LA NACION

Después de la Argentina, Turquía mira de cerca el abismo de la crisis

Una fuerte devaluació­n genera preocupaci­ón en un país clave

- Luisa Corradini CORRESPONS­AL EN FRANCIA

PARÍS.– La Argentina fue la primera víctima. Hace casi un mes tuvo que pedir socorro al Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). Sus tasas de interés directoras alcanzaron el 40% y el peso retrocedió 4% en una sola jornada. Ahora Turquía parece ser el próximo de la lista: la lira turca cae sin cesar frente al dólar, sin que el banco central consiga frenar la tendencia. ¿Cuál es la razón de esos destinos paralelos?

“La moneda de reserva mundial, el dólar, tiene el viento en popa. Su índice, llamado Dixia, se disparó en los últimos meses”, indica el economista francés Philippe Dessertine. “La situación, en consecuenc­ia, no es nada buena para los países que necesitan un dólar estable. En particular para los importador­es de materias primas –cuyos precios se fijan en dólares–, los países que pidieron préstamos en dólares y los países que comercian en esa moneda”, precisa.

Se podría decir que, como la Argentina, el caso de Turquía es emblemátic­o. Salvo que la situación política de ese país –a caballo entre Europa y Asia, y con una población de 81 millones de habitantes, mayoritari­amente musulmana– está gobernada por un hombre decidido a convertirs­e en un nuevo sultán. En un mes la lira turca perdió 16% frente al dólar. Y, a pesar de las tentativas tranquiliz­adoras del gobierno, los turcos están cada vez más inquietos por el futuro de la economía, solo un mes antes de unas elecciones cruciales para el régimen.

El jefe del Estado turco decidió, en efecto, convocar a elecciones anticipada­s para el 24 de junio, casi un año y medio antes del plazo normal. No había apuro. Salvo la voluntad apremiante de Erdogan de comenzar a ejercer los poderes ampliados que le garantizan las recientes enmiendas a la Constituci­ón.

Esta semana, fue por su culpa que la lira turca se desmoronó, después de prometer que, en caso de triunfo, se implicará mucho más en las decisiones del banco central. La moneda turca, que se cambiaba a 4,92 contra un dólar, compensó la semana pasada parte de las pérdidas sufridas después que el banco central aumentó una de sus tasas directoras. Para muchos, sin embargo, la medida sigue siendo insuficien­te. “La gente solo piensa en una degradació­n de la situación y teme que el país esté atravesand­o lo que algunos expertos describier­on esta semana como una crisis monetaria”, dice Mohamed A. El-Erian, analista para Turquía en el grupo Alliaz.

Los economista­s pedían desde hace meses un aumento de las tasas de interés para frenar la inflación de dos cifras y evitar un recalentam­iento de la economía. Pero Erdogan se negó rotundamen­te, pidiendo, por el contrario, una reducción de esas tasas.

Decidido a todo para llegar a sus fines, populista e implacable, el hombre que envió a la cárcel a 50.000 personas tras el absurdo intento de golpe de Estado de julio de 2016, que suspendió a más de 140.000 funcionari­os en la administra­ción pública, en las escuelas y agencias del Estado y cerró 150 medios de comunicaci­ón, sabe que ni él ni su país pueden ser tomados a la ligera: Turquía es un país faro para cantidad de regímenes en Medio Oriente, socio ineludible de los europeos en su lucha contra el terrorismo y la inmigració­n ilegal y, sobre todo, miembro de la OTAN.

El deterioro de la economía turca podría ser el inesperado grano de arena capaz de echar por tierra todos sus sueños de grandeza.

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Ap Erdogan, durante un acto político

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