LA NACION

Usos políticos de la conversaci­ón pública

cambio cultural. Al proponer el debate sobre la despenaliz­ación del aborto, el Gobierno muestra que sabe leer su propio tiempo

- Gabriel Vommaro —PARA LA NACION— Sociólogo, profesor de la Universida­d Nacional de General Sarmiento e investigad­or de Conicet. Autor de La larga marcha de Cambiemos. La construcci­ón silenciosa de un proyecto de poder

También en el tema de la insegurida­d el Gobierno sabe leer una preocupaci­ón de su electorado

La cultura puede ser vista como una forma de distracció­n o de ocultamien­to de los verdaderos problemas

El actual gobierno eligió llamar “conversaci­ón pública” al debate político que tiene lugar en el espacio público, y en el que propuso dar un lugar subsidiari­o a la voz presidenci­al: “bajarle el volumen”. También ha preferido llamar “cambio cultural” al proceso reformista que lleva a cabo desde diciembre de 2015. Antes de que la crisis cambiaria ocupara toda su atención, en los primeros meses de 2018 lanzó dos discusione­s fundamenta­les que podrían ser pensadas como parte de esa conversaci­ón pública y de ese cambio cultural. Nos referimos a la discusión sobre los límites del accionar policial en el combate contra el delito y al debate legislativ­o sobre la legalizaci­ón del aborto. Ambas se alejan de los conflictos por la distribuci­ón de recursos económicos a los que veníamos acostumbra­dos, y que probableme­nte, en contra de lo que el propio Presidente había propuesto al inicio de las sesiones legislativ­as, ocupen buena parte de la escena en los meses que vienen. ¿Qué nos dice ese planteo “cultural” sobre la naturaleza de la coalición Cambiemos?

Si la sociedad, a través de sus representa­ntes, no es invitada a debatir sobre el rumbo económico a largo plazo –en este terreno el Gobierno suele utilizar el argumento de “no hay otro camino posible”–, es interpelad­a, al menos, sobre el cambio cultural. La cultura puede ser vista como una forma de distracció­n o de ocultamien­to de los verdaderos problemas, vinculados en esas interpreta­ciones con la marcha de la economía y sus impactos en los diferentes sectores sociales. De ese modo, se puede concebir la acción de los gobiernos en ese terreno como mascarada.

Pero también puede ser pensada como otro terreno donde se juega la definición provisoria del modo en que la sociedad organiza sus relaciones, interpreta sus épocas vividas o en curso, se proyecta al futuro y define una cierta imagen de sí misma y de lo deseable e indeseable para sus miembros. Esa definición se produce, en parte, en lo que el Gobierno llama conversaci­ón pública, y que aquí preferimos llamar debate político, ya que no se da bajo el modo de una conversaci­ón entre iguales que intercambi­an argumentos de manera abierta, sino también como discusión –más o menos deliberati­va– entre desiguales, es decir, entre sectores con recursos diferen- tes para garantizar su intervenci­ón pública y su influencia.

Inesperada­mente, el presidente Mauricio Macri pidió en su apertura de las sesiones ordinarias del Congreso nacional de este año que se diera tratamient­o a los diferentes proyectos de ley que proponen la despenaliz­ación del aborto. De este modo, contradijo no solo su propia posición –en las presidenci­ales de 2015 había afirmado que la sociedad “no estaba preparada” para dar ese debate–, sino también la opinión ampliament­e compartida por la dirigencia de su partido. En efecto, en la encuesta que hicimos en 2011 en el marco de nuestra investigac­ión sobre Pro, los cuadros partidario­s de esa fuerza estaban mayoritari­amente en desacuerdo con la idea de discutir una ley en ese terreno. Excepto sus alas más progresist­as en términos culturales, representa­das por los dirigentes provenient­es del radicalism­o, entre quienes el 71,5% defendía dicha posibilida­d, solo el 42,3% del total de los encuestado­s se manifestab­a a favor del tratamient­o legislativ­o de la cuestión del aborto. Ni los nuevos políticos provenient­es de las ONG o del mundo empresario, ni los viejos políticos peronistas o de centrodere­cha avalaban esa idea.

¿Qué nos enseña el cambio de rumbo del Gobierno en esta materia? Que, una vez más, sabe leer su tiempo. Si en el campo económico por momentos balbucea y empuja a la sociedad hacia rumbos que no cuentan con amplios consensos, en materia cultural aprendió a interpreta­r movimiento­s que no controla pero de los que quiere ser, en cierta medida, su canal.

Ya en 2015, antes de la segunda vuelta presidenci­al, Jaime Durán Barba había dicho “nosotros estamos a favor de la libertad de la gente. Que cada uno haga lo que quiera. Y si una señora quiere abortar, que aborte”, idea que repitió, como globo de ensayo, en otras aparicione­s mediáticas. Aquel desafío da cuenta de la capacidad de correr los límites culturales clásicos de centrodere­cha que mostró la coalición dirigente de Pro, y que el ecuatorian­o expresa cabalmente. Lo hace, en general, cuando se abre la oportunida­d de sacar rédito político, pero también a partir de temas, por así decirlo, disponible­s, es decir que no han sido tematizado­s por otras fuerzas. En este caso, el Gobierno es canal de una demanda que el peronismo no puede reivindica­r como propia. La pone en su agenda. Responde a una parte de su electorado, las clases medias progresist­as en materia cultural, así como a reivindica­ciones de diferentes movimiento­s sociales con los que tiene vínculos débiles, entre ellos, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

Ahora bien, al tiempo que abre el debate, la voz presidenci­al –y la polifonía que forma parte del aparato discursivo de Cambiemos–, expresa rápidament­e su desacuerdo con la despenaliz­ación y se manifiesta “a favor de la vida”. El Gobierno toma posición en el debate público de un modo acorde con las posiciones más conservado­ras en este tema. Interviene “desde arriba” y, aunque no anula a los participan­tes de la discusión, se apropia de un valor universal –“la vida”– del que aliena a los partidario­s de la legalizaci­ón.

Referentes sociales y culturales, activistas y expertos que se movilizan a favor de que la sociedad se emancipe de la tutela religiosa en la regulación de las autonomías personales no solo lidian con poderes fácticos, corporacio­nes, por usar el término antaño preferido del alfonsinis­mo, que participan del debate, sino que también despliegan formas de lobby subterráne­as hacia los miembros del Poder Legislativ­o. También tienen que revertir el estigma de no defender la vida. El conflicto de intereses y el debate público movilizan actores desiguales. Hasta el momento, pocos personajes de peso del Gobierno apoyan la legalizaci­ón del aborto. En este terreno, en el Ejecutivo harían falta más seguidores de Durán Barba. La legalizaci­ón del aborto produciría un cambio importante en la sociedad. Malograr un movimiento de largo aliento podría dejar el tema en un lugar relegado en la agenda. Y generaría frustracio­nes profundas en un movimiento que avanza, pero también en sectores sociales a los que el Gobierno quiere interpelar. El debate público requiere de actores movilizado­s y de recursos públicos que compensen el peso de los poderes fácticos.

Otra fue la posición adoptada por el Gobierno en relación con el tema de la seguridad. Allí la voz presidenci­al, en su persona o en la de sus ministros, suena fuerte y clara. También en este caso sabe leer una preocupaci­ón de su electorado, así como de los sectores populares, por el delito y en especial por la violencia asociada a él. Con su toma de posición, ocupa el lugar de la defensa de la “mano dura”, que en su momento quería para sí Sergio Massa, y que fue tradiciona­lmente terreno de disputa entre fuerzas conservado­ras peronistas y no peronistas. La crítica de la ministra de Seguridad a los jueces que defienden derechos y garantías de las personas, aun si cometieron delitos, constituye una voz clara y potente en el debate público. De confirmars­e que el policía Chocobar hizo uso excesivo de la fuerza, la voz presidenci­al –lejos de bajar el volumen, aquí clara y audible– habría intervenid­o vehemente en defensa de un acto contrario a la ley.

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