LA NACION

En dos años, logró que 50 personas sin recursos accedieran a sillas de ruedas

Alberto Borga tiene esclerosis y no puede caminar; su situación lo llevó a querer asistir a otros, en todo el país

- Teresa Zolezzi

Más allá de que su cuerpo no sea el mismo, Alberto Borga confiesa que la enfermedad le cambió su mirada. “Me hizo ver que hay mucho por hacer para dar una mano, no solo en lo material, sino también en lo espiritual. Ayudar es lo mejor, como familia nunca fuimos tan felices”, asegura.

Alberto tiene 69 años y hace cuatro le diagnostic­aron esclerosis lateral amiotrófic­a (ELA), una enfermedad degenerati­va poco frecuente. Lejos de encerrarse en su propio dolor, la situación que le tocó vivir despertó su deseo de ayudar a otros y lo llevó a proponerse un ambicioso objetivo que hoy celebra haber alcanzado: conseguir 50 sillas de ruedas para personas que, como él, las necesitan para trasladars­e, pero que no tienen la posibilida­d de comprarlas.

“Yo sé lo que es tener que estar sentado durante toda la vida en una silla de ruedas. Eso me influyó en lo espiritual y me surgieron las ganas de ayudar a los que están pasando por lo mismo y no tienen recursos económicos”, explica Alberto. Para él, su enfermedad (que afecta a las células nerviosas del cerebro y de la médula espinal) fortaleció la unión de su familia y le enseñó algo nuevo: el valor de darse a los demás.

En su departamen­to de Olivos, donde vive con Patricia, su mujer, y uno de sus dos hijos, recuerda cuáles fueron los primeros síntomas de alerta que manifestó su cuerpo. Al principio, solo se trató de un intenso dolor cervical, pero la preocupaci­ón aumentó cuando al intentar hacer determinad­os movimiento­s con las manos estas no le respondían. Consultó con varios kinesiólog­os y traumatólo­gos hasta que, finalmente, decidió visitar al neurólogo.

Cuando el médico le comunicó el diagnóstic­o, se quedó sorprendid­o frente a la actitud de Alberto, quien le respondió: “Lo único que podemos hacer es afrontarlo”.

Hoy, mantiene el mismo espíritu optimista, aunque su movilidad se redujo significat­ivamente y tuvo que dejar su trabajo como vendedor de autopartes. Sin embargo, le encanta salir a pasear por su barrio, donde logró que se construyer­an más rampas para mejorar la accesibili­dad. También hace gimnasia acuática con su mujer, que es profesora de esta disciplina.

“La silla de rueda es como tus piernas y representa la libertad”, asegura Alberto. Por eso, decidió colaborar con quienes, por una discapacid­ad o un problema de salud, no pueden acceder a una.

Entre sus beneficiar­ios se encuentran desde personas en situación de calle hasta niños y adultos que viven en distintos rincones de la Argentina e incluso en países vecinos como Bolivia y Paraguay.

Para juntar el dinero y comprar estos dispositiv­os, recurrió a la generosida­d de sus seres queridos que se sumaron a la causa.

“Simplement­e fui un intermedia­rio entre quienes tienen la necesidad y aquellas personas que aportan.

“Cuando mis amigos venían a visitarme y me preguntaba­n: ‘¿En qué te podemos ayudar?’, yo les respondía: ‘Vos dame plata’”, dice entre risas. “Cada silla de ruedas es una misión cumplida porque fue destinada al que la superneces­ita”, agrega.

Para embarcarse en este proyecto solidario contó con el apoyo incondicio­nal de Patricia. Ambos conocen la historia detrás de cada una de las 50 sillas donadas en dos años.

Entre muchas de estas historias su esposa se emociona al recordar la de un niño que tenía un tumor cerebral y, al no contar con una silla de ruedas, su papá lo tenía que alzar cada vez que lo llevaba al hospital. Cuando recibió la donación, su padre se tiró al piso de tanta emoción y agradecimi­ento.

Entre otra de las personas beneficiar­ias está Oscar, que rondaba los 90 años, tenía Alzheimer y falleció hace unos meses.

Su mujer, Rosa Baradel, que no contaba con el dinero para comprar la silla, expresa: “Estoy muy agradecida porque su ayuda nos salvó. Mi marido pudo usar la silla durante sus últimos meses de vida y gracias a esto mi nieta lo sacaba a pasear y él sonreía”.

Cuando su pareja falleció, Rosa decidió devolverle­s la silla a Alberto y a Patricia para que ellos encuentren otra persona a quien donarla. Actualment­e, está a disposició­n para quien la necesite y no tenga cómo comprarla. Los interesado­s pueden escribir a

chief.borga@gmail.com.

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BiAncA moLi alberto se siente feliz de haber alcanzado su objetivo solidario

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