LA NACION

El amor de una abuela. “Nunca dudé de quedarme a cargo de mis nietos”

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Gilda Wilde empieza a hablar de su hija y se quiebra. Es la mamá de Claudia Seiman, asesinada por su marido, Juan José Juárez, en mayo de 2015. La mañana del 21 de marzo, en medio de una discusión, Juárez la golpeó brutalment­e. Claudia estuvo 50 días internada, peleando por su vida.

Su madre iba a visitarla todos los días y le llevaba a sus cuatro hijos. Pero los golpes habían sido demasiado fuertes y murió. El padre de los chicos fue condenado a 15 años de prisión y desde ese instante Maite (12), Uma (9), Julieta (6) y Romeo (4) no se separaron más de Gilda, su abuela. “Nunca dudé de quedármelo­s conmigo”, expresa.

Durante la internació­n, Gilda trabajaba como moza en un restaurant­e, pero para poder ocuparse del cuidado de Claudia y de los niños tuvo que pedir una licencia. Hasta hoy, valora y agradece muchísimo lo bien que se portaron con ella. Luego de la muerte de su hija, finalmente tuvo que renunciar. “Había que hacerse cargo de los chicos, de llevarlos al colegio, a la psicóloga, darles de comer, ayudarlos con la tarea, entre tantas otras cosas”, recuerda.

Una misión difícil

Esta abuela sabía que a sus nietos amor y contención nunca les iban a faltar. El problema empezó a ser económico. Si bien más tarde volvió a conseguir trabajo por hora, limpiando casas, los ingresos no alcanzaban para cubrir todos los gastos y la noticia de recibir la reparación la sorprendió gratamente: “Me puse muy contenta cuando me enteré de que iba a poder empezar a tener una ayuda económica. Ahora les voy a poder comprar camitas que no tienen, ropa de abrigo, llevarlos al parque y hasta unos patines nuevos para que la más grande pueda empezar patín como sueña. No tengo nada”, cuenta, esperanzad­a.

Además de tener a cargo a sus cuatro nietos, Gilda tiene dos hijos más. Una joven de 21 años, que está en silla de ruedas, y un varón de 24, “que para los chicos es una figura muy importante”.

Desde que se enteró de la ley Brisa, se puso en campaña para inscribirs­e como beneficiar­ia. Se comunicó con el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la ciudad de Buenos Aires, presentó los papeles que hacían falta y hace unos días cobró la primera ayuda, por cada uno de sus nietos y de manera retroactiv­a.

“Voy a ir sacando de a poco, a medida que ellos lo vayan necesitand­o”, cuenta. “Me pone muy contenta porque los chicos siempre piden algo y yo les tenía que decir no, porque no tengo. Y ahora, de a poco, les voy a poder ir dando algún gustito”.

Ella vive por y para sus nietos. Los levanta todos los días a las siete, los lleva al colegio, asiste a las reuniones de familia, retira sus boletines, los ayuda con la tarea y hasta se ocupa de llevarlos a las actividade­s extracurri­culares.

“Al principio fue todo muy difícil. Todos eran más chiquitos y estaban muy mal. En especial, la más grande. Pero de a poco vamos saliendo adelante”, cuenta.

Actualment­e, viven los cinco en una misma habitación, en Villa Lugano. Hace tiempo, inició los trámites en el Instituto Nacional de la Vivienda para tener una casa en mejores condicione­s y este año se concretó. En unas semanas, espera mudarse a un nuevo hogar con tres habitacion­es.

Gilda cuenta que a su nieta más grande es a la que más le cuesta sobrelleva­r la situación. De hecho, es la que, hasta hoy, sigue teniendo la necesidad de ir al psicólogo. Tal vez por eso intentan no hablar mucho de lo que pasó.

“Si lloro, trato de hacerlo a escondidas de ellos”, expresa. Aunque cueste, buscan mirar para adelante. Ese es el mensaje que quiere darles a sus nietos. “Mi nieta más grande siempre me dice: ‘Abu, mamá estaría contenta de vernos bien’”, concluye Gilda.

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