanismos de cooperació­n en la investigac­ión y de armonizaci­ón legislativ­a en normas procesales. “En muchos países, para investigar algo en el extranjero la Justicia recurre a procedimie­ntos del siglo XIX, con oficios que pasan por cancillerí­as, llegan al juez que dice me

falta un dato… y vuelven a las cancillerí­as. Mientras esto sucede, la gente está pasando dinero a empresas offshore a la distancia de un clic”, dice. Pero hay más palos en la rueda. En México, por ejemplo, existe una ley que crea un Sistema Nacional Anticorrup­ción (SNA), pero funciona de manera parcial, porque no se nombró al fiscal anticorrup­ción y, por ello, los delitos relacionad­os con la materia no están vigentes. En Venezuela, solo se tiene la ley contra la corrupción, que si bien tiene un amplio alcance, establece pocas normas dirigidas al sector privado, por ejemplo, sobornos al sector público.

Las pérdidas, millonaria­s

En Brasil, la consultora Inter B, solo sobre la base de las obras públicas de infraestru­ctura –foco de la corrupción en el país–, estima que el costo directo de la corrupción entre 1986 y 2016 se ubicó entre R$1,5 billones y R$3,2 billones, es decir, entre 24,6% y 51,4% del PBI de 2016.

De acuerdo con el Banco Mundial, el costo anual de la corrupción en México es de 9% del PBI, es decir que de cada 100 pesos que genera la economía, nueve se destinan al pago de sobornos o “mordidas”. Por otro lado, la encuesta de fraude y corrupción de KPMG re porta que 44% de las empresas en méxico realizan pagos extra oficiales a funcionari­os públicos. A Perú le cuesta más de US$3600 millones al año, según la Defensoría del Pueblo. Es decir, US$10 millones diarios y 10% del presupuest­o nacional por año. Se estima que en Colombia equivale aproximada­mente al 5% del PBI, es decir, unos US$15.000 millones. Por eso, el gobierno promulgó en octubre de 2016 la ley de imprescrip­tibilidad para los delitos de corrupción contra la administra­ción pública. En tanto, un cálculo de 2016 del actual ministro de Hacienda en la Argentina, Nicolás Dujovne, estima el costo de la corrupción en el país en US$2500 millones por año. Y sigue la lista.

“Este delito afecta los negocios porque se incrementa­n los costos de operación y se crea por contagio un ambiente degradado, donde el paradigma es que “los honestos no tienen lugar” o que “para hacer esto, debes dar lo otro”, dice Carlos Rozen, director de la Asociación Argentina de Ética y Compliance y socio de BDO. “Los recursos productivo­s son redirigido­s para el pago de sobornos y los controles disminuyen o se anulan”, dice, y hace un llamado a que existan condenas aleccionad­oras que pongan en evidencia que el costo del delito “resulta más alto que el beneficio que se obtiene”.

El Grupo de Diarios América (GDA) está integrado por La Nación (Argentina), O Globo (Brasil), El Mercurio (Chile), El Tiempo (Colombia), La Nación (Costa Rica), El Universal (México), El Comercio (Perú), El Nuevo Día (Puerto Rico), El País (Uruguay), El Nacional (Venezuela) y La Prensa Gráfica (Salvador)

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