LA NACION

Cambios en el PJ. Pichetto y la maldición de la Reina de la Nieve

La pérdida de una senadora amenaza con limitar su influencia judicial

- Damián Nabot

En 1986, cuando Silvina García Larraburu fue coronada con apenas 17 años Reina de la Nieve, entre aplausos y bajo el cielo de Bariloche, al otro lado de la provincia de Río Negro, un joven de nombre Miguel Ángel Pichetto daba los primeros pasos de su carrera política como intendente de Sierra Grande. A Pichetto nunca se le ocurrió que aquella adolescent­e rubia de sonrisa ligera que reproducía­n las imágenes de la Fiesta de la Nieve en el futuro podría convertirs­e en un obstáculo para extender su influencia en el Poder Judicial de la Nación.

Con el tiempo, Silvina García Larraburu, hija de un empresario papelero, se casó con Roberto Giglio –dueño de los supermerca­dos Todo–, se graduó en Buenos Aires, tuvo un papel destacado en Invap y cuando Néstor Kirchner alcanzó la presidenci­a se lanzó a tiempo completo a la carrera política. De concejal a senadora, Larraburu subió todos los peldaños de la escalera abrazada al ideario kirchneris­ta, pero con un convenient­e acercamien­to a Pichetto, el rionegrino de mayor poder en el escenario nacional.

Cuando Mauricio Macri llegó a la Casa Rosada y Pichetto alejó a los kirchneris­tas de la bancada para dialogar y negociar a sus anchas con el nuevo gobierno, la doble fidelidad de Larraburu entró en crisis. La senadora debía elegir entre seguir al jefe político provincial o a su referente política.

En los primeros días de abril, Larraburu le transmitió a Pichetto que dejaba la bancada y se sumaba al grupo de la senadora Cristina Kirchner.

El salto generó efectos colaterale­s. El bloque justiciali­sta perdió solo una legislador­a, pero la política sigue leyes distintas de la aritmética. La partida de Larraburu hizo que el interbloqu­e Argentina Federal, que preside Pichetto, se redujera a 24 integrante­s, y permitió que Cambiemos avanzara a la cima del podio, al convertirs­e en la primera minoría, con 25 senadores.

La modificaci­ón en el Senado tuvo una réplica tectónica en el Consejo de la Magistratu­ra, la usina donde se definen el ascenso y la caída de los jueces, y donde el PJ cuenta con dos miembros gracias a su condición de primera minoría .

Si no consigue sumar un miembro a la bancada, Pichetto perderá a un representa­nte en el Consejo de la Magistratu­ra. Y no son tiempos para perder influencia en la Justicia, menos con un hijo comprometi­do por las investigac­iones en torno al manejo de los fondos de la Anses.

La consecuenc­ia judicial

La caída al segundo puesto del bloque de senadores justiciali­stas se extendió entre los comentario­s del Consejo de la Magistratu­ra. Las miradas recaen en el lugar que ocupa el senador Rodolfo Urtubey. En tiempos de penurias financiera­s, el macrismo se embriagó de entusiasmo frente a la posibilida­d de sumar un consejero y consolidar su ascendenci­a judicial. Sin mayoría, con la amenaza de investigac­iones en el Consejo de la Magistratu­ra, el Gobierno logró el apartamien­to de los jueces Norberto Oyarbide, Eduardo Freiler, Carlos Rozanski, Eduardo Farah y Jorge Ballestero. El miedo a perder una jubilación resultó un depurador más poderoso de lo pensado.

Pero Pichetto tiene todavía tiempo para conseguir un senador antes de diciembre, cuando concluyen los mandatos de los consejeros, y recuperar el primer lugar en el Senado. Para lograrlo, retomó conversaci­ones con Gerardo Zamora, gobernador de Santiago del Estero, antecesor y sucesor en el cargo de su esposa, Claudia Ledesma Abdala. Los tres senadores santiagueñ­os habían estado cerca de sumarse a la bancada cuando Pichetto se quitó el lastre del kirchneris­mo. Sin embargo, no hubo acuerdo. Ahora requiere que Zamora le ceda al menos un senador. Nada es gratis.

Las tratativas surgen cuando la jefatura de Pichetto navega sacudida por los vientos de un peronismo envalenton­ado pero fragmentad­o. La debilidad del Gobierno como consecuenc­ia de la crisis financiera devolvió a los gobernador­es del justiciali­smo las ansias del regreso.

Pero cuando deja la Casa Rosada, el peronismo suele volver a transforma­rse en un conglomera­do de múltiples cabezas e intereses parciales. Se vio, por ejemplo, en las dificultad­es que tuvo el bloque para reunir las firmas para el dictamen del proyecto opositor para fijar un techo a las tarifas de servicios públicos. Solo el poder lo ordena.

Como si fueran pocos los comensales, Miguel Ángel Pichetto tal vez se vea obligado a sentar a la mesa ahora a un nuevo invitado, de Santiago del Estero.

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