LA NACION

Angélica Gorodische­r. “El escritor que me cuenta lo que pasa alrededor me aburre”

La autora desconfía del realismo y cree que “las partes mágicas y misteriosa­s las pone una”; su relación con la militancia feminista y la inminente publicació­n de sus cuentos completos

- | Foto Marcelo Manera Texto Daniel Gigena

Aunque nació en Buenos Aires en 1928, Angélica Gorodische­r se considera rosarina. “Vinimos a vivir a Rosario cuando tenía siete años”, cuenta. Quizás por ese motivo los organizado­res de la Feria Internacio­nal del Libro de Rosario la eligieron para inaugurar el regreso de la Feria a la ciudad. El viernes pasado conversó con Patricia Suárez, otra escritora rosarina (reside en Buenos Aires) y el editor del sello Soquete Terrorista, Lisandro Murray, en una mesa en su homenaje. “Me pareció un poco exagerado, pero si ellos lo decidieron así, debe estar bien. Si es por charlar, a mí me encanta”, dice. El Goro, su esposo, comenta desde el pasillo: “Ahora ya no la voy a poder tutear más”.

Su primer libro, que ganó un concurso en 1965, fue Cuentos con soldados. “Por eso les recomiendo a los escritores que participen de concursos, que manden. ¿Para qué ir penando por las editoriale­s?”, sugiere. Tiene una obra narrativa tan vasta como destacada. Uno de sus libros de cuentos más recientes, Las nenas, reúne historias protagoniz­adas por chicas insumisas. El último fue Coro; según ella, en los cuentos de esos volúmenes se advierten rastros de otros textos, “de algo que merecía ser escrito en su momento”. La capacidad de Gorodische­r para imbuir los relatos del perfume del aire de una época está intacta.

La traducción de Kalpa imperial, una de sus obras cumbre de fantasía y ciencia ficción, fue traducida al francés recién en 2017 y premiada en el Festival Imaginales de Mundos Imaginario­s hace pocas semanas. Publicada en 1983, aún se lee como una de las mejores alegorías políticas sobre los efectos del poder en las relaciones humanas. “Se tradujo en Francia el año pasado y la premiaron. Fue muy emocionant­e. Es una distopía que todavía tiene actualidad; no es exactament­e una novela de ciencia ficción”.

–¿Por qué elegiste escribir ese tipo de ficciones en un país como el nuestro, donde prevalece la literatura realista? –Porque a mí el realismo me aburre infinitame­nte. No sé si he sido clara. Las grandes obras literarias, desde el Quijote hasta los cuentos de Borges, no tienen nada que ver con el realismo. Yo no sé qué es el realismo, porque el mundo y la vida no son realistas. El realismo me cansa también como lectora. Cuando leo dos o tres páginas de una novela social o realista, me dan ganas de tirar el libro a la basura. A alguien le gustará. Si el libro no me abre a otra cosa, para bien o para mal, para el encanto o el rechazo, no me interesa. El escritor que se limita a contarme lo que pasa alrededor me aburre. Para eso miro alrededor y me entero. –¿El entorno no es material literario?

–Del entorno tomo poco, lo menos posible. Prefiero imaginarme todo. De chica tuve una imaginació­n frondosa y desbocada, así que le meto por ese lado. –¿Rosario te sirvió como escenario?

–No tanto, aunque también tiene su parte misteriosa y mágica. En realidad, las partes mágicas y misteriosa­s las pone una. Es fácil ir a una ciudad medieval y ver los castillos y los puentes y los sótanos, pero en todos lados hayescenar­iosquesepu­edenconver­tir en maravillos­os por la literatura.

–¿Qué elementos asisten la imaginació­n literaria?

–La lectura. Yo vivo con un libro en la mano. Leo de todo. Sigo el consejo de Aldous Huxley, que algo sabía de literatura. Si una persona escribe, tiene que leer de todo. Si algo me aburre, lo dejo y sigo con lo que me atrae. Todo eso siempre sirve para algo. El mundo tiene muchos dobleces y no se puede saber nunca qué es lo que oculta la fachada de una casa. Pasás enfrente y decís: “Qué linda casa o qué horrible”, pero no sabés lo que hay adentro. Es mi filosofía para escribir: ¿qué es lo que hay detrás? ¿Qué hay en el fondo?

–¿Y qué leés ahora?

–A Umberto Eco. Es uno de los hombres de mi vida. El título es muy hermoso: Nadie acabará con los libros. Estoy de acuerdo con Eco: nada reemplazar­á el libro; el poder de crearte un mundo mientras leés un libro no lo tiene ninguna otra cosa. Estoy a favor de las campañas de lectura, algún resultado tienen que dar para que la gente vuelva a leer. No hay nada que reemplace al libro ni nada que te dé lo que te da un libro.

–¿Te parece que la ciencia ficción fue profética?

–No sé si profética, pero fue muy interesant­e. Es algo del pasado ya; fue como una explosión en su época y terminó. Quedó un sedimento muy valioso para quien quiera escribir y leer. Con la ciencia ficción, se abrieron puertas impensadas en el escenario de lo real. A veces, algunas salidas y entradas no se advierten y la ciencia ficción supo ver eso. Hay que saber mirar con otros ojos. Existen tantas realidades como miradas.

–¿Cuál es tu género favorito?

–El cuento me fascina. La novela también, pero me da mucho trabajo. Ahora no tengo tantas ganas de trabajar; he trabajado un montón. Me piden cuentos de editoriale­s chicas y grandes, también para antologías. Siempre tengo material porque trabajo mucho. Tengo una libreta de apuntes donde anoto cosas que luego retomo. Ahora quieren publicar mis cuentos completos; les dije que sí mientras no sea yo la que tenga que laburar. Será un volumen enorme.

–¿Qué opinás sobre los debates que se abrieron gracias al movimiento feminista?

–Estoy siempre con las feministas. Me parece sensaciona­l todo lo que se haga a favor de tener las mismas oportunida­des que tienen nuestros amados varoncitos. Los amamos, pero a veces se portan mal con nosotras. Hasta ahora no es nada más que un caldo de cultivo que hierve bastante. Algún día se verá la igualdad de derechos y, por supuesto, de deberes.

–¿Y tus padres vieron los libros publicados?

–Sí, y se sintieron muy orgullosos. Yo nací entre libros y desde chica sabía que iba a escribir libros. Mi padre leía, mi mamá escribía poemas. En casa, el libro era como el tenedor y el cuchillo, un elemento doméstico que se usaba todos los días. Empecé a leer a los cinco años y todavía sigo leyendo.

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