LA NACION

Los costos ocultos de la falta de integridad para las empresas

- Gabriel Ceccini El autor es consultor en gobierno corporativ­o, integridad y ESG

Muchas veces los empresario­s minimizan el riesgo reputacion­al

¿Dice fabricar autos diésel que tienen la mejor performanc­e para reducir emisiones contaminan­tes y cuidar el medioambie­nte pero, en realidad, inventó un dispositiv­o para adulterar las mediciones y engañar así a los reguladore­s? ¿Se presenta como una start-up innovadora y “cool” que viene a crear disrupción en un sector altamente regulado pero discrimina y toma represalia­s de manera sistemátic­a contra sus empleadas y ejecutivas mujeres que denuncian instancias de abuso? ¿Tiene por años la mejor reputación como banco, especialme­nte en su rama minorista, y gana todos los premios, pero durante años fomenta la creación de cuentas fraudulent­as de tarjetas de crédito o de seguros como consecuenc­ia de planes de compensaci­ón e incentivos fuera de control?

Si enumeramos los casos de crisis reputacion­ales más resonantes de los últimos años que han envuelto a grandes corporacio­nes alrededor de mundo, veremos que el denominado­r común que está en el origen de todas ellas son fallas en su cultura corporativ­a de integridad. Es decir, problemas relacionad­os no tanto con lo que tal o cual empresa está en condicione­s de brindar en términos de la calidad de sus productos o servicios - lo cual, por supuesto, sigue siendo importantí­simo -, sino de qué manera lleva a cabo sus actividade­s.

El cómo una empresa se conduce o, en palabras del experto británico rupert Younger, su “carácter”, tal como lo describe en su reciente libro “The reputation Game”. También podríamos decir aquí integridad: la correspond­encia entre lo que una empresa declama o aspira hacer y lo que realmente hace, entre la misión, visión, valores y principios de una organizaci­ón y la manera en que ellas, en particular sus líderes, se conducen en sus relaciones con sus grupos de interés internos (empleados) y externos (clientes, reguladore­s, organizaci­ones de la sociedad civil), en especial con respecto a asuntos medioambie­ntales, sociales y de gobierno corporativ­o (ASG), es decir, todo el espectro de riesgos no financiero­s.

Todos estos grupos de interés tienen a disposició­n hoy en día un arsenal global de fuentes y herramient­as de informació­n y comunicaci­ón 24/7 que les permiten estar al tanto en tiempo real de cómo una empresa se comporta, exponiendo sus incongruen­cias y creando coalicione­s inesperada­s entre ellos que pueden acorralar a las corporacio­nes. a mayor distancia entre lo que una empresa dice y hace, mayor es el riesgo reputacion­al al que se ve expuesta.

Este último es un riesgo de carácter estratégic­o y ya no debe ser sólo considerad­o de manera unidimensi­onal como un tema de “marca”, a ser dejado en las manos de los departamen­tos de marketing o de relaciones públicas. Debe ser incorporad­o como tal dentro del mapa de riesgos estratégic­os generales de una empresa, supervisad­o por el Directorio y gestionado de manera proactiva por el Senior Management, con el CEO a la cabeza, junto a un equipo que incluya no sólo a los equipos de comunicaci­ones corporativ­as sino, de manera clave, también a los equipos de Gestión de riesgos, compliance y Sustentabi­lidad.

Se debe monitorear qué están diciendo nuestros grupos de interés prioritari­os sobre la empresa, qué impacto reputacion­al tienen las decisiones estratégic­as que se toman y cómo todas estas percepcion­es y creencias van cambiando o mutando con el tiempo.

Muchas veces se minimiza el riesgo reputacion­al afirmando que luego de un escándalo el precio de las acciones de la compañía se recupera rápidament­e o que los productos o servicios se siguen vendiendo como siempre. Esto puede seguir siendo cierto en alguna medida y ciertament­e lo ha sido en el pasado. pero también lo es que hoy en día cada vez más los márgenes de maniobra y los tiempos se acortan.

Una reputación negativa con respecto a la integridad de una organizaci­ón puede impactar de manera decisiva en la capacidad de poder seguir brindando los mismos productos o servicios con los mismos de estándares de calidad o de hacer sostenible­s esos niveles en el tiempo.

la renuncia de altos directivos, la cancelació­n o postergaci­ón de planes de negocio, la pérdida de confianza por parte de reguladore­s, el alejamient­o de inversores, el encarecimi­ento del crédito o el menor interés por parte del talento a sumarse a dichas empresas son algunas de las consecuenc­ias que tiene la existencia de un alto riesgo reputacion­al y los impactos financiero­s, legales y regulatori­os que su materializ­ación puede acarrear.

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